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Visita al caimán negro

El proyecto Putumayo Tres Fronteras busca que colombianos, ecuatorianos y peruanos trabajen en equipo para preservar este rincón de la Amazonia.

Pablo Correa
26 de mayo de 2010 - 11:17 p. m.

Nada fácil resultó la primera noche en Puerto Leguízamo, Putumayo. Al final del día se apagan las plantas que suministran electricidad a todo el pueblo y de repente la discreta habitación del hotel se convirtió en un sauna capaz de espantar el sueño más profundo. Afuera, una lluvia torrencial golpeaba ventanas, techos, alborotando el calor que se había quedado pegado al pavimento.

Superada la primera prueba de la selva con estoicismo nos reunimos en la mañana para desayunar, comprar algunos víveres y pagar $2.500 por unos sombreros que llaman “15 días”. Mientras Leonel Gómez, un indígena murui que sería nuestro motorista, acomodaba los aparejos, Emilio Rodríguez, de la organización ambiental WWF, aprovechó esos minutos para dar un vistazo a la casa flotante que construyeron como parte del proyecto que él coordina y que han bautizado Putumayo Tres Fronteras, una apuesta por el trabajo en equipo entre ecuatorianos, peruanos y colombianos.

En este punto de la Amazonia se tocan tres zonas protegidas. Del lado ecuatoriano está el Parque Nacional de Cuyabeno; en Perú, la Zona Reservada Güepí, y en Colombia, el Parque Nacional La Paya, que según nos explican en lengua quichua significa “mujer bonita, doncella que pasea”.

La casa flotante, construida con vigas de balato, arenillo y achapo,  costó unos $55 millones y servirá para promover la educación ambiental, el turismo y, lo más importante, hacer control del tráfico de maderas y especies.

Dos horas río arriba, y tomando un desvío por el río Caucaya, llegamos a otro de los puestos de control. Es mediodía. Nos recibe Leonidas Ortiz, “el tenaz”, con un libro de visitantes en la mano que porta con orgullo. Después del almuerzo volvemos al río, faltan tres horas de viaje.

En el trayecto, Rafael Sánchez, uno de los técnicos locales, habla sobre el “cartel de la madera”, capitalistas que ponen en manos de pequeñas cuadrillas la tarea de internarse en estos parques protegidos para sacar a escondidas cedro, arenillo, polvillo, granatillo y juansoco. “Los monteros identifican y marcan los palos, luego el cortador o aserrador los derrumban. Van cinco o seis y los acompaña una cocinera”, relata Rafael.

Las fronteras, hasta ahora, eran para los funcionarios de los parques, no para los asaltantes de madera. Con el proyecto, financiado por la Unión Europea y ejecutado por WWF en coordinación con las autoridades ambientales de los tres países, por fin se podrá trabajar en equipo.

Al llegar al parque, apenas tenemos tiempo para tomar una reconfortante taza de café negro, porque Kleber, el guía local, se adueña del motor con la promesa de llevarnos a conocer al gran caimán negro, una apetecida especie de los cazadores e insignia del neotrópico.

Siguiendo los recovecos del río, esquivando árboles caídos, acompañado de delfines, mariposas multicolores, pavas que cruzan de un árbol a otro, al fin arribamos a las lagunas, verdaderos laberintos donde las paredes son morichales. La noche cae lentamente y cuando Kleber apaga el motor un concierto de finos zumbidos, croares y chillidos inundan los oídos.

Willington, el otro guía que nos acompaña, junta las manos y deja escapar un sonido gutural. Es un bujador de caimanes. Desde la oscuridad, los caimanes responden el mensaje. Después de dos o tres intentos sentencia: “Ya vienen”.

No es fácil verlos. Durante una hora recorremos los morichales. Barremos las orillas con linternas buscando el reflejo rojo de dos ojos que los delatan. Kleber se siente un poco frustrado. Apenas logramos ver un par de cabezas que rápidamente se escabullen. ¿Cómo saldremos de ese laberinto en medio de la oscuridad? ¿Cómo hace Kleber para encontrar los caminos invisibles? “Tengo el plano en la cabeza”, responderá más tarde. Los árboles, una rama, algo de instinto, son sus señales en la nada.

Pasamos la noche, que es fresca, en el parque. En el viaje de regreso hay tiempo para hablar con Emilio, quien ha estado ocupado revisando cuentas y preparando la visita de algunas autoridades nacionales que el próximo mes viajarán a inaugurar la casa flotante. Confía en que en los cuatro años que dura el proyecto se logre demostrar que el trabajo en equipo entre vecinos es la mejor estrategia para enfrentar los problemas. Hay muchas ideas sobre la mesa y otras en marcha: promover proyectos productivos entre la comunidad, monitoreo de especies, homologar normas ambientales, ser más eficientes en el manejo de los parques, atraer turistas.

Un avión de Satena nos regresa a Bogotá. Recuerdo lo que dicen los lugareños: los indígenas tienen guardados a los animales porque los hombres los están maltratando. Tal vez con el proyecto Putumayo Tres Fronteras los animales se sientan seguros para regresar y los indígenas para soltarlos.

Una especie en peligro

En el Putumayo se encuentra una de las poblaciones más grandes del caimán negro (Melanosuchus niger), aunque es un habitante de toda la cuenca del Amazonas, desde la desembocadura hasta Ecuador y Bolivia.

Gracias a los programas de protección implementados en el Parque Nacional La Paya, esta especie ha comenzado a recuperarse. Desde finales de los años sesenta fue declarada especie protegida, pero los cazadores siempre la han perseguido por el alto precio que alcanza su piel en el mercado.

El programa Tres Fronteras busca que entre Ecuador, Perú y Colombia se promueva su conservación.

Por Pablo Correa

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