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"Autorizado el despegue"

Diana Pulido hace parte del sindicato de controladores que durante cuatro semanas le exigió al Gobierno sentarse a negociar sus condiciones laborales. Su vida, como la de sus colegas, transcurre entre largas y estresantes jornadas.

Carolina Gutiérrez Torres
25 de febrero de 2012 - 09:00 p. m.

Los 20 o 25 puntos que se ven en la pantalla que Diana Pulido tiene al frente son aviones en vuelo. A veces llegan a ser 30 o 35. Durante seis horas, ella tendrá que seguir minuciosamente el recorrido de cada uno. Velar porque estén a salvo. Seguros. Si detecta que dos están volando muy cerca deberá comunicarle a alguno de los pilotos: “Por separación, suba de inmediato a nivel uno-nueve-cero”, que es lo mismo que decir “suba de inmediato a 19 mil pies o a 6 mil metros”. Si una zona está saturada, ella dará la orden: “Por tránsito, vire izquierda 20 grados”. Llegado el momento dirá: “Autorizado aterrizar”.

Diana Pulido es controladora de tráfico aéreo del aeropuerto Eldorado, de Bogotá. Viste jean, botas bajitas y camisa holgada. No usa maquillaje. Tiene el pelo largo, ondulado, brillante. Sonríe casi siempre. Tiene dos hijos: Alejandra, de 14 años, y Andrés Felipe, de 16. Es divorciada, como tantos de sus compañeros. Dice soy divorciada porque si usted es controlador aéreo tarde o temprano termina divorciándose. A ella ni estar casada con un colega le salvó el matrimonio. Los turnos de seis horas, que se convierten en doce. El trabajo día tras día, sin más descanso que las vacaciones (al menos así ha sido durante estos 18 años que lleva trabajando aquí. Desde hace un mes, luego de las negociaciones con el Gobierno, tiene un día libre a la semana).

Hoy su turno empieza a las 12 del día. La mañana la utilizará para matricular a su hija en un nuevo colegio, el Minuto de Dios. Tiene cita a las 8:00 a.m. con la directora. “El año pasado dejé a la niña un poquitico abandonada y me perdió el año”, cuenta Diana con un dejo de arrepentimiento, de tristeza. Más tarde dirá que pobrecito Andrés Felipe, que también ha sido víctima de su trabajo absorbente, acaparador. Los profesores se quejaban de que el muchacho —que resultó tener un coeficiente intelectual alto—, presentaba problemas para trabajar en grupo y para concentrarse. Y ella, con sus ocupaciones, apenas pudo prestarle atención especial unas semanas. Pero volvió la rutina y las quejas y Andrés Felipe terminó estudiando en otro colegio, uno corriente en el que “no explotan sus capacidades”.

Ella en cambio creció con una mamá –doña Carlina Bohórquez– dedicada exclusivamente al cuidado de los niños. Creció con siete hermanos y un papá –don Enrique Pulido– que fue suboficial de la Fuerza Aérea, que luego trabajó en Guaymaral en el mantenimiento de aviones y, finalmente y hasta que se jubiló, en la Aerocivil como técnico radar.

Por él, Diana, la niña de la familia Pulido, terminaría sentada al frente de una pantalla con 20 o 30 puntos, que son aviones en vuelo, con tripulaciones y pasajeros cuyas vidas, literalmente, dependen de su silencio, de su concentración, de su agilidad para decidir en segundos —unos pocos segundos— quién debe subir de inmediato a nivel uno-nueve-cero, o quién tiene que virar a la derecha porque hay una situación de peligro. “Tengo que vigilar que cada avión esté cumpliendo el plan de vuelo. Tengo que darles la seguridad de que no se van a encontrar con otra aeronave. Y para eso, no me puedo desconcentrar ni un segundo”.

Sus ojos tienen que estar vigilantes sobre esa pantalla durante dos horas. Luego viene un receso. Sesenta minutos para tomarse un café, almorzar, llamar a la empleada y preguntarle si la niña llegó bien del colegio. Termina el descanso. Otra vez Diana se sienta. En un par de minutos su compañero le señala cómo está el tráfico. Se acomoda los audífonos. Vuelve la imperiosa concentración. La mirada fija. El silencio. Transcurren dos horas más. Finalmente hay 60 minutos de recuperación. Después de ese tiempo, si los jefes lo requieren, Diana tendrá que “doblar” el turno, vivir otras seis horas igualitas.

“La gente cree que estar aquí sentado y hablar para dar las instrucciones no requiere de un esfuerzo físico —dice—. No saben que tener que responder por vidas humanas, por costos económicos altísimos, hace que se genere mucha adrenalina, ¿y qué hace la adrenalina en el cuerpo? Nos golpea continuamente. Nos golpea por dentro todo el tiempo”.

Su trabajo los golpea. Les provoca enfermedades (gastritis crónica, tensión alta). Les arruina matrimonios. Los aísla (“socialmente estamos mutilados”, dice Jorge Atehortúa, antioqueño de 40 años, 16 dedicado a este oficio). Su trabajo —hay que decirlo— los enorgullece. Los apasiona. Los incita a luchar por ser “valorados” y “reconocidos” (“el Gobierno no se ha tomado la tarea de difundir nuestra profesión y de promocionarla como se lo merece”, afirma Martín Córdoba, de 30 años y 14 como controlador).

Las últimas cinco semanas los controladores del tráfico aéreo se declararon en rebeldía. Pedían que sus derechos laborales fueran reivindicados y mejorados. Que se hicieran estudios serios sobre el número real de aviones que puede controlar cada uno (“estamos sobreexplotados”, dice Diana Pulido). Pedían que les fueran reconocidas las horas extras y los fines de semana, que se promoviera el aumento del número de controladores del país (hoy son 568), que pudieran tener un día de descanso a la semana. Salieron vencedores. Será por eso que Diana Pulido luce feliz por estos días. Incluso habla con gracia de su separación.

Dice: “A mi esposo, perdón, a mi exesposo lo conocí en el curso para ser controladora (un curso de seis meses al que se presentaron 2.500 personas y en el que sólo 29 fueron seleccionadas). A los dos meses nos hicimos novios (era 1993). En el 95 nos fuimos a vivir juntos. Quedé en embarazó de Andrés Felipe. Ahí comenzaron los problemas. Estaba susceptible. Requería atención y él, con estos turnos, ni tiempo tenía para eso. En el 97 tuve mi segundo embarazo. Los problemas seguían creciendo como una bola de nieve. En el 2005 nos divorciamos”. Se divorciaron —explica— porque estar casada con un controlador es insoportable.

Por Carolina Gutiérrez Torres

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