Después de cinco siglos de deterioro ecológico y en un contexto de conflicto sociopolítico, de cambio climático y de libertad de comercio, será muy difícil encontrar en Colombia nueve millones de hectáreas en las cuales se pueda asegurar la prosperidad de los campesinos. Ni siquiera los pocos escogidos —sólo habría tierra para aproximadamente 200.000 familias— podrían superar los problemas inherentes a la competencia con los productos de los países que tienen mejores climas y suelos, que están integrados socialmente y que reciben subsidios millonarios. En La Habana se está discutiendo inútilmente una solución irreal que podría significar en el corto plazo la ruina de los “afortunados” que accedieran a las reservas.
El problema del campo en Colombia es mucho mayor, afecta directamente a casi 8 millones de personas, entre 3 y 4 millones de familias, e indirectamente tiene que ver con el bienestar de toda la Nación. Los especialistas que han estudiado el problema coinciden en que no puede resolverse únicamente desde el concepto de producción, que su complejidad tiene que abordarse mejorando la totalidad de la vida rural.
Los ambientalistas hemos insistido en seis conceptos que, unidos, podrían constituir una mejor apuesta para mejorar la vida en todo el territorio rural: el ordenamiento ambiental, la investigación y la educación ambiental, la protección de áreas específicas, la restauración ecológica, las agriculturas orgánicas y ecológicas y la producción agroindustrial más limpia.
El ordenamiento ambiental del territorio y la investigación ambiental podrían conducir a la identificación de los ecosistemas que pueden competir en la producción agrícola, de aquellos en donde se debe incentivar la urbanización sostenible y la industria limpia y de las enormes áreas que tienen que ser restauradas. En estas últimas, muchas familias campesinas sin tierra y algunos exsoldados y exguerrilleros podrían asentarse y recibir ingresos del Estado para compensar trabajos de control de inundaciones, de descontaminación de las fuentes de agua, de recuperación de la fertilidad de los suelos, de fortalecimiento de la regeneración natural de la biodiversidad, de repoblamiento de fauna y de siembra de árboles.
Estas apuestas ambientales para la paz sin duda serían recibidas con entusiasmo —y de pronto con inversiones— en el resto del mundo, y en Colombia es posible que obtuvieran el consenso necesario. ¡Mejore la apuesta exministro Pearl!