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La vuelta a Bogotá en globo

El principal asesor de la Alcaldía en la jornada que comienza en la mañana de este domingo, Iván Vásquez, ha volado más de 400 horas en aerostático.

Diego Alarcón Rozo
18 de julio de 2009 - 09:00 p. m.

Edificio del Colegio de Nuestra Señora del Rosario, un día cualquiera en la década de 1840. El valiente pisó la canastilla con sus zapatos de charol. La gran masa de tela con forma de gota y 16 metros de diámetro alcanzaba una templanza tal, que los 20 hombres que impedían el despegue del globo hacían esfuerzos sobrenaturales para que los lazos que sujetaban no se deslizaran por entre sus manos. El hombre se acomodó debajo de las planchas de hierro llenas de trementina, brea y sebo que avivadas por un fuego de leña y tamo hacían que el humo no tuviera escapatoria dentro de la tela y quisiera elevarse hasta las nubes.     

Con el sombrero gris ajustado y con un pañuelo blanco entre sus manos, por fin, el intrépido dio la orden con un recio acento porteño: “!Sueltenlás!”. Y “el monstruo partió como un cohete, derribando de paso el alero del tejado, en el ángulo noroeste del edificio, y descalabrando a aquellos cuya mala estrella había colocado al pie del siniestro (...) Los orejones de la Sabana que habían venido a ver la ascensión, recorrían las calles a escape, atropellando a todo el mundo para seguir la ruta caprichosa que tomaba el globo; los de a pie corrían en distintas direcciones y hasta los balcones y tejados de las casas estaban atestados de curiosos. Si en ese momento hubiera llegado a la ciudad algún viajero científico, habría escrito en sus apuntes: ‘Santa Fe es un manicomio de América’”.

Entonces el globo se orientó como jalado por Dios, hacia el cerro de Monserrate y el de Guadalupe, mientas que José María Flórez, el argentino de quien se decía era experto en surcar los aires, ondeaba el pañuelo blanco para desentrañar los gritos de euforia de la multitud. Luego, el artesanal combustible perdió su poder y la mole voladora comenzó a descender. El piloto “se descolgaba por una cuerda amarrada a la canastilla, a fin de tocar tierra antes que el globo, el cual se dirigió a las torres de la Catedral, chorreando lamparones encendidos de los que no podía defenderse el navegante, y al fin cayó sobre el edificio del Hospital de San Juan de Dios, en la parte situada en la calle de San Miguel”. Vino el caos, con el hospital en llamas, los enfermos corriendo despavoridos y el argentino Flórez revestido de un aura mágica después de haber logrado ver más de cerca el cielo.

Las paredes de la Biblioteca Luis Ángel Arango guardan la historia escrita por Alberto Silva Borrero, un periodista de antaño que basado en el testimonio de uno de los testigos del suceso, hace más de 160 años, redactó entre ficciones y realidades el recuento histórico de La primera Ascensión Aerostática llevada a cabo en Santa Fe de Bogotá.

“El orgasmo del alma”

La multitud de nuevo expedía euforia y desde el aire Iván Ramiro Vásquez veía cómo, montado en un carro de bomberos, Lucho Herrera tenía el poder de desencadenar ovaciones. Era 1987 y un mar de gente esperaba para que el campeón de la vuelta a España en bicicleta saliera del Aeropuerto Eldorado a festejar la victoria en una época en la que en el país se respiraba ciclismo.

Desde arriba, la calle 26 lucía intransitable, Vásquez controlaba un dirigible publicitario y “Lucho Herrera se veía como un punto diminuto”. Entonces el piloto recordó aquella mañana de principios de los 80 en la que salió a calmar sus ansias de volar. Con el control remoto de un avión a pequeña escala entre sus manos, sobre los pastizales en los que hoy se levanta el sector conocido como Multicentro (a espaldas del centro comercial Unicentro), aterrizaron dos hombres sujetados a llamativas cometas (alas delta). La curiosidad lo impulsó a averiguar de quiénes se trataba y minutos más tarde a llevarlos en su carro de vuelta a las lomas, donde emprenderían otro vuelo.

Más temprano que tarde, Iván Vásquez terminó sujetado a un ala delta observando la ciudad desde arriba al tiempo que la adrenalina parecía invadirle los huesos. “Siempre supe que mi futuro estaba en todo lo que hacía volar, menos vicio”, cuenta el protagonista de la historia, quien años más tarde se convertiría en piloto comercial por más de 20 años, de dirigibles y de globos aerostáticos.

Luego de las cometas vinieron los globos. Varias empresas financieras del país adquirieron globos aerostáticos para estampar sus insignias a manera de campaña publicitaria de alto vuelo en un país donde no había escuelas de formación para aprender a operarlos. “Yo creo que ellos pensaron: ‘Si estos locos son capaces de botarse desde una montaña para planear en una cometa, pues seguramente les gustará la idea de montar en globo’”.

Vásquez recibió un curso rápido y luego se elevó sin más miramientos. Con su mano controlando el suministro de gas propano que sale por los sopletes e infla el globo, subió para nunca más bajar, o al menos para no perder el hábito de subir de tanto en tanto un escalón bastante amplio sobre el resto de los mortales. “No hay mejor manera, para mí, de estar en el aire que montar en globo. Es asomarse por un balcón de 360 grados sumergido en una aventura, porque cuando uno se despega del suelo no se sabe a dónde se va a parar. Alguna vez me preguntaron qué se sentía volar y yo respondí que no puede ser otra cosa que el orgasmo del alma”, comenta el capitán con una voz tan gruesa que cuesta trabajo no oírla.

Si el destino depara lo que está planeado, hoy Iván Vásquez habrá ampliado el registro de sus cerca de 400 horas de vuelo en globo, una vez más habrá quedado a merced del viento y otra más habrá aterrizado en un amplio pastizal que probablemente será propiedad privada, aunque eso sea lo que menos le importe.

Globos y literatura

Apartes de la novela de Julio Verne titulada ‘Cinco semanas en globo’: “ No pienso separarme de mi globo hasta que haya llegado a la costa occidental de África. Con él, todo es posible; sin él, quedo expuesto a los peligros y obstáculos naturales de tan difícil expedición; con él, ni el calor, ni los torrentes, ni las tempestades, ni el simún, ni los climas insalubres, ni los animales salvajes, ni los hombres pueden inspirarme miedo alguno. Si tengo demasiado calor, subo; si tengo frío, bajo; si encuentro una montaña, la salvo; si un precipicio, lo paso; si un río, lo atravieso; si una tempestad, la domino; si un torrente, lo cruzo como un pájaro”.

Por Diego Alarcón Rozo

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