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Basura cero: un elogio a la dificultad

Los errores y aciertos durante la implementación del nuevo modelo público de aseo en Bogotá.

Sandra Camacho* / Especial para El Espectador
31 de enero de 2013 - 07:52 p. m.
Basura cero: un elogio a la dificultad

Así como las dificultades individuales nos obligan constantemente a evaluarnos y a tomar correctivos para lograr nuestros propósitos, las adversidades colectivas deberían convocarnos a reflexiones conjuntas para identificar nuestras fallas como sociedad, para construir soluciones del tipo “todos ponen” y para hacer de la corresponsabilidad un atributo permanente de nuestra vida en comunidad. Sin embargo, pareciera que las discusiones sobre lo público convocan cada vez más a lo contrario: a la crítica cizañera, a la búsqueda de culpables, a los juicios desmoralizantes y, por supuesto, a la pesca en río revuelto por parte de aquellos que encuentran en el fracaso del otro un trampolín para el éxito, aun cuando dicho fracaso redunde en su propio perjuicio.

Esa parece ser la situación que se ha generado a raíz de la implementación del nuevo modelo de basuras en la capital. Si bien es cierto que el arranque de Basura Cero ha evidenciado desaciertos por parte de la Administración –estimar cuatro meses como tiempo suficiente para estructurar un cambio de tales dimensiones fue quizás ingenuo–, los ciudadanos nos hemos estancado en una maraña de quejas contra el Alcalde, contra los operadores privados, contra los medios de comunicación e incluso contra los recicladores –no falta quienes consideran que el cambio era innecesario–, mientras los espacios para la reflexión colectiva, a conciencia y de largo aliento han permanecido prácticamente desiertos.

¿Podríamos convertir esta dificultad en un momento oportuno para reflexionar sobre nuestro papel en el nuevo modelo, para repensar nuestra relación con los residuos, para tomar conciencia sobre la importancia de actuar en función del ambiente y sobre todo, para recordar lo que en el pasado y gracias a nuestra cultura ciudadana hemos conseguido? Cierto es que los errores de un gobierno pueden erosionar la confianza y la esperanza de la ciudadanía, pero también lo es que una capital que ha protagonizado cambios culturales ante los ojos del mundo tiene la responsabilidad de salvaguardar con celo ese patrimonio y de ninguna manera permitir que dependa de personalidades políticas ni de gobiernos del momento.

Es así que deberíamos, más bien, hacer una pausa en medio del aparente caos para recordar que quienes hoy nos quejamos invadidos por la pesadumbre, somos los mismos que contribuimos en el pasado – vía cultura ciudadana – a bajar la tasa de homicidios, a salvar a la ciudad de un racionamiento gracias al ahorro de agua domiciliaria, a optimizar la movilidad, a disminuir los accidentes de tránsito, a mejorar los niveles de convivencia e incluso a aumentar la tributación, y todo porque estuvimos decidimos a cambiar de manera voluntaria comportamientos colectivos, pero además logramos hacerlo en tiempo récord: ni los científicos sociales más optimistas se habrían aventurado a predecir una transformación tan veloz como la que vivió Bogotá hace apenas unos años.

¿Qué hacer entonces, como sociedad, para superar la incertidumbre que ha generado el nuevo modelo de recolección de basuras? Primero que todo hay que celebrar los avances con los que ya contamos: por un lado, tenemos el hecho de que los recicladores iniciaron su trabajo de recuperación de desechos sólidos mucho antes del 18 de diciembre de 2012, alcanzando 1.200 toneladas diarias provenientes de fuentes generadoras como edificios, oficinas, fábricas y conjuntos residenciales. Lo anterior sugiere que una parte de nosotros ya comprende la importancia de la separación en la fuente y ha venido cooperando con los recicladores de manera espontánea.

Segundo, la cobertura de la recolección en Bogotá es casi universal. Si bien esto es lo mínimo que se podría esperar – pensarán algunos –, no es un logro menor si se tiene en cuenta que apenas en la década de los 90’s la ciudad enfrentaba una crisis de gran tamaño, al punto que se experimentaban inundaciones producto del taponamiento del alcantarillado a causa de los residuos que quedaban en la calle. Otra ventaja es que, a diferencia de las ciudades en donde los recursos para el aseo se asignan de forma discrecional, nuestro sistema se financia con base en la tarifa, lo que garantiza la auto-sostenibilidad financiera y la independencia de la política de turno.

No obstante, el problema ahora es de tiempo. El relleno Doña Juana tiene los días contados, así que una reforma estructural – tanto de modelo como de comportamientos – no es más un asunto de opinión ni de opción. La ciudad y sus diferentes actores –Administración, medios de comunicación, operadores privados, grandes productores de residuos, recicladores, organizaciones sociales y ciudadanía en general– tenemos 15 meses para lograr un cambio que si bien representa un desafío enorme, podría devolvernos el título de capital “ejemplo mundial de cultura ciudadana” y llevarnos de regreso a aquellos días en que la Bogotá coqueta mostraba su mejor cara a pesar de las adversidades.

Es por todo lo anterior que encontramos aquí una maravillosa oportunidad: oportunidad para que los medios se conviertan en una herramienta pedagógica de espectacular alcance – sin abandonar su compromiso con la verdad –; oportunidad para que el Alcalde y sus colaboradores recuperen la confianza de quienes los eligieron mediante un perfeccionamiento técnico y una comunicación más amable y fluida; oportunidad para que los operadores privados se consoliden en el sistema a través de la prestación un servicio eficiente y respetuoso de los derechos de los recicladores y, finalmente, una oportunidad para nosotros, la ciudadanía, quienes estamos en mora de demostrarnos que la cultura ciudadana es el sello por excelencia de nuestra ciudad, que vive y sobrevive en nuestros actos cotidianos y que así seguirá siendo para el disfrute de las nuevas generaciones.

Un primer paso en la dirección correcta es reciclar en la fuente y animar a otros a que lo hagan en sus casas, en el estudio, en la oficina. Esta es una tarea sencilla que, por la vía del compromiso individual, posibilitaría un resultado colectivo determinante para el éxito de nuevo modelo. En la próxima entrega de este artículo, exploraremos en detalle cómo desde la acción colectiva podemos superar la coyuntura y lograr un cambio cultural profundo y duradero.

*Antropóloga e investigadora de Corpovisionarios, centro de pensamiento sobre comportamiento y cultura presidido por el académico Antanas Mockus y que asesora, investiga, diseña e implementa acciones para lograr cambios voluntarios de comportamientos colectivos.
s.camacho@corpovisionarios.org
@corpovisionario

Por Sandra Camacho* / Especial para El Espectador

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