Confianza y afecto: la nueva apuesta para cambiar El Redentor

El Instituto cumple cinco meses implementando su estrategia entre los jóvenes. Pese a las dificultades y a las limitaciones, el trabajo empieza a mostrar resultados.

Kelly Rodríguez / krodriguezd@elespectador.com
07 de julio de 2019 - 02:00 a. m.
La huerta es uno de los programas pedagógicos que ha tenido mayor acogida en el centro. / Óscar Pérez - El Espectador
La huerta es uno de los programas pedagógicos que ha tenido mayor acogida en el centro. / Óscar Pérez - El Espectador

Asesinos, ladrones y drogadictos, sin posibilidad de resocialización. Ese ha sido el concepto de algunos ciudadanos frente a los jóvenes y menores que se encuentran recluidos en El Redentor. Para muchos la única referencia que tenían de este centro era que las autoridades cada mes debían contener hasta tres amotinamientos, donde la represión parecía la única estrategia.

No obstante, hace cinco meses, en la institución se viene haciendo una nueva apuesta: poner en marcha una política en la que la confianza es uno de los principales pilares para mostrarles nuevos caminos a los jóvenes en conflicto con la ley. La tarea no ha sido fácil y en eso coincide el equipo del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idiprón), que desde el 1° de febrero está al frente específicamente del área donde permanecen aquellos que cumplieron su mayoría de edad bajo custodia.

Cuando Alirio Pesca asumió como director del área, le advirtieron la situación: los muchachos tienen celulares y armas blancas, hay grupos que no se pueden mezclar, se enfrentan con la autoridad, no les gusta que entren jóvenes nuevos y se roban los objetos de valor. El ambiente hostil y violento tenía que ser combatido y el Idiprón le apostó a una estrategia precisa: pedagogía, confianza y afecto.

Por eso su iniciativa fue diferente a la de otros operadores: creer en la autonomía de cada joven, construir relaciones de confianza con los funcionarios y ofrecerles espacios formativos que pudieran aprovechar para su proyecto de vida. Estos fueron los pilares de este “experimento” que, al comienzo, no le hizo mucha gracia a los pelados. La apatía, el desdén y el escepticismo opacaron los primeros acercamientos. No obstante, hoy se empiezan a notar resultados.

Diferentes modelos

El cómo atender y qué hacer con los menores infractores ha sido un reto en casi todos los países. Hace poco el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) invitó a Gabriela Picco, directora del Instituto Penal de Menores Ferrante Aporti, de Turín (Italia), para conocer el modelo que usa su país para tratar a esta población. Las diferencias con el esquema colombiano, aunque apuntan al mismo resultado, son evidentes.

Mientras en Turín el centro está rodeado con muros de seis metros (con sensores para detectar el paso de droga o celulares); cuenta con cincuenta policías para custodiar y un completo equipo psicosocial, preparado para contener a los jóvenes cuando hay actos de rebeldía, y de educadores, encargados de brindarles herramientas pedagógicas, en El Redentor la situación es otra.

Para comenzar, sus instalaciones no tienen aspecto de penitenciaría y solo tiene dos policías. Si un chico se enferma, uno de ellos debe salir a acompañarlo al médico. Si se enferman dos, el centro se queda sin vigilancia. El resto queda a cargo de un equipo de 42 funcionarios del Idiprón, que deben hacerles frente a todas las situaciones.

Otra diferencia notoria es que, en Italia, si un muchacho en 45 días monta su proyecto con el equipo psicosocial y empieza a cumplirlo, tiene más posibilidades de quedar en libertad antes de tiempo. Si no cumple y llega a la mayoría de edad, es remitido a la cárcel de mayores. En Bogotá, no hay presión. Fuera de que a los jóvenes no los llevarán a una penitenciaría para adultos, tienen la libertad de elegir si quieren trabajar o estudiar.

Sin embargo, en esto juega mucho la presión y la influencia de otros infractores. Tradicionalmente los más fuertes amenazan y reprimen a quienes empiezan a destacarse y a mostrar disposición. Es justo este tipo de conductas las que quiere acabar el Idiprón con su nuevo modelo, en el que la libertad de elegir es la principal apuesta.

“Los muchachos hacen lo que quieren. Esto es una cosa de derechos humanos. Por eso el equipo promueve hábitos de vida saludables, entre ellos, una disciplina desde lo básico y los motiva a participar de actividades pedagógicas, para que reciban beneficios como que su familia pueda llevarles comida o más tiempo con sus parejas. Más allá de imponerles, el equipo busca la razón de por qué no quieren, por qué están agresivos o qué les pasa. Es ir más allá”, explicó Alirio Pesca.

Cambios

Ante la ausencia de represión, se han presentado dos tipos de reacciones. Por un lado, están los chicos que conviven, hablan y llegan a acuerdos con la autoridad; por el otro, están los que resisten al nuevo esquema. Con estos últimos lo que se hace es reportar sus casos ante la Defensoría de Familia y el juzgado, para que no se les concedan beneficios (estudio o cambio de medida).

El esfuerzo ha traído frutos alentadores. Por primera vez, hay tres mayores participando de un proceso pedagógico restaurativo. “Estoy en proceso de reparación de víctimas. Debo reunirme con la mamá de la persona a la que maté. La idea es vernos, decirle qué pasó y pedirle perdón mirándola a los ojos. Estoy preparándome. También voy a hacerle un detalle”, indicó un joven que lleva cuatro años interno y que está a la espera de que el juez le otorgue un cambio de medida, por buen comportamiento.

Él comparte casa y el propósito de pedir perdón con otro muchacho que ha entendido, en los seis meses que lleva privado de la libertad, que cada acto tiene consecuencias. “Es una indemnización de corazón a la víctima. Estoy haciendo un cuadro, que es un árbol grande. En la mitad hay un río y yo le escribí que nacimos para cometer errores y aprender de ellos, y ahí le pido perdón. Ha sido duro, porque mi mamá falleció y a los dos meses yo estaba acá. Me tocó pasar Navidad, Año Nuevo, mi cumpleaños y el de mi mamá aquí”. Ambos conforman el grupo de pelados que abrazan la libertad una vez a la semana, cuando salen a recibir clases de natación sin custodio.

“Para otros eso puede ser insignificante, pero para nosotros es una verraquera, porque los niveles de confianza hacen que ellos no se escapen. La idea es que entiendan que queremos apoyar su proceso de libertad. Si no hacen un buen proceso restaurativo, seguro volverán a la delincuencia. Estos centros están creados para vigilar y castigar, pero nosotros implementamos la seguridad dinámica, que plantea que el afecto es más poderoso para contener y sanar. Estos muchachos tienen secuelas de maltrato y de derechos negados, como la salud, la educación y la comida. Si el afecto puede curarlos, vamos por buen camino”, concluyó Pesca.

Por Kelly Rodríguez / krodriguezd@elespectador.com

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