La historia de un sacerdote, que tuvo un hijo con una menor de edad, ha sacudido por estos días a la opinión pública. No solo por el hecho como tal, sino porque, al parecer, la cúpula de la iglesia conoció el caso y optó por protegerlo y encubrirlo. Los hechos fueron revelados por el periodista Juan Pablo Barrientos, escritor del libro “Dejad que los niños vengan a mí”, el cual contiene numerosas denuncias sobre abusos cometidos por presbíteros de la Iglesia Católica.
Las versiones de Paola, como llaman a la víctima para proteger su identidad, y Nelson William Montes Lizarazo, el religioso acusado de pederastia, son contradictorias. La mujer, que hoy tiene 30 años, denunció públicamente que sufrió tocamientos y abuso carnal abusivo por parte del cura. A su vez, el exsacerdote asegura que se trató de una relación de amor, consensuada e, incluso, permitida por los padres de la mujer.
Fue a finales de enero cuando el caso le dio la vuelta al país. Caracol Radio entrevistó a Paola quien aseguró que, desde que tenía 10 años, Montes Lizarazo se aprovechó de su investidura para acercarse a ella, ganarse su confianza y abusarla sexualmente. Esta situación provocó que ella quedara embarazada cuando tenía apenas 15 años.
“Le gustaba estar con los niños tocando guitarra. Era muy especial ver a un seminarista tan cercano a la iglesia. No veíamos nada malo. Un día estábamos solos y me tocó las piernas y mis partes íntimas. El susto fue terrible. Una niña no se imagina que una persona como él le vaya a hacer ese tipo de cosas”, narró Paola. Tras este evento, pasaron tres años en los que el sujeto seminarista siguió su camino al sacerdocio.
“Regresó cuando tenía 13 años y un día me pidió que lo acompañara a la casa de su hermano a recoger unas cosas. Pedí permiso a mis papás y lo acompañé. Fuimos a una de esas casas que parecen pensiones, en Patio Bonito, y me encerró. Comenzó a tocarme y a besarme. Me asusté terriblemente, iba a gritar, pero me dijo que no lo hiciera. Me preguntó si no no sentía aprecio por él, que si él no se había portado lo suficientemente bien conmigo y con la gente de barrio, como para que yo tuviera esa reacción. Le dije que no quería estar ahí. Él me tapó la boca y me dijo que eso era designio de Dios, que tenía que ocurrir, porque él era un enviado de Dios y lo que estaba pasando no estaba mal”, continuó la mujer.
La segunda vez que, según Paola, sostuvieron relaciones sexuales fue dentro del Seminario Mayor de Bogotá. Ante la mirada de curas, seminaristas y particulares, Montes Lizarazo logró ingresar a la niña diciendo que era su sobrina y que solo pasaba a recoger algunas cosas. Ya en la habitación que tenía designada, la accedió carnalmente. Ella narró que esto siguió pasando en varias oportunidades y quedó embarazada. “Fue terrible, porque era una niña, era una situación muy difícil. La noticia se la contamos los dos a mis papás y reaccionaron terrible. Mi mamá se enfermó y mis hermanos no podían ni verlo. Hasta ese momento, ellos no sabían lo que pasaba entre él y yo”, explicó la mujer.
El niño nació y Paola aseguró que el sacerdote no era constante con la cuota de manutención, que debía entregar por su hijo. Esto la obligó a acercarse a Bienestar Familiar, comisarías, Fiscalía y centros de conciliación particular, en busca de garantías para su niño, pero Montes Lizarazo se desaparecía frecuentemente.Ya en 2012 decidió volver a tocar las puertas de las autoridades, pero, esta vez, para pedir justicia para ella y empezó un proceso penal ante la Fiscalía en contra del sacerdote y de la Arquidiócesis de Bogotá. Sin embargo, el ente de control no hizo mayor cosa, al contrario, archivó su denuncia dos veces.
“Fue amor, consensuado y permitido por la familia”
La otra cara de la moneda es la versión del religioso. Luego de que salió a la luz el testimonio de la mujer, Montes Lizarazo, quien hoy tiene 50 años, decidió contar “su verdad” sobre lo ocurrido. Aceptó que conoció a Paola en el 2000, cuando todavía era seminarista. En 2002 se ordenó para la Arquidiócesis de Bogotá, volvió a la parroquia y se reencontró ella. No obstante, aseguró que esperó, hasta cuando ella cumplió 14 años (en 2004), para declararle formalmente su amor.
Aquí hay que aclarar por un lado que, tener relaciones sexuales con una menor de 14 años es delito. En el caso del Código de Derecho Canónico, cuando superan esa edad pueden contraer matrimonio, siempre y cuando, cuente con el aval de sus progenitores. Por esto, al cura le pareció pertinente aguardar hasta esa edad.
“Me sentí correspondido. No sabía qué decir, ni qué hacer, pero vi el momento y la oportunidad de manifestar mis sentimientos y estos fueron aceptados por la familia. Esperé hasta que ella cumpliera 14 años para pedirle su mano a la familia. Antes de eso no la besé, ni la toqué como ella dice (…) No creo que haya sido abuso, porque abuso para mí es haber usado el ministerio para intimidarla o manipularla. Yo no diseñé nada, las circunstancias se dieron para que tuviéramos una relación y sucedió, pero nunca le expresé que me tenía que hacer caso, porque yo era la voz de Dios, divino, consagrado, nada de eso”, afirmó el ex presbítero.
Agregó que el embarazo fue producto de un “amor sincero”, que tenía un proyecto de vida con ella, la acompañó en todo el proceso de gestación y, cuando nació el bebé, lo reconoció. De hecho, dijo que, en su momento, decidió retirarse del sacerdocio para vivir una vida en pareja con Paola, pero que su suegro lo persuadió de no hacerlo. “El papá me dijo que si me retiraba quién iba a ver por el niño. Llegamos a un acuerdo, le dije que seguiría en el ministerio, pero que quería vivir con Paola y aceptó. Vivía mi ministerio en la parroquia y me quedaba los fines de semana en la casa de Paola, que era la casa de los papás. Compré cuna, cama, organicé el cuarto y todo funcionaba de maravilla”, relató Montes Lizarazo.
Así las cosas, el hombre contó que mantuvo una doble vida y, después del nacimiento del niño, empezaron los problemas. Según él, además de los $50 mil semanales para la manutención del bebé, la mamá de Paola le exigía cubrir otros gastos como la ropa “de marca” para el niño y servicios públicos, arriendo y mercado por la estancia del bebé y la pequeña madre en la casa.
“Cuando empezó el problema económico, como obligándome, me revelé. Ellos llegaban a la parroquia, desde una banca de atrás me mostraban una lista y reclamaban la mensualidad. Cuando se rompió todo, me produjo mucho dolor. Yo no he sido el único adulto que se ha enamorado de una menor de edad. Ante las normas, parámetros, etiquetas sociales y una estandarización de las conductas humanas, estaría mal lo que pasó”, dijo el exsacerdote, quien reiteró que él sí se enamoró de Paola.
Una lucha de David y Goliat
En todos estos años, la única vez que la iglesia contactó a Paola para abordar su caso fue el 3 de mayo de 2018. La mujer grabó la reveladora conversación que sostuvo por más de dos horas con el padre Mauricio Uribe Blanco, juez del tribunal eclesiástico, decano de la facultad de filosofía y humanidades de la Universidad Sergio Arboleda y conjuez de la Corte Constitucional, entre los años 2014 y 2017.
A pesar de que Nelson William Montes Lizarazo supuestamente había sido expulsado en 2009 por el abuso sexual que cometió contra Paola, en 2010 fue recomendado para trabajar en la diócesis de San Carlos, de Venezuela. De acuerdo con el audio, revelado también por Caracol Radio, el padre Mauricio Blanco le confirmó a Paola que, en 2011, la Arquidiócesis informó a la Fiscalía que el sacerdote vivía en el país vecino, con autorización para prestar servicio en dicha diócesis.
“Dicen que el cura se había volado a Venezuela con la complicidad de un obispo de allá. Él desapareció de 2010 a 2016, y en 2017 le abrimos investigación preliminar. Él confesó, tu caso lo tenemos muy claro. Ya la arquidiócesis tiene toda la artillería preparada para responder, si es que la demanda prospera”, advirtió el juez del tribunal canónico a Paola.
Y, al parecer, la artillería ha funcionado, pues, hasta ahora, nadie ha respondido por el caso de esta mujer y su hijo. “La iglesia ha hecho lo que tenía que hacer desde su competencia y ahí no se puede meter el Estado a juzgar. Aquí se han hecho las cosas con altura, responsabilidad, discreción y reserva, respetando tus derechos, porque estamos del lado tuyo”, agregó Uribe Blanco aclarándole a Paola que podía poner las demandas que quisiera, pero la iglesia ya estaba blindada jurídicamente.
El párroco continuó su discurso de persuasión para que la mujer desistiera de tomar otras acciones legales contra la jurisdicción eclesiástica recomendándole que no se dejara llevar por una especie de “masoquismo, porque hay que dejar que las heridas sanen” y que no debería involucrar a su hijo pues “hay que saber manejar el asunto y, para eso, necesita orientación”. En 2017, luego de que este hombre regresara de Venezuela, la Curia Arzobispal reabrió el caso y, finalmente, en 2018, lo expulsaron por segunda vez de la iglesia.
Exculpado por confesión
Aunque la cúpula de la Iglesia Católica se lavó las manos, Nelson William Montes Lizarazo los desmintió. En medio de su confesión, contó que cuando la curia conoció los hechos, le hizo saber que su caso tenía salvación y lo envió a la Casa de Encuentros El Rodeo, en La Ceja (Antioquia). Este, según explicó, es sitio al que llegan los “sacerdotes problema”, para tratar de reencaminarlos en su labor espiritual. Allí permaneció dos meses y dijo que se fue para Venezuela, recomendado por el anterior arzobispo de Bogotá, monseñor Pedro Rubiano Sáenz, y con el visto bueno del actual, el cardenal Rubén Salazar.
“La Arquidiócesis siempre supo la dirección de mi casa, mi número telefónico y dónde estaba. Me fui autorizado por Pedro Rubiano Sáenz. Para uno ir a otra diócesis debe existir un acuerdo entre los obispos. No es que yo llego y me reciben. Es más, monseñor Rubén Salazar me envió una carta de felicitación en Navidad. Si me envían eso no es porque yo me hubiera escapado”, explicó.
Montes Lizarazo añadió que reconoció que cometió un pecado, pero ya se confesó. Eso, junto a un retiro de dos meses, habría sido suficiente para que el ex presbítero exculpara un grave delito, al parecer, avalado, protegido y encubierto por la Arquidiócesis de Bogotá, en cabeza de sus dos últimos arzobispos.
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