Día contra el reclutamiento infantil: ¡Qué horror, qué horror, qué pena!

Este 12 de febrero es el día mundial contra el reclutamiento de niños y niñas para la guerra, un día para la reflexión sobre nuestra responsabilidad como familia, sociedad y Estado frente a la protección integral de la niñez. Nuestra desprotección allana el camino para que recorran, como única forma de vida, el camino que más los acerca a la muerte.

Ximena Norato *
11 de febrero de 2019 - 09:13 p. m.
AFP
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- ¡Papá! yo voy con usted.

- No mijo, quédese que ahorita vuelvo.

- Que la virgen lo acompañe apá…

Esa fue la última vez, que Juan vio a su padre.

¡Corre Juan, corre!: Desplazamiento número 1

La primera vez que a Juan y a lo que quedaba de su familia los desplazaron de su finca, no tenía ni 10 años. A su papá la virgen no lo acompañó esa noche sino los paramilitares y no trajeron de regreso, tampoco a su hermano ni a otro familiar. Al día siguiente, se colgaron al hombro lo que pudieron y se fueron.

Al año, regresaron a su tierra y Juan pudo volver a su vida habitual. Desde que lo puede recordar, dedicaba sus días a trabajar raspando coca en la mañana y en los laboratorios debidamente dotados con ácidos y otros químicos para refinar la coca, en las tardes.

El estudio no era una opción. Por la margen derecha del Río Cauca estaban las Farc. Por la izquierda, los paras… No había pasado otro año, y…

¡Corre Juan, corre!: Desplazamiento número 2

“En el pueblo, yo no alcancé a estudiar. Éramos muy pobres, yo vendía cositas, tenía 11 años. Al frente de mi casa vivía un niño y nos hicimos muy amigos. Su familia siempre había sido de las Farc, pero yo no sabía. Mi amigo llevaba comida a los campamentos, les hacía mandados… Un día, unos señores llegaron en una camioneta y me metieron en una bolsa negra, me llevaron a las afueras del pueblo y me empezaron a golpear”.

Lo habían visto con Jacinto, su amiguito. Juan no entendía por qué lo habían amarrado y por qué hablaban de picarlo y arrojarlo al río. Decidieron dejarlo ir y le dieron dos horas para desaparecerse del pueblo, sin contarle a nadie.

¡Corre Juan, corre!: Desplazamiento número 3

Llegó a su casa maltrecho, adolorido y asustado. Le dijo a su mamá que se tenía que devolver a trabajar a la mina de oro. No le contó la verdad para que no la mataran. Tenía que protegerla.  Juan se fue y nunca volvió. Desplazado tres veces por los paramilitares, terminó aceptando la invitación que día a día le hacían las Farc y su amiguito, que ya empezaba a hacer parte de esas filas. 

“Yo no quería irme, yo nunca quise, pero estaba solo. Nadie sabía lo que me pasaba y si volvía me mataban a mí y mataban a mi mama”. Se fue con las Farc antes de cumplir los 12… a los 14 nuevamente hizo lo que mejor sabía.

¡Corre Juan, corre!

Se escapó y volvió a su vida habitual: raspar coca. Pronto, el Eln descubrió que había pertenecido a las Farc, pero no tomaron represalias y lo invitaron a unirse a ellos. “Yo estaba muy aburrido, yo nunca he querido eso y yo creo que se notaba”.

- ¿Nos volamos?

Este me está haciendo inteligencia… Pensó Juan y decidió ignorar a su compañero del nuevo grupo, pero éste seguía insistiendo, hasta que un día decidió decirle que sí. “Y empezamos a soñar con irnos”. El día de la fuga, en la entrega de turno, todo estaba listo.

- Empiece a caminar usted.

- No empiece usted.

“Uno sabía que, si era por hacerlo caer, lo fusilaban por la espalda” pero al fin Juan dio el paso y nuevamente… ¡Corre juan, corre!

Y corrieron dos días.

Durante la fuga, una comisión, otro grupo de la guerrilla, les disparó con una intencionada mala puntería. Arañados, picados, heridos, llegaron a una finca y pidieron un celular prestado para poder llamar al 146 y entregarse. El campesino, asustado, les dio su celular, pero no tenía casi minutos ni batería.

Buscaron ropas, guardaron las armas en un costal y empezaron a caminar, muy cansados, lastimados, con hambre.

- Hermano, si logramos salir de esto es un milagrito de Dios. Si nos van a atrapar, vuélese solo, yo ya no puedo correr.

A sus 16 años, Juan ya no tenía fuerzas para correr, una astilla atravesaba su bota y cientos de ellas su corazón. Un camión los recogió, y el conductor les dijo que lo tenían que esperar, porque iba a desayunar

“Y nosotros con esa hambre, que ya no podíamos.  Sentíamos que la gente nos miraba raro, nosotros mirábamos para el piso, no sabíamos qué iba a pasar”.

Cuando siguieron el trayecto volvieron a llamar a la línea 146.

- ¿Aló?

- Nos vamos a entregar

- Dejen de molestar…

- Tutututu y cogaban,

No nos creían, la batería titilaba… se iba a acabar la batería.

“Cuando mencioné el nombre del frente me creyó… y me preguntó dónde estábamos. Le dije que bien afuera del pueblo, pero ya estábamos entrando. Me echaron como $20.000 en minutos y me pasaron con un coronel. Yo le decía”:

- Deme un punto para vernos ¡Se me va a apagar el celular! ¡Prométame que no nos matan!

Divisan a dos soldados y detrás un carro. Juan le dice al que está al teléfono, que los está viendo.

- Yo los mandé, entréguese a ellos.

- Pero mire, si nos van a hacer algo, respondemos.

- ¡Pare, Pare! Le gritan al del camión.

Cuando se acercan para agradecerle, le cuentan quienes son y le dicen que se van a entregar. “El señor me dijo: ¡Ay mijo! si me hubieran dicho… y yo comiendo solo y no les di”.

Caminábamos hacia los soldados, todos con un teléfono en la mano, las armas atrás.

- ¿Ustedes son? preguntan los soldados.

-  Sí…, respondieron

- ¡Bienvenidos a la libertad!

Me tiré en una hierbita y me quedé quieto. No podía creer que lo habíamos logrado. Juan no podía creer que ya no tenía que volver a correr…

** Juan no quería cambiarse el nombre, porque ya había tenido muchos alias. No obstante, por su protección y la de su mamá, que aún vive en ese pueblo, optamos por hacerlo.

* Directora Agencia PANDI

Por Ximena Norato *

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