Doña Juana: en las entrañas de la indiferencia

Cada día arriban en promedio 800 camiones que descargan casi 6.000 toneladas de residuos. Lo que llega al relleno, que tiene los días contados, es muestra de la inconsciencia de los bogotanos.

Felipe García Altamar / fgarcia@elespectador.com / @FelipeAltamar
30 de septiembre de 2017 - 11:00 a. m.
Ochocientos camiones como este suben a diario a Doña Juana. En total depositan unas 6.000 toneladas de basura. / Fotos: Cristian Garavito - El Espectador.
Ochocientos camiones como este suben a diario a Doña Juana. En total depositan unas 6.000 toneladas de basura. / Fotos: Cristian Garavito - El Espectador.

 

 

Cada dos minutos llega un camión de basura al sector II de Doña Juana. En el relleno, la operación debe ser sincronizada, pues es tal la cantidad de vehículos que un error o un bloqueo puede causar un retraso en cadena, que se siente en los barrios cuando no pasa a tiempo el camión. Los carros deben recorrer los dos kilómetros de vía, entre la entrada y la zona de disposición, que en algunas partes es una verdadera trocha. Una vez en la cima de una montaña de basura, de 50 metros de altura, los operarios indican dónde parquear y descargar. Cientos de bolsas negras salen expulsadas con todo tipo de deshechos, mezclados con plásticos, cartones, latas y otros materiales que pudieron haber sido reutilizados, pero que están contaminados. Lo que dejan es prácticamente el reflejo de la indiferencia de los bogotanos, que creen que reutilizar no es asunto suyo. (LEA: Con reciclaje, en dos años Bogotá podría comprar a Neymar)

El olor en el sitio es insoportable. Con o sin tapabocas, es difícil respirar. Cada inhalación deja en la garganta una nauseabunda sensación de asfixia. La primera reflexión es: ¿cuánto de mis deshechos estarán ahí provocando ese ahogo, que afecta a las personas que tienen sus hogares a 200 y 300 metros del relleno? Aunque no lo crea, la indiferencia con la que muchos botan un papel al piso o la pereza de separar en casa lo que se puede reciclar son acciones que suman gramos a un problema que se ve reflejado en las 6.000 toneladas que llegan a diario a Doña Juana. 

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La labor de los operarios continúa. Dos trituradoras desintegran las bolsas y hacen trizas la inmundicia, así como objetos que a otro ciudadano le hubieran podido servir. Luego llega otra máquina a esparcir arcilla, que se mezcla con toda la basura, para que ni los carros ni los trabajadores se hundan entre la porquería. A lo lejos se ve una retroexcavadora que remueve todo entre la montaña, para no malgastar ni un centímetro de espacio. Finalmente, para poder seguir apilando basura y arcilla, se aplica cal, para matar larvas de moscas, y se pone una membrana para seguir con la operación. Todo este proceso fue bautizado por el operador CGR como “optimización de zonas”. Hoy cada espacio se debe aprovechar, en especial porque saben que, por ahora, la actual zona de disposición sólo tiene licencia hasta 2022(LEA: El drama de vivir a 200 metros de Doña Juana)

Ni los camiones de basura, ni las trituradoras, ni las retroexcavadoras transitan a su antojo. Cada movimiento es coordinado por sus compañeros en tierra, quienes les indican dónde están las chimeneas, ancladas en lo profundo de la montaña, por donde salen los gases y escurren los líquidos que produce la basura en descomposición (lixiviados). 

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Mientras esto ocurre en la zona de disposición, otro proceso se vive en la zona de tratamiento de lixiviados. Ubicada a mitad de camino entre la base y la cima de la montaña está la vieja planta a donde llegan litros y litros de líquidos tóxicos. Sin embargo, no da abasto. Según CGR, debido a la cantidad de basura que llega al relleno, se requieren equipos para tratar 25 litros por segundo, y la que hoy opera sólo procesa 14. Aunque hay una propuesta para modernizarla, que costaría $80.000 millones, se espera el aval para aumentar la tarifa de aseo a los bogotanos y así poder construirla. (LEA: 20 años de una tragedia que no se supera)

Pese a todos los trabajos del operador y de una rutina que demuestran algo de experiencia, no hace falta leer grandes informes de los organismos de control para descubrir que hay incumplimientos. Sólo el olor que despiden toneladas de desperdicios son una invitación a tomar medidas urgentes. (LEA: Los pecados del relleno Doña Juana)

A pesar de que los profesionales de CGR son conscientes de la situación, hacen una pregunta válida: “Pero ¿a dónde se manda el relleno si ya lo tenemos acá? ¿Por qué mejor no se perfecciona?”, dice el ingeniero Carlos Alberto Vega, geotecnista del relleno, quien resalta que los problemas en Doña Juana no son por falta de experiencia, sino de recursos. Por eso insiste en el mismo llamado que por meses viene haciendo CGR: hay que aumentar la tarifa de aseo si se quiere tener una mejor operación.

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En medio del recorrido, Vega lamenta la gran cantidad de residuos reciclables que se tienen que enterrar. “Muchos se podrían aprovechar, pero no hay cultura entre la gente. Supongamos que se hace un proyecto de aprovechamiento en el relleno, ¿qué área se necesitaría para separar 6.000 toneladas diarias? Lo mejor sería que la gente empezara en casa”, concluye.

Ir al relleno es una oportunidad para la reflexión. Hoy Doña Juana tiene fecha de vencimiento y la ciudad no tiene plan B. Es ser testigos de la indiferencia de los bogotanos. ¿Hasta cuándo seguirá?  (LEA: 631.000 personas esperan indemnización tras el derrumbe en Doña Juana)

 

Retorne aquí al especial Doña Juana 20 años de la catástrofe ambiental

 

Por Felipe García Altamar / fgarcia@elespectador.com / @FelipeAltamar

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