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El primer sindicato de empleadas domésticas en Bogotá

De cómo el primer sindicato de empleadas domésticas fue creado en Bogotá a finales de la década de 1930.

Tatiana Acevedo
12 de mayo de 2013 - 08:06 p. m.
El primer sindicato de empleadas domésticas en Bogotá

De acuerdo con la Enciclopedia Católica Online, Santa Zita nació en Lucca, Italia, en 1218. A los 12 años comenzó a trabajar como sirvienta, pues su familia era “pobre aunque muy piadosa”. El jefe de la casa donde Zita trabajaba era violento. Mientras todas las otras empleadas se quejaban por el maltrato, Zita era la más hacendosa y “aceptaba el maltrato con buena gana para asemejarse a Cristo, que fue humillado y ultrajado”. Durante la década del 30, la Acción Católica Colombiana deseaba que las mujeres colombianas fueran como Zita (aunque no todas las mujeres, sólo las “sirvientas”). Por esto, y con la santa Zita como ejemplo, crearon el primer Sindicato de Servicio Doméstico del país.

Era 1938 en Bogotá. López Pumarejo finalizaba su Revolución en Marcha, Eduardo Santos se preparaba para asumir el poder y el Partido Conservador se abstenía de participar en el Congreso de la República. El derecho a la huelga había sido reconocido legalmente y tanto el gobierno como el gaitanismo y el Partido Comunista, promovían activamente la formación de sindicatos. La Iglesia, por su parte, preocupada por la “invasión del comunismo”, había decidido promover sus propios sindicatos católicos. En este contexto, y mientras la izquierda y el liberalismo cortejaban a los movimientos obreros, la Iglesia decidió encabezar la causa de las empleadas del servicio.

Al entrar al sindicato las empleadas se comprometían a pagar una cuota mensual. A cambio recibían un carné, asesoría espiritual, ayuda buscando trabajo, posada y comida en caso de enfermedad. Desde la dirección de la organización comenzó a imprimirse un semanario titulado Orientación Doméstica, pensado especialmente para “ellas”. Como lo ha documentado el profesor Plata Quezada, el sindicato duró activo un poco más de dos décadas y se fue acabando debido, entre otras cosas, a las rencillas entre las mujeres importantes del círculo católico que lo apoyaban.

En estos años se tejieron fuertes vínculos de solidaridad entre las trabajadoras domésticas de varios barrios que se brindaban todo tipo de apoyo práctico: préstamos, información, recomendaciones médicas, amorosas. Fruto de veinte años de reuniones y rezadera, y gracias a los buenos contactos de la curia con muchas de las familias acomodadas que las empleaban, el sindicato logró llegar a unos acuerdos mínimos, como el exigir a las patronas de siete a ocho horas de sueño. Sin embargo, y volviendo a la santa Zita, las directivas del Sindicato partían de la desconfianza hacia las mismas empleadas y promovían entre ellas la obediencia y, por sobre todas las cosas, la resignación.

La curia, las monjas, las señoras caritativas y todos los que participaron de la iniciativa desconfiaban de sus “protegidas”. Las consideraban carne débil y pensaban que en cualquier momento acabarían por ceder a los “impulsos básicos de la carne y el pecado”. Por ello les recordaban la importancia de la virginidad y la virtud: “Antes de entrar a servir, mucho debes encomendarte a Dios para que te conceda una casa cristiana, donde tu fe se acreciente, y no peligre tu inocencia”. Se esmeraban también en ocuparles todo el día de descanso. Los domingos en la mañana se organizaban ejercicios espirituales, rezos sistemáticos, misas, confesiones grupales, paseos a iglesias cercanas, cantos de Dios. Y por la tarde una congregación de monjas se hacía cargo de reforzar el mensaje de la castidad: “Las Hermanas Dominicas están todos los domingos de las 3 en adelante para atenderlas y desean que asistan bastantes muchas en cambio de ir a lugares que no les convienen pues tienen peligros contra la moral cristiana: hoy el diablo no descansa”.

Además de cuidar la carne, las empleadas debían cuidar la lengua. Las directivas del sindicato les aconsejaban ser ante todo obedientes y no desafiar a la autoridad. La virgen, Dios (y las patronas) agradecerían esta docilidad: “Actos de humildad, de obediencia; pequeñas mortificaciones. Si cumples tu trabajo calladamente aunque te cueste mucho, si soportas algún dolor o molestia sin quejarte, si con humildad aceptas represiones, tendrás un manojo muy lindo y fragrante de flores para ofrecer a la Reina del Cielo a quien tanto amas”. Por último les insistían en la importancia de la resignación, pues los pobres siempre serán pobres, los ricos, ricos, y la verdadera justicia “sólo se encuentra en el cielo”.

Así, mientras otras revistas para mujeres ofrecían fantasía, consejos de belleza, fotografías de moda, descripciones de ciudades cosmopolitas y lejanas, Orientación Doméstica: “la revista para mujeres empleadas del servicio”, ofrecía rezos de virginidad, consejos para fregar los pisos, limpiar los orines del piso de los baños, recetas para preparar platos que se comerían otros: “Pastel de lengua y sesos: para la pasta se preparan dos o tres redondeles grandes de masa de harina de trigo (…) para el guiso se toma una lengua, unos sesos, 4 onzas de cebolla (...) se les sirve a los comensales con perejil”.

Por Tatiana Acevedo

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