En las ollas, los habitantes de calle de Bogotá construyen una identidad, según estudio

De acuerdo con un análisis de la Universidad Nacional, la calle es tanto cama, cobija y abrigo, como el lugar donde los sin techo viven el peligro de morir. En estos espacios, los habitantes de calle como una comunidad marginada que en algún momento estuvo dispersa, establecen relaciones simbólicas y de poder.

Agencia de noticias de la u. nacional
19 de mayo de 2019 - 05:23 p. m.
Para los habitantes de calle, El Cartucho y el Bronx fueron un “espacio social” en el que se establecieron relaciones simbólicas, de acuerdo con el informe. / Archivo El Espectador.
Para los habitantes de calle, El Cartucho y el Bronx fueron un “espacio social” en el que se establecieron relaciones simbólicas, de acuerdo con el informe. / Archivo El Espectador.

Tras abordar a un grupo de 12 personas, habitantes y exhabitantes de calle de Bogotá, se observó que los señalamientos y condenas contra los sujetos excluidos los llevó a refugiarse en lugares como la Calle del Cartucho y la L, o Bronx, las dos grandes ollas del país. La investigadora Marcela Cifuentes, magíster en Sociología de la Universidad Nacional, afirma que los significados dados por los habitantes del Cartucho y la L muestran la realidad paradójica de la calle afuera y la calle adentro, siendo esta última el lugar donde formaron una identidad y moldearon un hábito que fortaleció una cultura de la calle proclive a continuar tras la desaparición de sus territorios.

Agrega que en los testimonios logrados a partir de entrevistas se observa que muchos de ellos asumieron las calles de Bogotá, y en especial las ollas, como sus hogares, donde en algunos casos construyeron familias, aunque muchas terminaban destruidas por el consumo de bazuco.

“Para algunos habitantes la calle se convirtió en su cama, cobija y abrigo, y adquirió un nuevo atributo con ciertos rasgos paradójicos, pues a pesar de ser ‘espacio público’ se volvió intransitable para muchos ciudadanos y transitable solo para aquellos que parecían con menos derechos sobre el espacio: los excluidos”, relata.

En dos cuadras, las calles del Cartucho y la L adquirieron para un grupo de personas el rasgo de un “espacio social” en el que se establecieron relaciones simbólicas y de poder por parte de una comunidad marginada que en algún momento estuvo dispersa y que con la consolidación de estos territorios pudo concentrarse en un mismo punto.

“Probablemente la decisión de muchos habitantes de calle de radicarse dentro del Cartucho, cerrarlo como olla y decidir no salir de él, o salir solo en ciertas ocasiones, se cimentó en el vínculo entre habitar la calle y el consumo de droga, ya que en el Cartucho era muy fácil conseguir y consumir distintas sustancias, especialmente bazuco”, agrega.

Muchos de ellos recorren la calle para sobrevivir: algunos “retaquean” o piden limosna, otros roban y limpian carros; todo depende de las habilidades que adquieren dentro de la olla.

“A diferencia de la calle, la olla tiene significados un poco ambiguos, porque es allí donde se genera el placer, donde algunos construyen la idea de familia, pero también es donde se vive el peligro de morir”, señala la investigadora.

Algunos testimonios se obtuvieron después de dialogar con exhabitantes de calle que participaron en el proyecto “Renovando el olvido: historias de la L en un modelo a escala”, desarrollado por el Museo Nacional, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y el Instituto Distrital para la Protección de la Infancia y la Juventud (Idipron).

Relaciones sociales alrededor del consumo de bazuco

“En todos los casos de la muestra existe una relación de mucho miedo hacia el bazuco, de mucho dolor, pero al mismo tiempo una atadura muy fuerte a lo que se origina de su consumo, porque es una serie de construcciones sociales que se hacen alrededor de este y de la manera en que se vive en estos lugares”, comenta la investigadora.

Agrega que “el día de algunos comienza buscando una dosis; cuando la consiguen deciden buscar algo de comer, si es que se acuerdan. A cierta hora del día, ninguna en particular, comienzan el rebusque del día a día escarbando en la basura para ver si encuentran un objeto que les pueda dar para varios días de consumo, o algo útil para vender en las bodegas de reciclaje”.

En conclusión, es claro que las dinámicas dentro de la L giraban en torno al consumo, ya que las estructuras de poder, el funcionamiento de cada gancho, las espacialidades, la rumba, el rebusque y la cotidianidad, al menos para el habitante de olla, estaban todas integradas a las posibilidades impuestas por el expendio y consumo de drogas.

“Dichas posibilidades convertían la L en un refugio clandestino y silencioso ante lo que –para ellos– es la otra ciudad, la de afuera de la olla. Poder consumir con cierta aceptación contribuyó al significado de la olla como territorio, como lugar y como tejido de una identidad común”, concluye la magíster.

Por Agencia de noticias de la u. nacional

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