Estas son las oscuras actividades de la banda Los Profetas

Los detalles de la investigación en contra de esta estructura criminal evidencian el alcance de quienes se disputan el negocio del microtráfico en Bogotá. En su historial delictivo figuran intimidaciones, homicidios y desapariciones.

Juan David Moreno Barreto
06 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.
Estas son las oscuras actividades de la banda Los Profetas

Se dieron a conocer como los Profetas, pero ese no es su verdadero nombre. Las autoridades los llamaron así por una sola razón: sus cabecillas se ufanaban de decidir sobre el futuro de sus enemigos, decían quién podía seguir viviendo y quién no. En San Cristóbal Sur, su centro de operaciones, fueron conocidos en realidad como la Olla de Quindío o la Banda de Careloco. Tras la investigación, conocida por El Espectador, un juez decidió enviar el pasado martes a prisión a 18 de sus miembros, quienes son señalados de acumular un prontuario criminal que se prolongó por más de una década. (Lea: Capturan a 23 integrantes de ‘Los Profetas’, expendedores de droga en Bogotá)

En esa localidad del suroriente de la ciudad, habitantes de Pinares, Altamira o La Belleza dicen en voz baja que esa organización no sólo era la responsable de inundar las calles y colegios de marihuana, cocaína y bazuco, sino que se le atribuyen todo tipo de delitos relacionados con el control territorial. De hecho, dentro del expediente reposa información detallada según la cual los Profetas cometieron de manera sistemática delitos como homicidio y torturas en contra de sus enemigos y de sus propios integrantes. Prueba de ello es que esta semana fueron exhumados dos cuerpos en esa zona, uno dentro de una casa y el otro en un potrero del sector.

Además, mientras los investigadores armaban el rompecabezas de la estructura organizacional, en distintas oportunidades tuvieron que desarmarla, ubicar nuevos integrantes o actualizarla cuando alguno de los dirigentes decidía disponer de la vida de quien fuera su hombre de confianza. “A mediados de 2016, cuando asesinaron a Careloco –de ahí uno de los nombres de la banda–, empezó una lucha por el poder interno, que terminó con la muerte de varios de ellos”, dijo un investigador de la Sijín de la Policía.

La ley del revólver imperaba en sus lugares de influencia. Se tiene evidencia de que los integrantes, especialmente los encargados de la seguridad de los cabecillas, portaban desde pistolas y miniuzis hasta escopetas tipo changón. Paradójicamente, durante los 15 allanamientos realizados la semana pasada en San Cristóbal y Suba, solo se encontró un arma de fuego marca Martial calibre 38, con ocho cartuchos. La explicación, según una persona que conoció de cerca el caso, es que los Profetas nunca estaban en un mismo lugar y tampoco sus armas. Pero sí les hallaron más de 40 kilogramos de marihuana y 250 cápsulas de bazuco.

La lucha por el poder

La historia de los Profetas comenzó hace más de una década, pero los agentes de inteligencia aseguran que la violencia dentro de la organización se exacerbó a partir de junio de 2016, cuando Jesús Armando Giraldo Bedoya, alias Careloco, fue asesinado por Arveja, uno de sus hombres de confianza. De ese homicidio se desprenden actos delictivos indiscriminados entre los hombres fuertes que se disputaban el poder en la localidad por quedarse con el botín, que ascendería a cinco millones de pesos diarios.

Careloco se había convertido en el máximo líder. Las autoridades lo habían capturado dos veces, en 2011 y 2014, pero siempre se las arregló para salir bien librado. La última vez que la Policía lo presentó ante los medios de comunicación, lo sindicaban de cometer cuatro asesinatos, pero no se descartaba que hubiera tenido injerencia en otros 14. Y es que en los archivos del Centro de Servicios Judiciales aún permanecen expedientes en su contra que datan desde 2008, por venta de drogas, porte de armas y homicidio. Ese era el perfil de quien se atrevía a ser la cabeza de una banda como los Profetas.

Con la desaparición de Careloco asumió Arveja, pero detrás de él estaban otros miembros de la estructura que buscaron abrirse paso para tomar las riendas del negocio. Uno de ellos era Pañales, quien en compañía de otro sujeto decidió quitarle la vida a Arveja el 11 de julio de 2016. El cuerpo de la víctima fue encontrado por partes, como se reveló durante la audiencia.

A partir de entonces comenzó el corto mandato de Pañales. Él había tenido problemas con una persona cercana a Careloco, porque había desobedecido sus órdenes, y por ello decidió expulsarlo de la banda. El amigo de Careloco no se quedó con los brazos cruzados: reunió a miembros de la organización con quienes decidió emprender una cruzada contra Pañales, a quien le quitaron la vida junto a su escolta, alias Cali.

La casa azul

En el barrio El Consuelo se levanta una vivienda que durante los últimos días empezó a despertar las sospechas de los vecinos. Aunque pocos se atreven a dar testimonio de lo que veían o escuchaban, las autoridades aseguran que en el patio de ese lugar se llevó a cabo la exhumación del cuerpo de una persona que habría sido asesinada y desmembrada. Y, al iluminar este espacio con una fuente de luz forense sobre un mesón de baldosa, los investigadores encontraron rastros de sangre.

De acuerdo con información revelada por la Fiscalía durante las audiencias preliminares, ese fue uno de los lugares en donde los Profetas realizaban fiestas, tomaban licor y ajusticiaban a sus víctimas. Así lo evidenciaron a través de un testimonio que les dio a las autoridades un hombre que los conoció de cerca.

A él le habían dado la orden de participar en el homicidio de un joven blanco, pecoso y de pelo rojizo que, según afirmó, era el encargado de vender droga en el barrio La Belleza. Los Profetas querían tomar el control de ese sector y por eso decidieron quitarle la vida. En el relato, el testigo asegura que miembros de la banda llegaron en una camioneta y en dos motos para cometer el crimen. A sangre fría, uno de ellos le disparó. Mientras tanto, la víctima pedía que no lo dejaran morir y que lo llevaran a un centro asistencial. Unos lo alzaron y lo subieron a la parte posterior del vehículo. “Yo pensé que lo iban a llevar al hospital o que lo iban a botar por ahí, pero lo llevaron a la casa azul”.

A plena luz del día, bajaron a la víctima del vehículo y lo dejaron en el patio de la casa. Allí estaban otros cabecillas, Pañales, Arveja y Goofy, quienes estaban celebrando por la nueva zona de la cual se habían apoderado. Entre tanto, el joven seguía con los ojos abiertos, moviéndose y los demás estaban repartiendo plata y riéndose.

El testigo no pudo aguantar el llanto y los demás se dieron cuenta de su reacción. Entre burlas, le dijeron que su misión era cortarlo en varias partes, pero se rehusó. Acto seguido, según el testimonio, los demás se abalanzaron sobre la víctima y la atacaron con un arma blanca. Perplejo, el hombre que presenció el hecho tuvo que limpiar la escena y salió a dar una vuelta por el barrio. Al regresar, encontró que los victimarios tenían en su poder el arma blanca y dos motosierras. Su nueva misión era llevar los restos hasta una zona boscosa en donde ya estaba listo un hueco profundo.

Quienes han tenido que ingresar a la casa azul luego de los allanamientos, aseguran que su interior despide una energía lúgubre. Los investigadores dicen que se sienten observados y dos de ellos coinciden en que, al ingresar, sintieron un frío en las rodillas que los obligó a salir de inmediato del lugar en donde se presume ocurrieron varios homicidios.

Pese a estos hechos, la Policía afirma que esta vivienda no era una denominada casa de pique ni allí había una fosa común. El coronel Douglas Restrepo, comandante de la Sijín, sostiene que esta figura no aplica para este inmueble, porque “si se tratara de eso, habría más de tres cuerpos enterrados”.

El líder, en la mira

Tras la muerte de Pañales, un nuevo líder se erigió en la banda. El “líder”, de unos 27 años, logró escabullirse de las autoridades durante las redadas. Se ha podido establecer, sin embargo, que el hombre es el encargado de coordinar el ingreso de estupefacientes en sus puntos de venta, de decidir de qué zonas deben apoderarse y de qué vida deben disponer.

A él se suman otros seis cabecillas que están siendo rastreados por las autoridades. De momento, en San Cristóbal Sur se vive una tensa calma. Los habitantes que conocieron el accionar delictivo de los Profetas temen que la localidad vuelva a ser tierra fértil de violencia.

 

Por Juan David Moreno Barreto

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