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Con fútbol, en la Cárcel Distrital esperan más internos

Los acompañamos en la final interpabellones, un campeonato sin precedentes en el país. Durante el evento, su director, Jorge Arturo Lemus, dijo que le ofreció al Inpec 300 cupos para atender la sobrepoblación de las cárceles.

Laura Ardila Arrieta
28 de septiembre de 2012 - 10:20 p. m.
El pasado jueves, 14  reclusos de la Cárcel Distrital disputaron la primera final de fútbol interpabellones.  / Fotos: Andrés Torres
El pasado jueves, 14 reclusos de la Cárcel Distrital disputaron la primera final de fútbol interpabellones. / Fotos: Andrés Torres

Lo que estaban por jugarse no era poco para ellos: una cena con los familiares y unas tarjetas de teléfono para poder llamar a esos mismos familiares después. Ah, y el honor y un trofeo. Pero eso último era lo de menos. John, Christian, Galvis y once internos más de la Cárcel Distrital querían ser ganadores de algo en la vida y qué mejor que ganar la posibilidad de acercarse a los seres queridos. Esos que no los abandonaron.

Por eso, el pasado jueves a las 10 de la mañana salieron radiantes de sus celdas, dando saltitos poco estéticos, a ponerse sus respectivas camisetas para jugar la primera final de fútbol interpabellones que se realiza en un reclusorio del país. Al menos eso dijo el profe Jairo González, uno de los cuatro coordinadores deportivos de la Cárcel Distrital, que acaso también sea la única penitenciaría de Colombia en la que no se padecen los crueles hacinamientos.

De hecho, la mitad de esta cárcel, reconocida como un modelo de reclusorio en Latinoamérica, está vacía. Con una capacidad para 1.028 internos en seis pabellones, aquí apenas hay 553 personas privadas de la libertad; 79 de ellas, mujeres.

Es por eso que desde mayo pasado su director a partir de este año, Jorge Arturo Lemus, ofreció al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) la suscripción de un convenio interinstitucional que le permitiera recibir a 200 internos por valor de $13 millones cada uno, recursos que tendría que poner la Nación.

Pero el Inpec jamás concretó la oferta, por lo que, tres meses después, y por directriz del alcalde Gustavo Petro, Lemus, quien es desmovilizado de la guerrilla del M-19, volvió a enviar un documento en el que, ante la crisis de hacinamiento que ya era más que evidente en los centros carcelarios del país, ofreció por parte del Distrito recibir a 300 personas privadas de la libertad, siempre y cuando el gobierno nacional garantizara recursos de $8,5 millones por persona durante dos años.

Lemus explica que la Cárcel Distrital —con 47 empleados, entre funcionarios y contratistas— cuenta con recursos anuales de $4.750 millones, que “no alcanzarían” para el mantenimiento de más privados de la libertad.

Lo dice desde el patio del pabellón llamado Básico, hoy engalanado para la esperada final de fútbol sala interpabellones que jugarán los equipos Básico y Transición. En este último están John, Christian y Galvis. Todos en este lugar pagan castigos por delitos considerados “de poco impacto”: estafas, hurtos, inasistencia alimentaria, tráfico de armas, porte y consumo de drogas y microtráfico.

Ni la guardia ni las instalaciones pertenecen al Inpec. El centro es manejado por la Secretaría de Gobierno, que desde agosto espera una respuesta para empezar a recibir a los nuevos internos.

Las razones por las que tendría que hacerlo no son cualquier cosa: el panorama lo pintó este mes la Personería de Bogotá al denunciar que las cárceles La Modelo y La Picota superan hasta en un 300% su capacidad. La personera delegada de Derechos Humanos, Mirtha Bejarano, dijo en concreto que en La Picota, por ejemplo, tendrían que haber máximo 1.590 internos, pero se encontraron 5.128.

Mientras eso sucede, acá, en cambio, están el profe Jairo y sus compañeros coordinadores pidiendo a los equipos “salir juntos, como si fuera un Mundial”. Los internos de los dos pabellones reciben la autorización para estar presentes haciendo barra. Algunos fuman. Otros se molestan porque el partido queda 4 a 2. Perdió el equipo rojo, el de John y Christian y Galvis.

Unas psicólogas acompañan a los subcampeones para mitigarles la rabia y ayudarlos a “controlar los impulsos negativos que les dejó el juego”. Seguro será pronto: el próximo campeonato es de voleibol.

Los jugadores abandonan el patio desde el que se alcanzan a ver muchas celdas desocupadas.

Por Laura Ardila Arrieta

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