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La herencia de El cartucho

De cómo el desmantelamiento del mayor símbolo de la degradación social generó el nacimiento de nuevos expendios y zonas de consumo.

Laura Ardila Arrieta
08 de octubre de 2011 - 08:00 p. m.

El hombre sin nombre mira sin interés cómo empiezan a caer botellas, piedras y huevos podridos sobre las cabezas de los policías que intentan pasar por la calle. Hace una mueca con su cara mugrienta y da la impresión de que estuviera burlándose. A unos tres metros, en las puertas de las casas, aparecen más caras mugrientas, duras, descompuestas, que no se burlan y miran sin interés. Al contrario, son caras contrariadas, dispuestas como fieras a impedirle el paso a eso que llaman autoridad, pero que ellos desconocen. Estos policías no pasan por aquí, aquí la autoridad somos nosotros. Y tiran más botellas, piedras y huevos podridos a sus cabezas.

El hombre sin nombre deja de mirar la escena y vuelve a centrar la atención en la hoja de periódico que carga en la mano. Arranca un pedazo, se lo lleva a la boca, lo mastica, una, dos, tres veces. Se traga su comida del día.

Entre las calles 9ª y 10ª, de la carrera 15A a la 15B, formando una especie de letra J en pleno corazón de Bogotá, el sector deprimido llamado el Bronx es probablemente el más inhóspito de los territorios inhóspitos de la capital, que no son pocos. Unas tres mil almas habitan allí, casi todas en cuartuchos de a dos mil pesos el día, y sólo dejan entrar a quienes van a comprar o a consumir drogas. O a los que los sayayines, los mandamases del lugar, digan.

La historia no dista mucho de la que se cuenta al pasar por Las Cruces, por San Bernardino, por Cinco Huecos y el Cartuchito (estos dos últimos recientemente recuperados por la Policía Metropolitana), sombríos ejes del expendio y consumo de drogas en la ciudad, ocupados por miles de seres sin nombre y con caras mugrientas, que popularmente han sido bautizados como ‘ollas’ de droga.

La Corporación Nuevo Arco Iris, que realizó la investigación titulada ‘Mercados de criminalidad en Bogotá’, dice que hay siete que funcionan como ‘ollas’ madre y reciben las sustancias —principalmente marihuana, basuco y cocaína— desde unas casas móviles de acopio en el sur y las venden a toda la ciudad. Otras 1.100 son ‘ollas’ barriales, desperdigadas por las 20 localidades. La Policía reconoce también al sector de abastos del barrio María Paz, en Kennedy, como otra versión del Bronx. Además de al menos nueve expendios residenciales.

La mayoría de estas ‘ollas’ nació, y las que ya existían, como el Bronx, se fortalecieron, para 2002, cuando terminaba de agonizar la madre de todas las ‘ollas’ y emergía en su reemplazo el Parque del Tercer Milenio, a pocas cuadras de la Casa de Nariño, del Capitolio Nacional, del Palacio de Justicia y del Palacio Liévano, en donde funciona la Alcaldía Mayor.

El Cartucho se llamaba y sus 15 manzanas en el barrio Santa Inés, como es bien sabido por muchos, fueron por décadas el símbolo de la mayor degradación social urbana en la historia del país.

Así lo detalla, en su investigación de tres años sobre el tema, la antropóloga Íngrid Morris. Allí cuenta, de nuevo, como ya es bien sabido, que el sector que nació a fines de los cuarenta como una terminal de transportes informal terminó convertido en zona de toda clase de estupefacientes, escondedero de armas, de secuestrados, de muertos en pedazos, de guerrilla, de paramilitares, de delincuentes de todo tipo, de niños abandonados, de niños adictos; lugar de ratas, de perros, de hacinamiento. Doce mil personas llegaron a vivir ahí. Catorce millones de pesos diarios movían en promedio una economía de la ilegalidad y otra basada, principalmente, en el negocio de las bodegas de reciclaje.

Un día las autoridades decidieron que el asunto requería intervención policial y social y el gobierno del hoy candidato a la Alcaldía Enrique Peñalosa se ideó la construcción de un gran parque, repleto de zonas verdes, para reemplazar aquella postal horrorosa de bajeza y muerte.

Sucedió gradualmente. Los carteles de la droga comenzaron a pelearse las escrituras del Cartucho para poder recibir, soterradamente, los subsidios de arriendo que entregaba el Distrito a los indigentes. Y no fueron pocos los programas sociales que se intentaron implementar en el desmonte de la ‘olla’. Morris cuenta en su libro que, incluyendo el valor del Tercer Milenio, se gastaron 29 millones de dólares en dicha empresa.

Unos recursos que no impidieron a los herederos del Cartucho establecer sus pequeños imperios, con sus pequeños dictadores —los sayayines, los mandamases—, por toda Bogotá.

En su investigación, la Corporación Nuevo Arco Iris dice que el fenómeno no es tan descentralizado ni tan aislado como parece. La droga llega a la capital desde los laboratorios para procesamiento que funcionan en Antioquia, el Meta, en los llanos orientales, el Casanare, el norte de Boyacá, el Cauca, el Putumayo, el Caquetá; y casi siempre entra por la Autopista Sur a las casas de acopio de Soacha, Bosa o Ciudad Bolívar. Allí es cuarteada, dividida en kilos, en libras, y luego transportada a las siete ‘ollas’ madre, en donde la compran por papeletas los jíbaros (vendedores de esquina), los grandes comerciantes, los niños que la llevan a los colegios.

Un mercado interno que comenzó a expandirse justo cuando algunas puertas se le empezaron a cerrar a las ventas en el exterior. La Seccional de Inteligencia Policial (Sipol) explica que los estupefacientes que se venden por las calles bogotanas no son ni remotamente parecidos a la mercancía ilegal que se exporta, pues ésta es de mucha más calidad. Ese departamento tiene identificadas 11 estructuras delincuenciales, o ganchos, expendedoras en la capital.

¿Por qué no acabar con ellas? ¿Por qué no desmantelar el Bronx y terminar de una vez, como hicieron con El Cartucho, con la escena del hombre sin nombre que se alimenta de papel periódico?

La Secretaría de Gobierno de Bogotá, la Policía Metropolitana y hasta la Corporación Nuevo Arco Iris coinciden cuando responden que la herencia de El Cartucho demostró que el problema es, en esencia, social, y es por ello que barrer las ‘ollas’ simplemente no alcanza. “Había un Cartucho y salieron tres. En estos momentos, tendría que existir sólo el Bronx, pero atendido, como una especie de zona de tolerancia, para poder recuperar a los adictos”, dijo el coronel Leonardo Alberto Mejía Martínez, jefe de la Sipol.

Mientras eso sucede, la Policía anuncia su propuesta de comenzar a derribar los mitos de inseguridad y microtráfico que existen en las localidades. En una primera fase, los uniformados lograron recuperar zonas que antes eran consideradas como irrecuperables, entre ellas las de Cinco Huecos y el Cartuchito, dos ‘ollas’ madre. En ese camino van 76 mitos derrumbados.

Pero por ahora el hombre sin nombre que come papel y observa sin interés cómo sus pares impiden el paso de la Policía, que intentaba ayudar a hacer esta reportería en el Bronx, seguirá allí. Como un heredero del vergonzante hueco que las autoridades taparon con aire.

Las cifras dicen que

125 mil personas consumen marihuana en Bogotá, según un estudio de la Policía.

28 mil residentes en Bogotá confesaron ser consumidores de cocaína, según el mismo informe.

6 mil operativos en contra de las ‘ollas’ del microtráfico ha realizado este año la Policía.

8 millones de dosis de diferentes sustancias sicoactivas se han incautado en 2011.

1.100 ‘ollas’ barriales estarían funcionando en la ciudad, según la Corporación Nuevo Arco Iris.

 

Por Laura Ardila Arrieta

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