Hip hop en Bosa: al rescate de “los que nadie quiere”

El público del líder social Daniel Melo Bonilla son los menores que están privados de la libertad y los jóvenes que deambulan sin rumbo. A través del hip hop, busca resocializarlos, eliminar los estigmas y demostrar que pueden tener otra oportunidad.

Juan David Moreno Barreto
22 de julio de 2017 - 03:00 a. m.
Por medio del grafiti, el “breakdance” o el “freestyle”, Daniel Melo Bonilla, de 30 años, lidera procesos para recuperar espacios sitiados por la delincuencia.  / Gustavo Torrijos - El Espectador
Por medio del grafiti, el “breakdance” o el “freestyle”, Daniel Melo Bonilla, de 30 años, lidera procesos para recuperar espacios sitiados por la delincuencia. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Muchos de los alumnos de Daniel Melo Bonilla “no son angelitos”. Uno de ellos, en compañía de su papá, le quitó la vida a un hombre. Otro, el que está al fondo con un aerosol en la mano, fue utilizado por sus padres para comercializar estupefacientes. Ellos están privados de la libertad en El Redentor, un centro especializado en donde permanecen menores que cometieron todo tipo de delitos. Ellos son “los que nadie quiere”, “los ñeros”, “los que no tienen arreglo”. Su maestro, sin embargo, cree que aún pueden darles un revés a sus vidas a través de la cultura del hip hop, el estudio de la historia y el trabajo duro.

A Daniel, de 30 años, los jóvenes le dicen el Rapero. Anda con chaquetas abultadas y pantalones anchos, pero sus frases son más llamativas que su vestimenta. Usa la jerga de la calle, porque se crio en ella. Habla a toda velocidad, atropellando las palabras. Pero detrás de sus oraciones hay aforismos que invitan a la reflexión sobre la dignidad, el respeto y la disciplina, palabras que aplica cuando enseña el arte del grafiti, el breakdance o el freestyle (la improvisación mediante rimas). Él es uno más: en su casa era normal saber que escaseaba el dinero y creció en barrios de Bosa y Antonio Nariño donde primaba la fatalidad. De eso habla el hip hop colombiano. Por eso lo respetan.

Pero lo respetan más porque les habla como un igual. Saben que él logró arreglárselas para convertirse en técnico laboral en diseño gráfico. “Los títulos no son nada si no los ponemos al servicio de la gente”, repite. Y cuando alguno de los muchachos se muestra escéptico, responde: “Sí es posible vivir el barrio desde otra dinámica distinta a la del delito: siendo profesional, estudiando… ¿Yo cómo lo hago? Todos los días trabajo para conseguir mi sueño: llegar a Francia y ser campeón en grafiti o tornamesa”. La cara de los jóvenes entonces cambia. Él menciona a dos adolescentes que estaban en las mismas condiciones que sus alumnos y que hoy son ejemplo de su trabajo. Uno de ellos quedó en manos de las autoridades luego de que fuera sorprendido con dos pistolas que sus padres le dieron para alquilar. Al llegar a El Redentor aprendió a dibujar y cuando recuperó su libertad empezó a estudiar diseño gráfico. Recuerda también a otro que fue vendedor de droga, quien después de una riña quedó con el rostro desfigurado. Se fue también por el camino del grafiti y hoy es uno de los más talentosos. “Imagínese: su situación era tan complicada que hoy sólo fuma marihuana. En comparación a como estaba antes, estamos hablando de un avance gigantesco”.

Hace una semana, en El Redentor, lideró el primer festival de grafiti “¿Cómo pinta tu futuro?”, en el que incluyeron temáticas enfocadas en la prevención del consumo de las drogas, el embarazo y el delito. “Crearon piezas gráficas en el papel y las mejores fueron las que plasmamos en un cerramiento”. Participaron 15 jóvenes con perfiles e historias signadas por la delincuencia y el crimen organizado. El resultado, que se materializó en coloridas pinturas gigantescas, evidenció que los adolescentes “sí tienen arreglo”.

La época de represión

Daniel no llegó a enseñar en El Redentor porque sí. En Bosa, la localidad donde vive desde hace más de diez años, se encargó de demostrar que su vestimenta no debía asociarse con la comisión de delitos. Pero eso le costó tiempo y ayuda. Era la época en que los jóvenes como él, que tenían una pinta "extraña", desaparecían de un momento a otro. A aquellos muchachos que vivían en el límite de la localidad con el municipio de Soacha (Cundinamarca) les prometían trabajo en cultivos de flores, a las afueras de Bogotá, y no los volvían a ver. A uno de ellos le pasó. Se lo llevaron y lo encontraron en otro departamento, vestido con un uniforme de la guerrilla y con un fusil en la mano derecha.

Daniel vivió lo que él denomina “la época de la represión”. Una noche, hace 12 años, se reunió con un grupo de amigos en el parque fundacional de Bosa. Hicieron un círculo para improvisar unas rimas, al compás de un beatbox (sonido que se produce con la boca para emitir ritmos sincopados) y llegó la Policía. “Nos decían que estábamos delinquiendo y que los vecinos los llamaron porque supuestamente estábamos armados”. Los llevaron a la Unidad Permanente de Justicia (UPJ), donde pasaron la noche. En ese momento empezó la tarea de despojarse del estigma que cargaba por ser rapero.

Tocó las puertas de la Alcaldía Local y con su grupo, Furda (Fuerza Unida de Raperos Dispuestos a Ayudar), logró abrirse un espacio en una casa parroquial para ensayar los pasos de breakdance. El lugar les quedó pequeño y pasaron a un salón comunal. Se tomaron los parques de la localidad para hacer gimnasia y automáticamente desplazaron a los consumidores y vendedores de drogas. Aunque la Policía los veía con sospecha, a un maestro de artes marciales le interesó su proyecto y les ofreció becas a los más talentosos. La fiebre tocó también a algunos miembros de las pandillas.

Adictos a la historia

Detrás de Daniel y de Furda hay decenas de jóvenes que se reúnen, con el respaldo de la Alcaldía Local y el Distrito, para hacer lo que más les gusta: hip hop. Los reconocen por hacer ollas comunitarias (sancochos para recuperar los espacios públicos de la delincuencia); entrega de regalos cada diciembre para los niños más vulnerables; campeonatos de fútbol denominados “Los que nadie quiere”, con los jóvenes a quienes ven deambulando en las calles; talleres de sensibilización, como Rap Dog, en el cual les dicen no a las peleas de perros y les entregan bozales a los propietarios de perros de razas potencialmente peligrosas. “Los peligrosos no son los animales, son los amos que no saben cómo educarlos”. Por eso les hablan sobre la crianza de este tipo de animales y, al final, realizan un reinado entre los perros participantes.

A los jóvenes los ven todos los jueves sin falta en la Plaza Fundacional de la localidad, haciendo batallas temáticas de freestyle. Hay intercambios de rimas, de argumentos hechos poesía y de ingenio en medio del apremio del compás. Se les escucha rimar sobre la justicia social, el proceso de paz o la cultura política. Para lograr una buena batalla, Daniel y su equipo les insisten a los asistentes que deben cultivar su lenguaje, estudiar historia a profundidad y no comer entero, “para que no se repita lo que estamos viviendo hoy”.

“Puede que parezcamos vagabundos por fuera, pero debemos ser una enciclopedia por dentro”, dice Daniel, quien se ha alimentado de los mundos que integran su bagaje cultural: las experiencias vividas en las calles, los mensajes de agrupaciones como La Etnnia, a quienes veía en los 90 en el barrio Las Cruces, y las enseñanzas de autores como Sun Tzu, quien escribió El arte de la guerra.

Daniel recuerda con algo de gracia el día en que se encontró con el exalcalde de Bosa que se posesionó en abril del año pasado. Según relata, el exmandatario se mostró incrédulo frente al trabajo que realizaba Furda. Daniel y su grupo tenían el respaldo de la saliente administración local y, entre bromas, lo pusieron a prueba. Le preguntaron qué significa Bosa y quién era el cacique que dirigía las riendas de la zona antes de la Colonia. “El alcalde y su asesor no supieron qué responder y cuando nos preguntaron a nosotros por el significado de los emblemas de la localidad, les respondimos sin dudarlo. Ellos tuvieron que sacar el celular y aun así no lograron dar con una respuesta concluyente”.

Tocan, cantan y bailan en donde hay presencia de las bandas delincuenciales o frente a la Policía. Y aunque no dejan de sufrir las secuelas de la represión por el hecho de ser raperos, su actuar es más diciente que sus propias líricas. “Nos dicen ñeros, pero aun así organizamos sancochos comunitarios, damos regalos en diciembre, recuperamos los espacios que tenía la delincuencia, compartimos saberes y dialogamos con argumentos… Llevar a la acción lo que sabemos hacer, eso es el hip hop”.

Por Juan David Moreno Barreto

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