Hollman Serrato, el bailarín de ballet solitario

El bogotano hace parte del mundo de la danza desde hace ocho años. Actualmente es profesional en ballet y a sus 23 años es uno de los pocos hombres dedicados a esta actividad en Bogotá, donde todavía subsisten los prejuicios frente a los bailarines.

María Jozame González*
28 de diciembre de 2017 - 05:27 p. m.
Revista Directo Bogotá
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A eso de las 11:00 de la mañana de un domingo, Hollman Serrato termina su último ensayo de la semana. El resto del día descansará y se alistará para retomar la disciplina semanal. Su espalda erguida en sus 1,75 metros de altura y sus muslos y brazos con músculos marcados reflejan años de trabajo y dedicación. La danza se convirtió en su mayor pasión, y él, en una prueba de que los hombres también pueden bailar ballet en nuestro medio, aunque sean una minoría.

Dio sus primeros saltos en décimo grado, cuando una maestra de danza del colegio Santiago de las Atalayas le propuso hacer parte de un grupo. Sin embargo, al terminar el bachillerato decidió estudiar filosofía en la Universidad Minuto de Dios y empezó a practicar la danza como un hobbie. Luego de un año de estudio, Hollman decidió cambiar de carrera y entró a la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB) —que hace parte de la Universidad Distrital— y se enfocó en la danza clásica.

Aunque pocas, existen tres compañías públicas de ballet en Bogotá: la compañía Danza Libre; el proyecto Alma en Movimiento, del Teatro Julio Mario Santo Domingo con jóvenes becados por Bancolombia; y la Casona de la Danza, creada por el Instituto Distrital de las Artes (Idartes). Pero Hollman ha transitado por las academias privadas de la ciudad a lo largo de su carrera. Ser hombre le ha brindado ciertos privilegios, dado que el género escasea en el entorno de la danza local: “Los que tienen la oportunidad de entrar a estos espacios, muchas veces son becados”, dice.

En su caso, ganó una beca en la academia Ballarte, la cual implicaba dos años seguidos de formación en esa escuela. Hollman duró tres, hasta que después de conseguir el título fue convocado por una compañía de danza llamada Cortocinesis, donde continúa bailando. Hoy hace parte de un proyecto para desarrollar una beca de creación en dicha compañía.

La mayoría de los maestros que hacen y han hecho parte de su carrera, han tenido una trayectoria destacada en el mundo de la danza, como la cubana Doris Orjuela y los colombianos Hernando Eljaiek, Juliana Atuesta, Mario Cárdenas, Jaime Otálora y Mónica Pacheco, la directora artística de Ballarte, su maestra más reconocida.

 

Ardua rutina

Hollman vive en el barrio Las Atalayas, localidad de Bosa, a media hora del portal de Las Américas, y tarda hasta dos horas para llegar a sus ensayos y clases. “Si tengo clase a las ocho de la mañana, salgo de la casa de las 5:30 y eso ya es tarde”, dice. La vida de Hollman gira en torno a la danza. Sus días transcurren entre clases, ensayos y presentaciones. Los lunes asiste desde las ocho de la mañana hasta el mediodía a la compañía Bogotá Capital Dance, donde practica una mezcla de ballet y jazz y ensaya algunas coreografías para concursos u obras. La jornada de la tarde va desde las dos hasta las seis de la tarde en Cortocinesis, ubicada en Chapinero. Los martes repite la rutina del día anterior, agregando dos horas en la segunda sesión. Es decir, hasta las ocho de la noche.

Además de ser bailarín, Serrato trabaja en el Centro de Educación y Rehabilitación Santa María de la Provincia, ubicado en la calle 170, que atiende población con discapacidad cognitiva. La mayoría de sus alumnos sufren de síndrome de Down, retraso o autismo. Los miércoles y jueves, su horario de oficina transcurre de nueve a dos y media de la tarde. Los fines de semana están incluidos en la rutina. Pasa las tardes de los sábados en el centro hasta las siete de la noche. El único respiro que tiene es el descanso de 15 minutos libres para comer algo e ir al baño.

La ropa de estos entrenamientos es muy libre, según él. Puede vestir sudaderas, bikers (shorts de franela ajustados a la piel), camisetas y sacos. A diferencia de las mujeres, los hombres no utilizan puntas, sino mediapuntas, que son menos duras (de cuero o tela). Además de que lleva repuesto, también mantiene a la mano esparadrapo para remendarlas si es necesario. El nivel de actividad de Hollman lo obliga a andar con una maleta llena de prendas. “A veces en las instituciones hay uniforme: trusa negra, camisa blanca, medias blancas y mediapuntas blancas. Es lo que yo uso en Ballarte”, cuenta Serrato.

La intensidad y exigencia en los horarios le han causado dolores. Aunque casi no se ha lesionado, sufre constantemente de espasmos y molestias en la espalda, las rodillas y los codos. “Las rodillas sufren bastante porque hay que mantenerse mucho en plie (posición base de todos los movimientos en la danza) —flexiona las rodillas de manera suave y continua enfrente de la barra—, entonces se agotan un montón”. Pero todos los males se curan cuando se para en el escenario, donde comparte con el público tantas horas de dedicación, esfuerzo, trabajo y constancia. Ese es el momento más gratificante.

Tropiezos en el oficio

La danza es una profesión tan poco valorada en el medio —dice Hollman—, que aunque un bailarín se puede dedicar a la docencia, la investigación y la gestión cultural, él ha tenido que hacer trabajos varios para mantenerse. “Bailar no es suficiente porque no hay una academia que te pague a ti por eso”, dice. Cuenta que existen otros tipos de actividades no académicas —que ellos denominan “chochales” o show bussiness—, donde les brindan la oportunidad de trabajar. Esto incluye las fiestas de 15 años y las reuniones empresariales, entre otros eventos.

Los prejuicios en este entorno también le preocupan. “Si tú eres bailarín, o eres marica o eres quien sabe qué”, reclama. Él respeta las opciones sexuales, pero afirma que no es gay, y considera que la incultura del país es causante de este tipo de señalamientos.

En el plano corporal también existen estereotipos o patrones estéticos de cómo debe lucir un bailarín de ballet. La exigencia de la esbeltez, por ejemplo, ha significado una gran presión especialmente para las bailarinas, aunque Hollman reconoce que “muchos profesores son conscientes de que tenemos cuerpos latinos y hay que acomodarse a estas características”.

Hollman Serrato no cree en las malas experiencias. Las derrotas han enriquecido su proceso y lo han ayudado a crecer: “Con el tiempo uno aprende que no está mal caerse, lo que está mal es no solucionar esa caída”.

Ahora está comprometido con las compañías de danza en Bogotá, pero espera cursar un posgrado o una maestría fuera del país. Su sueño es bailar en alguna academia en Europa, así como lo logró Fernando Montaño, el bailarín de Buenaventura que llegó a ser figura del Royal Ballet de Londres y se volvió una inspiración para los jóvenes talentos sin recursos.

*Este artículo fue publicado en la Revista Directo Bogotá, de la Pontificia Universidad Javeriana

Por María Jozame González*

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