La lucha campesina por acabar con el relleno Doña Juana

Campesinos de Ciudad Bolívar y Usme protestan por el mal manejo del relleno. Dicen que los olores, las moscas y las enfermedades son insoportables. Distrito asegura que aún se puede extender su vida útil.

Laura Dulce Romero
16 de agosto de 2017 - 03:00 a. m.
Por lo menos 150 de campesinos protestan desde hace tres días por el mal manejo del relleno de Doña Juana, su vecino hace 30 años. / Juan Zarama
Por lo menos 150 de campesinos protestan desde hace tres días por el mal manejo del relleno de Doña Juana, su vecino hace 30 años. / Juan Zarama

Cerca a la vereda Mochuelo Alto, en la zona rural de Ciudad Bolívar, a donde pocos llegan por ser un lugar apartado, por lo menos 150 campesinos protestan desde hace tres días por el mal manejo del relleno Doña Juana, un vecino que han visto crecer durante 30 años. Las basuras, que desde hace dos semanas están al descubierto, provocaron una proliferación de moscas y un olor fétido que les impiden seguir con sus labores y les provocan enfermedades respiratorias. (Lea: Las moscas que colmaron la paciencia de los vecinos del relleno Doña Juana)

Ese sector está cerca del páramo de Sumapaz. El frío y el viento son permanentes. Lo demuestran las mejillas quemadas de sus habitantes, quienes aseguran que no darán su brazo a torcer hasta que se solucione esta crisis, así como el futuro del relleno. No dejarán pasar camiones de basura hasta que el Distrito les dé una alternativa. (Vea: Imágenes de las protestas campesinas en el relleno Doña Juana)

Algunos quieren que se cierre Doña Juana. Otros esperan un mejor manejo de los residuos. Todos coinciden en que la situación es insostenible y en el cansancio de ser el botadero de una ciudad de ocho millones de habitantes incapaces de clasificar sus basuras para prevenir un desastre ambiental.

La mayoría de los manifestantes tienen entre 50 y 70 años. Debajo de sus ruanas se esconden los achaques que les ha dejado el campo. Sacan sus manos para apoyarse en bastones. Alzan la mirada y se quitan su sombrero o su cachucha para hacer un saludo respetuoso. No quieren agredir ni violentar. Su marcha es una forma desesperada de gritarle al Distrito que no aguantan vivir al lado del relleno, culpable de sus enfermedades, de que sus cosechas hayan disminuido y de que sus animales estén muriendo.

Manuel Castiblanco tiene 60 años. Su vida ha transcurrido en el campo bogotano. Lo único cercano que tiene de la Bogotá urbana es un basurero que, según él, arruinó sus imágenes de infancia cuando su familia disfrutaba de las ventajas de vivir en el campo. “Antes de Doña Juana esto era hermoso. Verde por todo lado. Las vaquitas se ponían gordas, daban buena leche. Uno sacaba sus buenas papas. Ahora eso es muy difícil. Es como si hubieran matado la tierra”.

Sostienen pancartas y platos con decenas de moscas pegadas. Gritan. Descansan la voz con un sorbo de tinto hecho en un improvisado fogón de leña, a tres metros de la manifestación. Mientras unos conversan sobre la problemática, otros se dedican a proveer la comida. Una de las campesinas que ayuda a esta última labor es Elsy Beltrán. A sus 55 años no le molesta pasar la noche aguantando frío si es para exigir una vida digna. Está cansada de las moscas que debe espantar las 24 horas: cuando desayuna, sale a trabajar o duerme. “Uno ya no comparte sólo con la familia, sino también con esos moscos y las ratas”. (Lea: Vecinos de Doña Juana, a aguantarse al menos un mes más las moscas)

Se supone que en cinco años se debe clausurar el relleno. Por eso esperan que el Distrito busque otra salida para disponer de los residuos. Los vecinos quieren que se dejen de enterrar y se traiga una máquina que le ayude a la ciudad a reciclar y a generar energía. Sin embargo, la administración anunció que, según un estudio del Banco Mundial, a Doña Juana le quedan, al menos, 10 años de vida, que sin duda aprovecharán. Pero para ellos son 10 años más de sufrimiento.

Beltrán cuenta que esta es la protesta más fuerte del campesinado bogotano en los últimos años. Dice que están cansados de que los traten como ignorantes e ingenuos: “Pero no somos nada de eso y no nos moveremos de la entrada del relleno hasta que nos den la solución que exigimos hace 20 años”.

Ni el Esmad, que llegó en la mañana con gases lacrimógenos para dispersarlos y detuvo a siete personas (entre ellos un menor), los va a sacar. Entre risas aseguran que el olor de Doña Juana los hizo capaces de soportar los peores olores. Algunos comentan que están decepcionados de la reacción del alcalde Enrique Peñalosa, quien envió primero a la Policía, antes que a los funcionarios encargados de resolver el futuro del relleno.

La primera vez que la comunidad de Mochuelo protestó fue en 1985, cuando anunciaron la creación de Doña Juana. Ya con el relleno operando, su manifestación se repitió en el 2000 y en el 2005, pidiendo soluciones que no han llegado. En marzo de este año pidieron a las autoridades que los escucharan, pero nadie volteó a mirarlos. Anunciaron un bloqueo, que se materializó hace dos días. (Lea: Personería de Bogotá abre investigación contra la Uaesp por manejo del relleno Doña Juana)

Elsy Beltrán insiste en que a ella no le queda mucho tiempo de vida, pero “esta lucha es por los hijos y los nietos”. Se enferman con frecuencia y ni siquiera tienen cerca un centro asistencial bien equipado para atenderlos. Por eso es radical en su posición: pide que se cierre el relleno.

Mauricio Pedraza, rector de la escuela rural de Mochuelo Alto, da fe de que las enfermedades respiratorias y las alergias son el común denominador entre los niños. “La gente se queja de las moscas, pero eso es lo de menos. Lo grave es que las personas se están enfermando por la concentración de gases. Aquí no se puede vivir. Ni siquiera trabajar. El año pasado renunciaron dos maestras. Este año se han retirado 30 menores. El colegio tiene capacidad para 500 niños, pero sólo hay 320. ¿Quién estudia con ese olor?”.

Óscar Flórez, líder de Ciudad Bolívar, dice que, a pesar de que la administración Peñalosa no es la causante de esta crisis, sí sería culpable de continuar un modelo que ha acabado con la ruralidad y que sólo favorece a los operadores, a quienes no les importa la clasificación de residuos, sino la acumulación, pues les conviene que toda la basura llegue aquí, porque les pagan por peso. “Y los más jodidos somos nosotros. Aunque también lo estarán el resto de bogotanos, que al final tendrán que lidiar con el problema, porque no querrán que sus calles estén llenas de malos olores y basura”.

Los campesinos, agrega Flórez, abastecen a gran parte de Bogotá. Si bien su trabajo es clave para la seguridad alimentaria de la capital, ésta sólo les ha dado la espalda y ha convertido el sur en la calle por la que nadie quiere transitar. Allí está el relleno, pero también la minería y las curtiembres.

“Estamos abiertos al diálogo”

Ante la situación, el alcalde Peñalosa revela que se adelantan investigaciones contra el operador CGR por incumplir su tarea. Agrega que los vecinos del relleno tendrán que esperar cinco semanas mientras se terminan los trabajos de remoción de basuras, para resolver “definitivamente” la problemática de plagas. Entretanto, 60 funcionarios trabajarán para fumigar la zona.

Sobre los enfrentamientos entre la comunidad y el Esmad, que dejaron 20 lesionados y siete capturados, manifiesta que, aunque lamenta las afectaciones, no permitirá “las vías de hecho”.

El alcalde reitera que están abiertos a escuchar a la comunidad, con funcionarios que están permanentemente en el sector. “Les hemos ofrecido reunirnos en la Alcaldía Local de Ciudad Bolívar o la Personería”. Sin embargo, los campesinos quieren que la reunión sea arriba y que él asista, para que viva en carne propia lo que implica estar unas horas al lado del basurero de Bogotá.

Por Laura Dulce Romero

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