La lucha para evitar la extinción de plantas nativas

El banco de semillas del Jardín Botánico busca hace tres años conservar las semillas de especies amenazadas en los bosques altoandinos y de páramo. Aunque han partido de la experimentación, lograron recuperar una especie que se consideraba extinta.

Mónica Rivera Rueda
07 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
Jardín Botánico
Jardín Botánico

La Margarita del Pantano es una planta que se creía extinta. La especie acuática, de la que se tiene registro desde la expedición botánica y que solo se ha encontrado en la reserva Van der Hammen, había sido declarada desaparecida a comienzos de este siglo, como consecuencia de las transformaciones de los ecosistemas de la ciudad. Sin embargo, hace cinco años fue redescubierta y hace dos se logró su propagación por fuera de la reserva.

Ese ha sido uno de los logros del banco de semillas del Jardín Botánico, que desde hace tres años se encarga de buscar en la ciudad y en sus alrededores especies nativas amenazadas, para consolidar uno de los laboratorios más grandes de este tipo en el país. Allí no solo se trabaja en su recolección sino que se ha convertido en un centro de estudio que busca construir metodologías para conservar las semillas y encontrar la forma de propagarlas fuera del espacio donde fueron halladas.

El trabajo es complejo, ya que en la ciudad se presentan diferentes tipos de microclimas y, por consiguiente, varía el tipo de follaje. Por ejemplo, en la zona de la Pasquilla, en inmediaciones del relleno de Doña Juana, en el sur de Bogotá, se encuentran orquídeas que están amenazadas por cultivos de papa cerca al páramo, mientras que en San Francisco, un terreno boscoso en los cerros orientales, el terreno es más húmedo y es fácil encontrar frailejones.

El caso de Sumapaz es diferente. Al ser el área más extensa de la ciudad hay mayor variedad de especies. Asteráceas y frailejones son solo algunas de las más comunes de los bosques andinos, que aún están por explorar, debido a la extensión del páramo, que llega a comprender parte del territorio de los departamentos de Meta y Huila.  “Bogotá tiene ecosistemas ricos en la parte de Usme, donde hay otro tipo de características”.

Pero esta riqueza se ha visto amenazada por la inminente expansión de la ciudad, la explotación de los recursos hídricos y la invasión de especies en zonas de bosque andino. De acuerdo con Carlos Suárez, biólogo e investigador de especies y propagación del Jardín Botánico, uno de los ejemplos más visibles es la desaparición de tipos de frailejones, por afecciones causadas por hongos, insectos y organismos que acaban con las plantas.

Por ello, han llegado a zonas de páramo, en busca de las semillas de las especies amenazadas. “Evaluamos su calidad y viabilidad; la estructuración morfológica, la germinación y su capacidad de supervivencia, ya que es importante reconocer que se puedan diseminar, que las podamos aprovechar de mejor manera y propagar ex situ”, dice Suárez.

Su trabajo no es para nada sencillo. La recolección comienza con el trabajo de un grupo de expertos que hacen la visita de campo. “Llevamos una lista de especies que tenemos en mente, pero si encontramos frutos de otro tipo de plantas, los llevamos”, afirma Suárez. Luego ese material lo trasladan al laboratorio donde tres profesionales trabajan en la identificación y confirman su calidad, “porque si, por ejemplo, se lleva un fruto sin madurar, la semilla no va a estar lista y así no nos sirve”.

La experimentación comienza en el laboratorio. Si bien existen protocolos estándar, tomados de otros bancos de semillas, son conscientes de que este es un trabajo que también están construyendo. Tras la identificación de la especie, deben proceder con las pruebas de conservación, pues no todas las especies están en condiciones de propagarse en ambientes diferentes a los que se encontraron. De allí la importancia de mantener unas condiciones especiales.

“Para detener el desarrollo metabólico de las semillas se debe lograr el estado perfecto de humedad y temperatura. Para eso se debe observar las semillas y registrar su estado dentro de los frascos herméticos, para que, cuando haya la necesidad de utilizarlas o redistribuir la especie, no haya ningún contratiempo”, agrega Suárez. Esto debido a que el tiempo de conservación de las semillas está estimado en 50 años, con revisiones periódicas cada 5 y 10 años, lo que permite volver a recolectar o sembrar las especies.

En el proceso adelantado en estos tres años, el banco ha logrado reunir más de cinco millones de semillas, que pertenecen a 131 especies, dentro de las que se destacan las familias de Astaraceae, solanaceae y melastomataceae, entre las que se encuentran plantas conocidas como los girasoles, bromelias y orquídeas. Por ahora su trabajo se centra en buscar las especies amenazadas en los páramos y bosques andinos en la ciudad, mientras que a la par, continúan indagando sobre los métodos de conservación para evitar su extinción.

El reto en la ciudad es combatir las especies invasoras, como los retamos espinoso y liso, que no solo amenazan la Sabana de Bogotá sino además otros municipios del departamento y de la región, así como velar por la conservación de las especies nativas que aún superviven en medio del crecimiento de la ciudad.  

Por Mónica Rivera Rueda

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