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Los dueños de las calles

No están graduadas como Bacrim, tampoco como delincuencia común. Son el resultado de una amplia oferta criminal y la exclusión

Camilo Segura Álvarez / Santiago Valenzuela
12 de enero de 2013 - 09:00 p. m.
Zonas escolares   de Ciudad Bolívar han sido conquistadas por las pandillas. / El Espectador
Zonas escolares de Ciudad Bolívar han sido conquistadas por las pandillas. / El Espectador

La atención de las autoridades distritales y nacionales se centró en los barrios del nororiente luego de la matanza ocurrida en Villa Nidia. Las consecuencias: consejos de seguridad, promesas de más agentes policiales y mayor presencia institucional para responder a un fenómeno que crece en Usaquén, con nombres como ‘Los Pascuales’, y que se replica en toda la ciudad con diferentes matices.

Según explica Ariel Ávila, de la Corporación Nuevo Arco Iris, las bandas como ‘Los Pascuales’ no tienen el poder y los fines de los grupos herederos del paramilitarismo confederado en las Auc, las denominadas bacrim (bandas criminales), pero tampoco pueden ser entendidas como delincuencia común. Están asociadas con uno y otro fenómeno.

A diferencia de lo ocurrido con la expansión urbana de grupos armados ilegales y ‘combos’ durante las dos décadas pasadas, dentro de su lógica no existe el control territorial. Enfrentarse a la institucionalidad (mucho más fuerte ahora que entonces), mantener una estructura con armas de largo alcance y emprender conquistas violentas de territorios es muy costoso, incluso para las denominadas bacrim.

Por esa razón las pandillas y bandas barriales no entran en disputa con las bacrim. Generan alianzas entre sí para la distribución urbana de los estupefacientes que estas últimas producen, sin entrar en disputas. El control sobre las comunidades es económico y de seguridad.

Muchas de ellas tienen como único propósito el narcomenudeo, pero sus lógicas se mezclan con rivalidades vecinales y escolares, prácticas de las barras futboleras y de tribus urbanas, extorsión a pequeña escala e, incluso, vigilancia privada. Hay muchas rentas para explotar en territorios en los que coexisten con autoridades policiales y administrativas.

Sin embargo, pueden evolucionar. Situaciones económicas complejas y una amplia oferta criminal se conjugan para que las bandas logren seducir a una gran cantidad de jóvenes. Además, dentro de las organizaciones de derechos humanos existe el temor de que el sicariato se convierta en una renta más para estos grupos y terminen siendo parte de campañas de exterminio contra víctimas del conflicto y minorías.

Historias de vida, victimización y miedo que configuran el panorama de un flagelo que se transforma sin control y que afecta a los bogotanos, especialmente a quienes viven en la periferia.

La familia de los coches

Son una banda satélite. Su estructura es piramidal y casi que patriarcal. Se trata de los Jiménez. Una banda que se lucra del microtráfico, el atraco y la extorsión.

Fue conformada por una familia que por apellido lleva el mismo nombre de la banda. Hoy cuenta con cerca de 20 miembros. El lugar en el que opera es la UPZ de El Verbenal y, según cuentan los vecinos, llegaron a la ciudad hace 20 años provenientes de la ruralidad.

El desempleo, la falta de educación o incluso las costumbres de su lugar de origen los impulsaron a vincularse al crimen, intuye un agente de policía del barrio El Cortijo, que recientemente patrulló en el territorio de los Jiménez. Habla con propiedad, pues en julio de 2012 capturó a un muchacho de 14 años que, le dijo, estaba al servicio de esa banda y contó detalles de su forma de operar.

No es muy grande su territorio de operaciones. Tratan de acercar su negocio al corazón del renombrado barrio Cedritos, pero tienen competencia. Su límite al sur, la calle 159, entre la Autopista y la Avenida 9ª, al norte, la calle 220, según cuenta la Junta de Acción Comunal.

Venden marihuana y cocaína. El método predilecto de venta, por lo que cuentan los vecinos, son los coches de bebé. Salen en parejas, con bebés recién nacidos, y en el fondo de los carros guardan la mercancía. Presuntamente su distribuidor está en el sector de El Codito, que sería la banda de ‘Los Pascuales’.

Además del microtráfico, estarían extorsionando a los pequeños comercios y manejarían el negocio de los bicitaxis que alimentan al sistema de Transmilenio, no sólo cobrando peajes, sino también administrando algunos de los vehículos.

‘Nacimos con ira’

Dos pandillas se encuentran de frente en el CAI los Libertadores para saldar cuentas. El territorio es disputado por 50 jóvenes de barrios diferentes: Nueva Delhi y Pinares, ambos de la localidad de San Cristóbal. Puños, balazos, chuzadas, lágrimas y sangre. Uno de los jóvenes se levanta la camisa luego de la batalla. En su pecho tiene 17 cicatrices; el mismo número de años desde que las pandillas comenzaron a germinar.

Estas escenas se repiten. Han sido varias batallas entre barrios; a veces son “los de Pinares” contra “los de La Belleza” o “los frutiños”, del barrio Las Gaviotas, contra los de “el butaco”, grupo que controla la calle 74 sur a la altura de la carrera 14. Detrás de estos episodios, dicen algunos vecinos, está el consumo de bazuco.

Hace siete años, Danilo se alejó de las pandillas: “Nacimos con ira. Cuando mi papá me descuidó, comenzaron los errores”. En 1997 surgió la pandilla que apadrinó a Danilo: “Nosotros”, del barrio Centenario. Danilo sobrevivió a las cuatro pruebas: “ robamos gorras, luego aprendimos a hacer raponazos de cadenas, robar carros y atracar los asaderos”.

Así era el itinerario del día: “nos fumábamos unos baretos en el barrio y salíamos a robar. Éramos 15, a veces 20, y nos dividíamos en grupos de tres. Nos íbamos pa’l centro o pa’l norte, nunca robábamos en nuestro barrio. Llegábamos al Santa Fe, por ejemplo. Un parcero se metía al asadero, yo bajaba la reja, sacaba la nueve milímetros y cogíamos la plata. La mercancía que robábamos en el día la vendíamos en el Restrepo”.

El trabajo daba sus frutos: “hubo una época buena en la que robábamos 18 play stations 1 en una semana. Mínimo eran $120 mil a la semana”. Usualmente las ganancias aumentaban por el robo de otros elementos: “aprendimos a pelar bujías para romper los vidrios de los carros. Era una adrenalina de 40 montañas rusas: la rompías, te metías y sacabas todo lo que podías en menos de cuarenta segundos”.

Pero, ¿para qué robaban? “Nos gustaban mucho las minitecas y tener nuestra buena ‘percha’, la que nos distinguía de los otros: unos tenis Nike, jeans Levi's y nuestra chaqueta ovejera”. El día en que “Nosotros” se alió con la pandilla del barrio San Jorge, en el verano de 2005, Danilo se retiró: “ya muchos estaban fumando bazuco y eso a mí sí me mareaba . Era cuestión de valores de familia…”.

La historia de Pablo fue distinta. Él rompió una tradición: “en mi familia hay reducidores, secuestradores, mulas y ladrones de grandes supermercados. Desde pequeño vi cómo mis tíos mataban gente que no conocía. Todos estuvieron en la cárcel y me decían cuando salían: usted está rompiendo la tradición familiar, ¿por qué no lo han encanado?”.
Sí, no la rompió, pero no fueron pocas las veces que estuvo a punto de ser encarcelado. Recién cumplió 16 años se interesó en el robo. “Escogía bien a la gente. Me iba a las embajadas, a la 72 con 15, y les sacaba dólares a los extranjeros. ”.

La pandilla de Pablo no tenía nombre. Eran, como él dice, “pelados en bicicleta que robaban”. Quizá esta banda habría tenido un futuro consolidado como “Nosotros”, pero un episodio en la vida de Pablo lo alejó de los robos. “Era temprano. Un man intentó meterse por el jardín para robar la casa. La verdad es que lo vi y no era muy diferente a mí. Mi tío llegó a mis espaldas y le dijo: ‘Corra, tiene 10 segundos’. Sacó la pistola y le llenó el cuerpo de plomo. Al otro día le dije que ya no iba a robar más, que quería trabajo, y me dijo: ‘Usted está loco’”.

La realidad de este sector de San Cristóbal no es la misma que la de hace una década. Así lo ve Danilo: “Ahora es peor. Son bandas ya grandes, de 30 o 40 pelados armados. Hace unos días subimos al barrio el Quindío frescos porque la gente ya sabe de nuestro calibre. Pero ¡pum!, “deme toda la ropa, la plata o le rompo ese pecho”. Era un peladito de 16 años el que me puso a temblar”.

Silencio en Ciudad Bolívar

En la noche se asoman desde los cerros. Bajan al sector del Perdomo, en Ciudad Bolívar, cuando el terreno está despejado. Para la mayoría de habitantes, ellos no existen, o no los quieren ver. “Acá no hay pandillas”, “la última pandilla fue una que se llamaba ‘los brothers’, hace 30 años”, dicen los vecinos. La ley del silencio. “Tenemos miedo. Claro que existen las pandillas, se llaman ‘los pumas’ y se esconden detrás del colegio en el Ismael Perdomo. Cualquier cosa que uno diga, mandan panfletos, desparece gente”, dice una habitante.

La policía sabe de lo que habla el habitante: “son unos muchachos que se esconden en el colegio en la jornada de la noche. Están acá hace como dos años. Yo hablé con ellos y les dije que la gente se merecía respeto, como ellos también. Ya casi ni molestan, pero lo que preocupa es que andan con peladitas de nueve o diez años” señala el subcomandante del CAI del Perdomo, Carlos Saveedra.

Los alcances de esta “pandilla” son inciertos. De parte de la policía se dice que son menores de edad y que están controlados. Pero algunos vecinos, sin embargo, señalan episodios violentos en el sector. “A una señora le pusieron un explosivo en una tienda para que se fuera. Le pusieron un panfleto y adiós. No sé si sean “los pumas”, acá siempre le echan la culpa a ellos”.

Los líderes del Perdomo no saben nada al respecto. Detrás de este silencio se esconden desapariciones y muertes. Hace un tiempo, el presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio Villa del río fue amenazado por realizar una denuncia de drogas. Hoy pide que su nombre quede en reserva. El 12 de noviembre, por ejemplo, el presidente de la JAC de El Edén, Filiberto Calderón fue asesinado tras recibir múltiples disparos. “Los de la JAC del Perdomo no le van a hablar ¿no ve que están matando a los demás líderes?, dice un transeúnte del lugar”.

Mirar hacia el pasado no les da garantías: en octubre de 2012 fue asesinado Édgar Sánchez, líder del barrio Divino niño. En Bella Flor, el líder comunal Celso García también fue dado de baja. En este mismo lugar despareció el presidente de la JAC, Luis Coronado, el 17 de julio. Nadie sabe de su paradero. A fin de año, el Instituto Distrital de la Partición y Acción Comunal (IDPAC) entregó esta cifra: 30 líderes comunales en Ciudad Bolívar están amenazados.

Barristas,  dejar la identidad violenta

 

Tunjuelito, durante los últimos ocho años, fue el escenario de batallas campales y agresiones entre barras de Millonarios, Santa Fe, América y Nacional. Violencia que terminó en octubre pasado con un acuerdo de convivencia auspiciado por la alcaldía local, que dio a los muchachos la oportunidad de reconciliarse con la comunidad haciendo mejoras en el espacio público y creando microempresas.

 Fabián Hurtado y David Forero hacen parte de la Guardia Albirroja, la barra de Santa Fe. Para ellos la confrontación “en serio” comenzó cuando David recibió un tiro en una de sus piernas a manos de un hincha de Millonarios. Les rompieron vidrios, pelearon con palos y piedras, fueron rechazados por su comunidad y hoy, luego de la “paz”, sienten el alivio de no ser discriminados. No hacen parte de pandillas, pero estuvieron cerca de actuar como ellas. Para David, su diferencia fundamental con los pandilleros está en que “ser de un equipo es una forma de vida, por amor, por identidad. Lo otro es un negocio”.

Cronología de la evolución pandillera

 

1994 La Fiscalía General de la Nación reconoce la existencia de 194 pandillas en la capital. 

2000 La Fiscalía aproxima que existen 250 pandillas en la ciudad. 

2003 El Instituto para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron) señala que hay 691 pandillas en la ciudad. 

2005 En la ciudad habrían 803 pandillas, según El Instituto para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron). 

2006 Según estadísticas de la Policía Nacional, para este año la ciudad contaba con 198 pandillas en las que estaban inmersos 1.415 jóvenes. 

2008 El Instituto para la Protección de la Niñez y la Juventud estima que hay 1.319 pandillas con 19.700 jóvenes.

2012 La Policía y el Centro de Estudio y Análisis en Convivencia y Seguridad ciudadana estimaban 132 pandillas en la ciudad.

 

 

Por Camilo Segura Álvarez / Santiago Valenzuela

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