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Los refugiados de la guerra

Los Villa, una familia de refugiados, viven en Bogotá desde 1957, cuando escaparon de su país debido a la presión de la Unión Soviética. El Parador Húngaro es una de las fritanguerías más famosas del centro de la ciudad.

María Camila Peña
13 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

Después de 18 días de viaje por el océano Atlántico llegaron Gyorgy Villas y Erzebet Karaszi al puerto de Cartagena. Se habían embarcado en el ‘Usodimare’ en Venecia, Italia, junto con cientos de húngaros que escapaban como ellos del régimen totalitario de la Unión Soviética. Todo lo que traían consigo era la ropa que llevaban puesta y la ilusión de encontrar un lugar donde comenzar una vida nueva, lejos de las constantes amenazas del comunismo, que para ese año ya se había tomado toda Hungría.

Habían empezado su tortuoso viaje el 18 de enero de 1957. Comenzaba el nuevo año y Gyory —años después conocido por sus amigos colombianos como Jorge, el hombre que preparaba los mejores chicharrones del centro de Bogotá— había decidido dejar el Ejército húngaro y buscar refugio en algún otro país en donde no tuviera que asesinar a sus compatriotas. A su travesía invitó a su amada Erzebet , o Elizabeth, como le comenzaron a decir desde que llegó a Cartagena: una jovencita de 17 años que para ese entonces se dedicaba a la hilería y con quien se casó horas antes de coger el tren que los llevaría a su primer destino, Budapest.

Una vez allí se internaron en el monte en búsqueda de la frontera con Austria donde, según les habían dicho, encontrarían un campamento para refugiados. Fueron tres días con sus noches caminando entre la inmensidad de un bosque en donde, en cualquier momento, se podían encontrar con el enemigo. “Yo me cansaba muy rápido, entonces Gyorgy iba y miraba cuál era el camino indicado y se devolvía por mí. Una noche, mientras dormíamos, pasaron los soldados rusos al lado nuestro cantando y bailando”, decía Elizabeth entre lágrimas mientras recordaba esos momentos cuando decidió arriesgarlo todo por el amor de un hombre que hace más de un mes se lo arrebató la muerte.

En Austria encontraron otros “compadres” que al igual que ellos preferían buscar nuevos rumbos antes que someterse a las condiciones del régimen de Stalin. En el campamento había 50 colchones dispuestos en el piso y chocolate caliente para mitigar el frío de los viajeros. Les entregaron una cobija, anotaron sus nombres en una lista y les dieron un diccionario de alemán, italiano, francés, español e inglés para que fueran estudiando sus posibles futuras lenguas. Según Elizabeth, los funcionarios fueron enfáticos en avisarles que debían comenzar a pensar en qué país querían vivir.

Para ese entonces la mayoría de los refugiados húngaros ya habían abandonado Europa y trabajaban en los campos de cultivo de Estados Unidos.


Cuando Erzebet y Gyorgy hicieron su solicitud para ir a realizar su sueño americano, los cupos de migrantes ya estaban agotados. En la ONU les dijeron que lo mejor era que pensaran en un país de Suramérica. Les recomendaron Colombia, donde recientemente el general Gustavo Rojas Pinilla había accedido a recibir refugiados. Según Elizabeth, “decidimos irnos para Colombia porque nos prometieron que el presidente Rojas Pinilla nos dejaría trabajar en una de sus fincas del Sisga”.

El negocio de la fritanga

Cuando bajaron del ‘Usodimare’, en pleno puerto de Cartagena, esta pareja de húngaros pensó que jamás sobreviviría en un lugar que parecía un enorme desierto al lado del mar. Para los dos, agricultores de nacimiento, las posibilidades de sobrevivencia eran nulas. Al llegar al puerto les avisaron que las promesas de trabajo que les había hecho Rojas Pinilla ahora eran inexistentes, ya que durante su viaje en barco habían derrocado al presidente. No entendían una sola palabra de lo que les hablaban y no sabían a ciencia cierta en qué parte del mundo quedaba aquel lugar rodeado de imponentes murallas de piedra.

 Un grupo de defensores de los derechos humanos los recibió y como pudo les hizo entender que debían tomar un avión hasta Bogotá, donde los esperaban para acomodarlos en un albergue temporal. A las pocas horas aterrizaron en el antiguo aeropuerto de Techo, en la capital. Se reconfortaron al sentir que el clima era más parecido al de su tierra. Fueron fotografiados por los curiosos que todavía no se acostumbraban a ver bajar de aquellos aviones hombres y mujeres de facciones europeas que vestían ropas rasgadas.

En total llegaron 30 húngaros al albergue. Allí vivieron un mes y medio. Los años siguientes trabajaron en fincas en La Calera, Zipaquirá y Tenjo. A la vez que cambiaban de empleo, llegaban los nuevos hijos. Con el tiempo comenzaron a entender el español y les enseñaron este idioma a sus pequeños.

En 1964 la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) les dio a los Villa 1.500 dólares, con los que compraron un lote en Fontibón, donde después de 10 años terminaron de construir una casa. También compraron un camión para vender salchichas. “A mi papá siempre le gustó cocinar. Desde entonces comenzó con el negocio de la fritanga”, dice Arpad Villa, uno de los 10 hijos de la pareja. La lonchería húngara, como le llamaron al camión, comenzó a hacerse famosa entre los vendedores de chatarra de la Estación de la Sabana. Al poco tiempo un comerciante le cambió el vehículo a Gyorgy por cuatro casetas para vender comida que acomodó en Las Flores, el barrio de Chapinero.

Hasta este sector fueron a buscar “al turco” que según sus viejos clientes cocinaba los mejores chicharrones y morcillas de Bogotá. La envidia y la codicia de los demás comerciantes de comida comenzó a acechar el negocio de los Villa, que para ese entonces ya había conseguido su clientela. Un día llegó otro fritanguero y les puso la competencia. Todo terminó en un mal entendido que dejó al húngaro preso durante cinco días. En la edición del 7 de marzo de 1977 del periódico El Bogotano quedó registrado así: “Un extranjero vivo vende las esquinas de Bogotá. Propietario de 20 casetas explota fritangueros colombianos”.


Las presiones hicieron que finalmente los húngaros trasladaran su negocio a la 18 con séptima, en pleno centro de Bogotá, donde montaron el restaurante Taberna Húngara. Allí vendieron cervezas, almuerzos y las más deliciosas picadas durante 10 años. Éste fue también el sitio de reunión de los demás refugiados que como ellos comenzaron una nueva vida en la ciudad de los bogotanos.

Desde hace 19 años los Villa han dedicado sus energías a mantener el último negocio que les heredó su padre: El Parador Húngaro. En una esquina de la carrera octava con 16, una mujer de cabellos dorados, piel blanca y ojos claros se dedica todas las tardes a fritar rellenas, papas, chicharrones y a atender a los clientes que viene buscando las delicias colombianas hechas con la receta húngara. Elizabeth es una de las hijas de esta pareja de refugiados y pese a haber nacido en Colombia lleva en sus rasgos el inevitable peso de una ascendencia de hombres y mujeres que fueron forzados a abandonarlo todo.

Hasta hace poco los clientes llegaban al local preguntando por el divertido húngaro que, según los rumores, alguna vez había estado en la cárcel, que tenía las mejores historias de la guerra y que pese a todo había seguido con su pasión de fabricar y vender rellenas. Gyorgy murió el 30 de octubre de este año a causa de un cáncer de estómago, pocas horas después de que su amigo Juan Mickly, también un húngaro refugiado, falleciera.

En la casa de Fontibón de los Villa, Elizabeth aún no entiende por qué el amor de su vida se fue sin ella. Juntos enfrentaron la travesía de comenzar de nuevo, de dejarlo todo, y juntos decidieron que no les enseñarían a sus hijos el idioma de un país que los había sacado de sus tierras y en el que no existía la igualdad. “Todavía siento un dolor inmenso por mi país —dice Elizabeth—. Colombia en cambio nos hizo libres”.

Las migraciones en Colombia

Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en septiembre de 1953  Colombia anunció formalmente su interés por adherirse al Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas. Pero fue sólo hasta el 17 de abril de 1956 cuando el Gobierno colombiano comenzó a recibir los anuncios de llegada al país.

El 22 de abril de ese año arribaron a Cartagena cuatro personas provenientes de España e Italia que se habían embarcado en Génova. El 22 de junio de 1956 el Gobierno Nacional creó el Comité Nacional de Inmigración e instaló tres oficinas en Bogotá, Medellín y Barranquilla. En el año 1957 se registró una masiva llegada de migrantes.

Por María Camila Peña

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