Candelaria coloca una hoja en blanco en su Remington Sperry. En cuatro décadas mecanografió miles de documentos. Es una de las últimas escribientes de Bogotá.
De 63 años, Candelaria Pinilla de Gómez insiste en ser llamada por su apellido de casada. Es la única mujer en ejercer este oficio a las afueras de un moderno centro de trámites de Bogotá.
Lo aprendió de su marido apenas llegaron a la capital en los años sesenta.
De traje sin corbata, los escribientes trabajan al aire libre, bajo un parasol, sentados en una silla de plástico y con una máquina de rodillo al frente.
Llegaron a ser indispensables. Escrituras, impuestos y compraventas pasaban por sus manos.
César Díaz, de 68 años, se precia de ser pionero de un oficio que terminó en "refugio" para pensionados que necesitan completar sus mesadas.
Trabajan de lunes a viernes y reciben menos de los 782.000 pesos del salario mínimo. Tiempo atrás fueron perseguidos por invadir el espacio público pero lograron sobrevivir a casi todo, hasta que se impuso Internet.