Movilidad en Bogotá: lo que deja Peñalosa y lo que sigue

Se acabó el tiempo. Faltan seis meses para que Enrique Peñalosa acabe su mandato en Bogotá. ¿Qué nos queda en materia de movilidad y qué podemos hacer de aquí en adelante?

Daniel Páez*
16 de julio de 2019 - 12:25 a. m.
El alcalde Enrique Peñalosa entregará una ciudad sin muchos cambios en materia de movilidad.  / Óscar Pérez - El Espectador
El alcalde Enrique Peñalosa entregará una ciudad sin muchos cambios en materia de movilidad. / Óscar Pérez - El Espectador

Más que evaluar la gestión del alcalde Enrique Peñalosa, este artículo invita a pensar sobre los temas clave que deben abordar los candidatos a la Alcaldía y cómo construir sobre lo bueno y lo malo que nos deja la actual administración.

Pocos cambios

En movilidad, Peñalosa entregará la ciudad sin muchos cambios. Aunque los funcionarios de esta administración no parecían tener descanso, los resultados serán muy frustrantes para ellos. En cuanto al Sistema Integrado de Transporte Público, no se desactivó la bomba de tiempo con la firma de un otrosí que aumenta la inversión del Distrito. Tampoco se dio un cambio profundo en cuanto a la concepción del sistema. Además, sigue pendiente el salvavidas financiero del Gobierno Nacional.

Como están las cosas, parece que Peñalosa hará lo mismo que Petro: pasarle el problema del SITP a su sucesor. Y lo que viene es lo mismo que ha pasado en otros sistemas integrados con grandes problemas, como Cali y Pereira: desangre a cuentagotas del erario mientras la ciudadanía padece un mal servicio. En cuanto a la operación de Transmilenio (TM), los resultados dejan mucho que desear. Además del sinsabor de la compra de buses que condenan a Bogotá a tener transporte masivo basado en diésel por diez años más, la calidad del servicio sigue siendo de lo peor y el problema de los colados nunca logró manejarse de manera correcta.

Respecto a la expansión de la red de TM, todo quedará en muchos estudios y pocos hechos. La administración no dejará ni un kilómetro nuevo de troncal construido y, aunque alega tener los estudios listos para que se construyan la carrera Séptima, la calle 68 y la avenida Boyacá, hay muchas dudas sobre la viabilidad de estas nuevas troncales. El tema de la Séptima demostró que Peñalosa dejó de ser un administrador que cumple promesas y pasó a ser un buscador de excusas.

En temas claves de innovación y movilidad inteligente, nos quedamos con muchas intenciones y pocos resultados: las tabletas para taxis fracasaron, no hay sistema de parqueo en vía, nunca se adoptó el piso por la excepción del pico y placa, los semáforos arrancaron después de muchos problemas y el esfuerzo en seguridad vial no ha logrado las metas propuestas.

En cuanto a la primera línea del metro, aunque nunca se cumplió la meta de iniciar la construcción en 2017, se ve algo de luz al final del túnel, pues la licitación se abrió recientemente. Aunque esta se logre adjudicar antes de terminar la administración, no hay oportunidad de que Bogotá inicie obras del metro elevado durante 2019. La falta de consenso sobre este proyecto es preocupante y da espacio para que el alcalde entrante detenga, demore o cambie el proyecto.

La bicicleta, bandera internacional de Peñalosa, también ha sido un tema contradictorio para la administración. Un reporte reciente de la Veeduría Distrital demostró que en Bogotá hay un alto riesgo de accidente o de ser robado mientras se monta en bicicleta, una realidad que nos separa de cualquier otra ciudad que promueva la bicicleta.

Opciones para el futuro

En una sociedad altamente conectada por las redes sociales, los gobernantes están obligados a ser buenos comunicadores y excelentes conciliadores. Se acabaron los días cuando las buenas ideas se podían llevar a cabo sin oposición. Para corroborarlo hay que ver casos como el de la reserva Van der Hammen y la troncal de la Séptima.

¿Qué hacen las ciudades exitosas hoy? Operar mejor lo que tienen y construir solo cuando existe consenso entre las fuerzas sociales, la academia, el sector privado y el gobierno (el gobierno es el último en cuanto a importancia). No deberían sorprendernos todas las dificultades que ha tenido Bogotá para construir su infraestructura, pues hoy la complejidad social, ambiental y económica de las ciudades obliga a que hasta un 50 % del esfuerzo se invierta en planeación, comunicación y mitigación de las obras, incluyendo grandes recursos que garanticen el consenso entre todos los sectores.

Lo que viene

Ahora que comienza la campaña electoral, quiero dejar planteadas algunas preguntas que los candidatos deberían contestar antes de que decidamos por quién votar. ¿Cómo se imagina el nuevo alcalde que los bogotanos nos vamos a mover al final de su mandato? ¿Habrá más ciudadanos en bicicleta? ¿O en nuevos transportes, como la patineta eléctrica? ¿Muchos seguirán en TM y SITP o habrá más personas trabajando desde sus casas?

¿Será momento de que Bogotá dé el salto a los verdaderos sistemas sostenibles urbanos y cambie los buses de diésel de TM por trenes eléctricos de alta capacidad? ¿Cuáles son sus metas para el transporte público y el privado en cuanto a vehículos eléctricos? ¿Qué propone para los camiones y demás vehículos de la ciudad, como los bicitaxis?

¿Dónde quedamos con Uber? ¿Adoptaremos las nuevas tecnologías? ¿Protegeremos a los taxistas? ¿Qué se debe hacer para mejorar la seguridad vial en Bogotá? ¿Qué papel juegan el control policial, la educación, la infraestructura y el control de expedición de las licencias? ¿Quién debe cambiar: los usuarios del carro particular o el pico y placa? ¿Llegó la hora de acabar esta medida y retomar ideas como el pago por uso de ciertas vías?

Cualquiera que sea el nuevo alcalde, ojalá recuerde esto: arrancar es muy difícil y todo se puede quedar en estudios; adoptar los proyectos de su antecesor ofrece más posibilidades de éxito. Además, el consenso de la ciudadanía en obras de movilidad es como el viento en un velero: no importa qué tan bonito sea el proyecto, en la era de las redes sociales y los millennials es imposible avanzar sin consenso.

*Investigador asociado de la Universidad de Melbourne y analista de Razón Pública.

Por Daniel Páez*

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