Opinión: Canchas sintéticas: ¿los bolardos de Peñalosa 2.0?

La “revolución de las pequeñas cosas” suele ser utilizada por los gobernantes que no tienen obras de magnitud para hacer trucos de ilusionismo. Tal parece ser el caso de Enrique Peñalosa y las canchas sintéticas –12 de ellas contratadas por Petro– y que hoy exhibe como una de sus mayores realizaciones.

Aurelio Suárez Montoya  
13 de mayo de 2019 - 01:30 p. m.
Cortesía Alcaldía de Bogotá
Cortesía Alcaldía de Bogotá

La materia prima es el caucho granulado proveniente del reciclaje de llantas usadas, mediante pirólisis o descomposición térmica del original. La tela sintética es una de las aplicaciones derivadas para áreas de deporte, pistas atléticas y zonas escolares de recreo. Según evaluación de febrero de 2019 para el Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno de los Estados Unidos (HHS), usando el ADMET Predictor, un programa computacional para predecir carcinogenicidad y genotoxicidad, de 306 químicos identificados, 197 cumplieron los criterios a priori. De estos, 52 coincidieron en ser clasificados como carcinógenos conocidos, presuntos o sospechosos, por la EPA de Norteamérica y la ECHA, Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (Ver.https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0013935118305528?via%3Dihub)

¿A cualquier jugador en dichas canchas le dará cáncer, inexorablemente? La respuesta a tal pregunta, hecha con doblez, es No. Pero sí obliga a los gobiernos –por ley- a aplicar el principio de precaución que, como en muchas de las 11.000  existentes en Estados Unidos, anuncian: “Evitar contacto de la boca con el caucho” o “Evitar ingerir comida y bebidas en canchas y juegos infantiles” 0 “Bañarse luego de usarlas” o “Limpiar los juguetes usados”. Indispensable precaución para usuarios frecuentes, en particular en días o temporadas de altas temperaturas, como lo reitera un estudio del estado de Washington, que insistió en “suplir la falta de información adecuada en toxicidad potencial y exposición respectiva”, exigencia también válida en Bogotá y el resto del país.

¿Cómo se estructuraron los quince contratos por $137.500 millones invertidos para cien canchas? Cuatro consorcios concentran tres de cada cuatro pesos gastados y 7 de cada 10 canchas. Con 28% del total de canchas, está la sucursal de la multinacional española AGORASPORT, registrada como constructora de escenarios deportivos pero también como empresa de comercio exterior, y en cuyas importaciones aparece tela sintética traída de Estados Unidos. Porcentaje igual tiene la firma Equiver SAS, con tela venida de Canadá, de Field Turf, que suministra 60% de toda la usada y agrega algún proceso terminal. De su distribuidor local, DDS, es también accionista uno de los socios de Equiver. Un 11% de las canchas fue ejecutado por otros dos consorcios, JPC y el BILBAO-CÓRDOBA, también vinculado con Equiver. Es decir, una auténtica rosca.

Vale preguntar: ¿por qué si en Colombia hay decenas de empresas que producen dicha tela, se trae de Estados Unidos y Canadá echando mano de los respectivos TLC? La respuesta se enredó cuando se conoció lo que en mala hora le escribió a un constructor el subdirector de parques del IDRD, Iván González, invalidando proveedores diferentes a los seleccionados a dedo.

A contramano de lo que estipulan las normas de concertación, que deben primar en las modificaciones a parques vecinales, Peñalosa, recurriendo al ESMAD, al señalamiento y descalificando cualquier objeción, ha impuesto, con un discurso calcado de su hermano Guillermo “Gil” Peñalosa –para quien la remodelación de parques ha sido un modus vivendi, tanto como los buses articulados para su hermano Enrique–, lo que debe hacerse a todo costo y costa en ellos. Comunidades enteras de Ciudadela Colsubsidio, Normandía, Modelia, la zona del parque El Japón, Quinta Paredes e Iberia, entre otras, como lo mostró un informe de El Espectador, se han rebelado contra el alcalde autoritario.

Tras el maloliente desaguisado contractual, el absurdo despotismo y tanta incuria, queda la duda razonable sobre el verdadero motivo de estas canchas sintéticas, cuya vida útil en el mejor de los casos será de apenas diez años. Se podrían llamar entonces los bolardos de Peñalosa 2.0.

Por Aurelio Suárez Montoya  

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