Petro: no es más que un hasta luego

Un recorrido político por estos cuatro años de gobierno, ahora que el alcalde anunció su intención de pasar de la Bogotá a la Colombia Humana.

Carlos Hernández Osorio
29 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

Gustavo Petro está empacando maletas para irse del Palacio Liévano, aunque no se está despidiendo. Sus declaraciones de final de mandato apuntan no sólo a defender lo que ha hecho en la Alcaldía de Bogotá, sino a anunciar planes futuros bajo la consigna de la Colombia Humana. Es una evidencia de la confianza que se tiene y, ya que deja entrever sus aspiraciones presidenciales, genera preguntas sobre la solidez de su capital político, que hace cuatro años le dio para ganar la Alcaldía, pero hace un mes estaba tan disminuido que no le alcanzó para contener el triunfo de su mayor opositor.

Así que en época de balances, a los indicadores sobre pobreza, Transmilenio, seguridad y educación se les puede agregar un corte de cuentas a Petro como político, sobre todo si se tiene en cuenta que él pretendió hacer de la Alcaldía su trampolín para la Presidencia. ¿Sale tan debilitado como lo indican las encuestas y sus críticos? ¿Sale tan fortalecido como él y los suyos creen?

Las razones que lo llevaron a la Alcaldía son claras: a finales de 2010, luego de ser el candidato del Polo Democrático a la Presidencia (cuando ganó Juan Manuel Santos) denunció el carrusel de la contratación como integrante de una comisión que investigó las irregularidades de la alcaldía de Samuel Moreno. Los otros dos líderes de ese grupo fueron el concejal Carlos Vicente de Roux y el entonces senador Luis Carlos Avellaneda, pero fue Petro quien, políticamente, salió más fortalecido. Un año después, alejado del Polo, fue elegido alcalde. La mayoría de los votantes (723.000) castigó a ese partido, pero siguió creyendo en la izquierda.

El 4 de noviembre de 2011, cinco días después de las elecciones y montado en el entusiasmo del triunfo, convocó una reunión de su movimiento. Micrófono en mano, trazó la ruta del proyecto: “Progresistas tiene que convertirse en un movimiento social y político en la base misma de la sociedad, no en el Estado. Quienes tenemos que cumplir las funciones administrativas a nivel distrital a partir del 1° de enero (de 2012) tenemos otro gran reto: gobernar bien y aplicar el programa. Si ambas cosas se dan (un movimiento fuerte de ciudadanos y ciudadanas y un gobierno que es de ese movimiento y es capaz de aplicar el programa que propuso) entonces nos convertiremos en una alternativa de poder no sólo para Bogotá, sino para Colombia”.

En abstracto, la cosa sonaba coherente: fortalecer las bases al tiempo que el gobierno cumplía lo prometido. A la hora del té, sin embargo, ambos propósitos se vieron empañados por múltiples dificultades.

El gobierno

Varias fuentes de izquierda consultadas, y el mismo Petro en sus declaraciones, entienden bajo la siguiente lógica el momento en que él llegó al poder: la primera administración de izquierda en Bogotá, en cabeza de Lucho Garzón (2004-2007), había sido de transición y por eso fue apropiado que la propuesta por un cambio de modelo fuera sutil. Así se hizo. La segunda se perdió en un mar de corrupción. La tercera debía ser la que profundizara los cambios con enfoque social. Petro quiso apuntarle a eso, pero tuvo en contra dos factores: uno, sectores poderosos del establecimiento se le fueron encima; dos, su estilo de gobierno, confrontativo e impositivo, que en muchos momentos lo llevó a improvisar, le hizo perder soporte político y social.

La muestra de lo primero fue, por ejemplo, la destitución e inhabilidad que le impuso el procurador Alejandro Ordóñez por 15 años, hoy detenida, pero considerada por algunos antipetristas como exagerada. La Contraloría, la Personería y la Veeduría han sido implacables, y en el Concejo también encontró una oposición recia, aunque vale aclarar que no le tumbaron todo lo que presentó. Avellaneda, su compañero en la denuncia del carrusel, considera que ese fue el primer obstáculo del alcalde: “El Concejo era afecto a la misma corrupción”, dice. “Ahí comenzó mal porque no iban a ser adeptos a una persona que los había denunciado”.

Es cierto que en el cabildo siguió tan vivo el carrusel, que cinco concejales elegidos en 2011 abandonaron sus curules para rendir cuentas ante la justicia, mientras que otros cinco que siguen en sus curules están en la mira de la Procuraduría. Sin embargo, es injusto generalizar, como suele hacerlo Petro al referirse al Concejo. Allí también contó, en algún momento, con una bancada afín de ocho progresistas que, en su mayoría, terminaron tomando distancia no precisamente por volverse corruptos, sino porque vieron en él a un mandatario errático.

Ahí entra a jugar el segundo punto: su estilo de gobierno. Petro no sólo prefirió la ruptura sobre la concertación, como admitió ante el diario El País, de España, en una reciente entrevista. Cimentó esa intención de ruptura en un discurso confrontacional que alejó, desde muy temprano a escuderos importantes. Antonio Navarro, su primer secretario de Gobierno y una insignia de la izquierda nacional, renunció tan sólo tres meses después de haber comenzado el gobierno, en marzo de 2012. Fueron, en total, 65 cambios en las cabezas de las secretarías, direcciones y empresas descentralizadas de la administración. “Petro tiene una personalidad difícil”, admite Avellaneda. “No gusta mucho de la organización. Se define como un anarquista en el sentido filosófico del término y eso dificulta el trabajo en equipo”.

Los concejales, paulatinamente, anunciaron sus desacuerdos. Carlos Vicente de Roux, su otro compañero en la denuncia del carrusel, se distanció no sólo criticando el estilo del mandatario, sino dudando de la transparencia del gobierno en asuntos gruesos como la prórroga de los contratos a los operadores de las fases I y II de Transmilenio. Al final de cuentas, sólo dos de los ocho concejales progresistas elegidos para este cuatrienio apoyaron a Clara López a la Alcaldía, que tenía el apoyo de Petro. Todos se quemaron.

A eso hay que sumarle que a pesar de poner sobre la mesa temas importantes como la adaptación al cambio climático, la segregación social de Bogotá y la defensa de lo público, su discurso no siempre estuvo respaldado en eficacia administrativa. Las cifras evidencian una destacable reducción de la pobreza (que no pocos asocian con una combinación con políticas nacionales, no sólo distritales), pero eso, al tiempo, contrasta con la incertidumbre sobre la viabilidad de su esquema de aseo (en el que los privados, por ahora, ganan más que antes), la falta de ejecución en movilidad, la aún no concretada adquisición del hospital San Juan de Dios, el incumplimiento de sus metas en infraestructura educativa y de vivienda. La falta de ejecución, como lo hizo ver en el portal Razón Pública el profesor Jorge Iván González (además asesor de la Alcaldía), terminará favoreciendo a Enrique Peñalosa.

Las bases

Mientras eso ocurría en la administración, ¿qué pasaba en las bases del petrismo? La lógica del alcalde, como se indicó más atrás, era cumplir lo prometido mientras, aparte, su movimiento se fortalecía socialmente en las calles, por fuera del Estado. La destitución, que llegó en diciembre de 2013 y lo tuvo al margen del gobierno por cuatro meses, lo perfiló en ese momento como el líder de un movimiento de ciudadanos indignados con el establecimiento. Vinieron las marchas, la Plaza de Bolívar llena una y otra vez. Fue un momento de entusiasmo en el que su liderazgo era innegable. Tras su regreso y el decurso normal de su gobierno convocó nuevas movilizaciones que resultaron exitosas, como aquella “por la vida y el planeta”, del 22 de septiembre, en plena campaña electoral. Avivó la causa animalista con su discurso antitaurino. Pero todo eso, sin embargo, no se tradujo en votos.

El Progresismo no logró consolidar un movimiento sólido capaz de sobrevivir sin su mentor. Las mayores pruebas son la incapacidad de sostener un candidato propio a la Alcaldía (a duras penas lo escogió) y la debacle en las pasadas elecciones, cuando sólo eligieron a un concejal y ningún edil. Un político que fue muy cercano a Petro señala que esa debilidad tiene una razón: “No fuimos una fuerza política cohesionada y, a pesar de ser un movimiento significativo de ciudadanos, libres y que reúne más de una opinión, fracasamos a la hora de empoderar a un sucesor. Algo que nos recomendó Lula Da Silva hace dos años cuando vino a Bogotá fue que nuestro programa de gobierno debería trabajar en un proyecto que contemplara la sucesión. No lo hicimos y en eso fracasamos. Nos dedicamos a la administración y nunca trabajamos políticamente”.

La insistencia

Petro ha dejado de creer en los partidos para entender la organización política a partir de las nuevas ciudadanías, esos grupos que enarbolan causas como el animalismo, el ambientalismo y el género, para lo que no requieren las instituciones partidistas tradicionales. Es ahí donde espera cimentar su proyecto nacional, más allá de que termine peleando un espacio dentro del Polo como candidato presidencial.

La propuesta de Colombia Humana la cimienta, por el momento, en sus ideas sobre la necesidad de adaptar el país al cambio climático y eliminar la segregación social. “Ese testimonio tiene que ser repartido y entregado en todos los rincones de Colombia”, dijo en su discurso del 11 de noviembre pasado en Medellín, durante la Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales (Clacso), frente a líderes como Lula y el uruguayo Pepe Mujica. El público lo ovacionó.

Avellaneda agrega que la cabida de Petro en la campaña presidencial también estará dada por el debate que posiblemente predominará para 2018: el posacuerdo con las Farc, escenario en el que el perfil del alcalde, en teoría, podría encajar.

La pregunta, no obstante, es si el capital político con que saldrá de la Alcaldía (aparentemente bajo) crecerá de cara a una campaña presidencial. El concejal De Roux llama la atención sobre la acogida que Petro puede tener en la Costa Atlántica o en el suroccidente del país, donde “no han padecido los efectos de su mal gobierno. Él no es una figura desdeñable en el escenario político nacional”. De hecho, Antonio Navarro señala que fuera de Bogotá a Petro lo ven como aquel capaz de enfrentar a los poderosos, especialmente en la Costa Atlántica. Añade que a Petro le hizo un gran favor el procurador con su sanción, porque finalmente convirtió al alcalde en el héroe capaz de defenderse de las instituciones, destacando ese carácter de “perseguido”, con el que ha trabajado entre muchos sectores.

Gloria Oramas, edil de Teusaquillo y reconocida lideresa del Progresismo, explica que el proyecto lo están pensando, de entrada, para las principales ciudades, y para ello aprovecharán a líderes como Nicolás Petro, hijo del alcalde, o el actual secretario de Integración Social, Jorge Rojas. “Hay funcionarios vinculados al Gobierno que saldrán a hacer política”, resalta ella. El éxito o fracaso no sólo dependerá de las circunstancias, sino de él mismo. Queda claro, por ahora, que el final de su mandato no es más que un hasta luego.

Por Carlos Hernández Osorio

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