Respirar, pensar y actuar: la pedagogía del loto

Usa el yoga y la percusión corporal para incentivar a sus estudiantes en Ciudad Bolívar a reconocer su cuerpo, su espíritu y sus habilidades. Tras quedar entre los 50 finalistas del Global Teacher Prize, espera llevar sus prácticas por todo el país.

Mónica Rivera Rueda
03 de diciembre de 2017 - 02:00 p. m.
 / Cristian Garavito - El Espectador
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Este ha sido el año del profesor Alexánder Rubio. Además de ser uno de los 50 finalistas, entre más de 20.000 participantes en todo el mundo, del Global Teacher Prize, que es el equivalente al premio Nobel para los maestros, ha recibido el reconocimiento de la alcaldía y de otras entidades, con lo que ha tenido la oportunidad de llevar sus prácticas a otros países. Él, desde hace más de seis años, viene usando el yoga como parte fundamental de sus clases de educación física en la Institución Educativa Rodrigo Lara Bonilla, de Ciudad Bolívar.

En marzo de este año el docente estuvo en Dubái, donde se realizó la ceremonia de los premios, que estuvo acompañada de un evento en el que brillaron las estrellas de Hollywood, Bollywood y la pintoresca forma en que fueron entregados los galardones, anunciados por astronautas en una cápsula en el espacio y un reconocido presentador que saltó con el premio de un helicóptero.

Pero eso no fue lo que más lo emocionó. Allá al otro lado del mundo, en Dubái, se encontró con uno de sus exalumnos del colegio en el sur de Bogotá, que no tuvo más que agradecerle por su trabajo. Esta no fue la única vez que experimentó esa emoción. En la India se encontró con otro estudiante y supo que su labor estaba dando frutos. “Para mí es placentero ver a mis estudiantes alrededor del mundo y ver que les he tocado el corazón y el alma para hacer cosas distintas”, asegura.

Rubio es licenciado en Educación Física de la Universidad Pedagógica. Al terminar su carrera comenzó a estudiar medicina, pero al quedar elegido, por concurso de méritos, como maestro del Distrito, decidió dejar por un tiempo su segunda carrera. Nunca la volvió a estudiar y en cambio se metió de lleno en su camino como profesor. Ha hecho tres especializaciones, dos maestrías y un doctorado, encaminados a la investigación en danza, actividades kinestésicas, arte folclore y desarrollo cultural.

Interesado por el yoga y la percusión corporal, comenzó a incluir estas prácticas en sus clases en universidades. Sin embargo, luego de que uno de sus estudiantes en el colegio fue asesinado a tiros, reflexionó sobre cómo incluir estas prácticas con sus alumnos de secundaria. Inició en 2006 una investigación de carácter etnográfico y cualitativo, para establecer parámetros, dice. En 2009 escogió un grupo focal de 40 jóvenes a los que les comenzó a dar clases de yoga, respiración y trabajo de colectividad con el cuerpo, al que estudió los siguientes tres años.

“Esa generación mejoró en convivencia, en el aspecto académico, en sus relaciones, en el respeto e incluso en la prueba del Icfes. Fue el mejor grupo en el colegio y subieron el nivel de medio a superior. La mayoría están terminando carreras profesionales, aprendieron a ver el mundo de una forma distinta”, manifiesta Rubio.

Luego comenzó a implementar sus prácticas en todas sus clases, que comienzan con el reconocimiento de las asanas (posturas del yoga), para que sus estudiantes entiendan sus cuerpos. En medio de los ejercicios de respiración, les explica la importancia de dejar los estigmas sociales a un lado; ser conscientes de sus acciones; les pide elevarse, pero desde su espíritu, y finaliza con un abrazo comunal, de paz y afecto, en el que todos deben mirarse a los ojos y expresar sus reflexiones.

“Al principio, como los chicos no tenían noción del trabajo del cuerpo, utilizábamos las clases para consultar sobre asanas, hacíamos retos con ese trabajo, luego respiración colectiva y finalmente les enseñaba asanas en los diferentes niveles”, asegura Rubio. Ahora utilizan los diez primeros minutos de la clase para ejecutar el RPA (respirar, pensar y actuar).

De acuerdo con el profesor, “es un trabajo de autoescucha, autoconciencia y de respiración para focalizar la energía en unos niveles de convivencia y de construcción de grupo. Básicamente trabajamos muchos de los problemas que tenemos como sociedad”.

Considera que con esta labor ha logrado cambiar la vida de sus estudiantes, muchos de los cuales han hecho parte de pandillas o tienen familiares implicados en el microtráfico, como el caso del joven que se encontró en Dubái.

Haber sido escogido como uno de los mejores 50 profesores del mundo le trajo grandes cosas. Recibió una beca para estudiar yoga en India, donde estuvo casi un mes. Además, como uno de los representantes del premio en Latinoamérica, participó en un foro en Abu Dabi y en un congreso en Panamá. “Tuve la oportunidad de hablar con docentes de todo el mundo y comparar el proceso educativo. Aquí, a cada docente le toca trabajar con 40 estudiantes, mientras allá trabajan con 20 y fuera de eso tienen un auxiliar”.

También ha recorrido la ciudad llevando sus técnicas a 25 colegios del Distrito y continuando con los récords que se ha encargado de romper. “En 2012 hicimos el récord nacional de yoga; en 2014, un ejercicio fue récord Guinness, y este año ya realizamos otro en el que reunimos a más de 2.000 estudiantes en la Plaza de Bolívar”.

 

Ahora su idea es abordar los temas del posconflicto en la educación. Quiere viajar por todo el país enseñando sus técnicas a otros maestros “porque hay que reeducar a todos estos actores del conflicto, para que construyamos una sociedad donde se generen convivencia, respeto, participación y, ante todo, paz. Eso se puede lograr desde el cuerpo”, concluye Rubio.

Por Mónica Rivera Rueda

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