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“Se arrienda”, aviso frecuente en el centro de Bogotá

En centros comerciales como el Gran San, al menos el 13 % de los establecimientos han cerrado definitivamente. Su gerente, Yansen Estupiñán, culpa a la rigidez de las inmobiliarias y la escasez de clientes, debido al aislamiento obligatorio.

Diego Ojeda
08 de julio de 2020 - 03:00 a. m.
Muchos comerciantes han llegado a acuerdos para evitar el cierre de sus establecimientos. @ElEspectador.
Muchos comerciantes han llegado a acuerdos para evitar el cierre de sus establecimientos. @ElEspectador.
Foto: Jose Vargas Esguerra

San Victorino, uno de los puntos comerciales más importantes en el centro de la ciudad, es la muestra clara del fuerte coletazo económico que representa el COVID-19. Allí, las multitudes que dificultaban el caminar se han reducido a solo trabajadores informales. La ausencia de clientes es evidente. Este panorama se repite en muchos sitios de la ciudad.

Fenalco, en su más reciente encuesta, pronostica que en Bogotá el 28 % de los establecimientos comerciales cerrará de manera definitiva, realidad que ya se ve en los avisos de “se arrienda” pegados en locales desocupados, en cada tela negra y reja cerrada que cubre lo que un día significó la fuente de ingresos para una familia.

Incluso encontramos trabajadores vaciando sus locales. Si bien ninguno quiso ser entrevistado, cada estante y vitrina desocupada en sus tiendas cuentan la historia. Uno estaba completamente destruido, con las paredes picadas, espejos rotos y vidrios regados en el piso. Cuentan que fue un arrendatario que salió en disputa con el dueño del local y no quiso dejarle nada de la inversión que había hecho.

Yansen Estupiñán, gerente del centro comercial el Gran San, resume la situación en que el 13 % de los locales ha tenido que cerrar, de 702 que componen este icónico comercio. Para él, el principal problema son las inmobiliarias, que se resisten a buscar una conciliación para el pago de los arriendos, con lo cual reducen las opciones a “paga o me desocupa”. Asegura que quienes permanecen con sus puertas abiertas lo hacen porque han logrado negociar con los arrendadores, llegando a acuerdos como el pago del 50 % de la renta. Esto, en un edificio donde en promedio se pagan $8 millones, se traduce en la posibilidad de que las ventas sigan siendo negocio.

A los arriendos “impagables”, analiza Estupiñán, se suma el bajo número de clientes que visitan ahora el Gran San. En un día promedio, este centro comercial acostumbraba tener 10.000 personas por hora, ahora por mucho llegan a 6.000 por día. “Con la limitación del aforo, en el edificio no puede haber más de 1.400 personas de manera simultánea. Descontando a los empleados, eso nos deja una capacidad de 600 compradores, algo que genera preocupación, entendiendo que son 702 locales”.

Sin embargo, en la entrada de este comercio no se ven largas filas de compradores esperando a que salga alguien para que le toque el turno. No, si en este y todos los comercios de la ciudad escasean los clientes es porque la crisis económica es tal, que ha afectado la capacidad de consumo de la gente.

Muestra de lo anterior es lo que refleja el más reciente informe de consumo de los hogares elaborado por la firma Raddar, ya que en abril, en términos reales, se registró una caída histórica del 5,15 %. Esta cifra mostró una leve mejoría en mayo y se espera que continúe en esa misma tendencia.

El estudio también da cuenta de cómo los colombianos han priorizado en sus gastos aquellos que tienen que ver con su permanencia en los hogares. Es así como, en mayo, las mayores variaciones se registraron en combustible y servicios públicos (40,6 %), artículos para limpieza (39,2 %), hortalizas y legumbres (33,5 %), frutas (27,4 %) y carnes o derivados de la carne (26,4 %). En contraste, los gastos que registraron variaciones negativas fueron vestuario y calzado (-72 %), ropa del hogar (-57,8 %), comidas fuera del hogar (-56,4 %), artículos culturales y otros relacionados (-53 %) y aparatos domésticos (51 %).

Toda esta situación ha obligado a que muchos comerciantes bajen el precio de sus artículos, como medida para incentivar el consumo. Incluso hay locales vendiendo ropa interior a $1.900. “Trabajo aquí hace seis años. La situación está peor a los días previos de arrancar la cuarentena. Las ventas han bajado al 100 %. Nos ha servido bajarles el precio a las prendas y vender de manera virtual. A pesar de todos estos esfuerzos, tuvimos que despedir a tres personas”, comenta la administradora de una tienda.

La crisis también se vive afuera, con los vendedores informales. La mayoría están sobre la carrera décima, lugar en el que es imposible mantener el distanciamiento social porque abundan los puestos de comida, ropa y artículos para el autocuidado, como tapabocas y bases plásticas para desinfectar el calzado.

Un vendedor de correas asegura que le tocó romper la cuarentena porque no podía sobrellevar la situación económica de su familia desde el encierro. Devuelta a las calles, asegura que la situación no es del todo alentadora, pues las ventas han disminuido a tal punto que sus ganancias diarias son $10.000. “Nos ha tocado comer arroz y huevo en la casa, pero por lo menos es algo. Por eso le pedimos al Gobierno que no nos vuelva a encerrar, que nos deje trabajar”, comenta.

Si algo bueno ha dejado esta emergencia es que los comerciantes han visto el valor que tiene el comercio electrónico, razón por la cual el 60 %, según Fenalco, se ha volcado a plataformas de ese estilo y a redes sociales. En el Gran San, por ejemplo, están utilizando su página en Facebook para hacer “madrugones virtuales” en los que muestran los productos y habilitan líneas telefónicas para que las personas puedan recibir más información y hacer sus pedidos.

Asociaciones como la ANDI y la ANIF creen que esta situación se puede superar si las personas refuerzan el autocuidado y si el Gobierno deja atrás las cuarentenas y permite que la sociedad conviva con el virus. Una nueva normalidad, donde la cultura ciudadana sería la mejor “vacuna” para librar la batalla contra el coronavirus.

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Héctor(15733)29 de julio de 2021 - 12:44 p. m.
Qué buen artículo, sobrio y bien sustentado. Me reafirmo en considerar que las cuarentenas fueron un acto criminal bien intencionado y poco efectivo.
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