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Siguen los crímenes de odio en Bogotá

El asesinato de Guillermo Garzón, activista LGBTI, alerta sobre una realidad que sigue en la capital. John Henry Ospitia fue asesinado con el mismo modus operandi.

Natalia Herrera Durán
20 de noviembre de 2014 - 02:35 a. m.
Siguen los crímenes de odio en Bogotá

Guillermo Garzón Andrade fue brutalmente asesinado el 15 de noviembre. Su cuerpo lo encontraron con signos de violencia tres días después. Garzón era activista gay, fundador de un colectivo llamado Somos Opción LGBTIH, que reivindica la necesidad de transformar los imaginarios de discriminación, y la posibilidad de sentir por fuera de los roles de género. Su muerte indignó a las organizaciones defensoras de los derechos humanos de las lesbianas, gay, bisexuales y personas trans para quienes el caso no es aislado, no se trata de un robo o un crimen pasional, como seguramente terminará consignado en los expedientes de la Fiscalía.

Por esa razón, la organización Colombia Diversa hizo un llamado para que la Fiscalía investigue a fondo y sancione a los responsables antes de que entre a hacer parte de una estadística que no diferencia víctimas. Especialmente, preocupa las coincidencias que existen entre la muerte de Garzón y el asesinato de John Henry Ospitia, el 23 de septiembre de 2014.

Garzón vivía solo, en arriendo, en un aparta-estudio de Chapinero. Tenía 50 años y además de ser un convencido activista trabajaba en el Fondo Nacional de Cundinamarca como tesorero general. El sábado 15 de noviembre Garzón habló con su hermana y le dijo que iba a salir. Al otro día se verían en la clínica para visitar a una sobrina. Esa noche entró con un joven a su apartamento y horas después ingresaron otras cuatro personas más, después de que pidieron un domicilio. Los cinco sujetos salieron a la madrugada de la casa de Garzón. Desde el domingo no se supo más de él. Cuando faltó a su trabajo el martes sus familiares denunciaron el hecho. Su cuerpo fue encontrado el martes 18 de noviembre al medio día. Su muerte fue provocada por asfixia mecánica por sofocación con una cinta adhesiva. El reporte oficial dice que estaba amordazado y atado de pies y manos. Al parecer fue golpeado en diferentes partes del cuerpo. Le robaron el celular.

John Henry Ospitia, de 52 años, diseñador de modas, vivía solo en un conjunto residencial al norte de Bogotá, era abiertamente gay. El martes 23 de septiembre llegó a su casa a las 7:30 p.m. acompañado por un joven de no más de 27 años. La versión la dan dos clientes que lo visitaron para la entrega de un vestido y se fueron a las 8:30 p.m. Ospitia se quedó solo con el joven. El vigilante cuenta que cancelaron un domicilio de dos botellas de vino, y que sobre las 11:00 p.m. entraron dos hombres más. La escena parecía la de una comida cualquiera. A la 1:00 a.m. se fueron los invitados. El cuerpo lo encontraron dos días después cuando un vecino alertó que la puerta estaba sin ajustar.

El dictamen de Medicina Legal determinó que la muerte de Ospitia había sido por asfixia mecánica producto de la cinta Americana con la que fue atado en la boca y le cubría todo el rostro; fue encontrado en su cama, con las manos atadas y con unos guantes puestos en ellas, en boxers y camiseta, tapado con la misma ropa que él diseñaba y algunas almohadas. Tenía moretones en la piel y la garganta degollada por un arma blanca que no apareció en la escena del crimen. El apartamento estaba desordenado y con varios signos de violencia (sangre en las paredes). Las fotos de sus amigos gay fueron organizadas de tal forma que tapaban las de su familia. El caso sigue en investigación, en cotejos de videos de cámaras de seguridad y otros testimonios.

Lo cierto es que el asesinato de Ospitia y Garzón tiene una serie de coincidencias que deberán aclarar las autoridades: las dos víctimas eran gay, rondaban los 50 años, vivían solos, fueron robados pero por objetos pequeños que no justifican que los hayan matado con tanta sevicia. El día del homicidio llegaron acompañados por un hombre joven, se registró un domicilio y después llegaron algunas personas más. Las víctimas aparecieron amordazadas con cinta Americana, gris, adhesiva, parecida a una venda, que les cubría el rostro. Los apartamentos fueron desorganizados. Los victimarios se cuidaron de no dejar huellas, utilizaron guantes y ácido corrosivo para no dejar indicios. Los cuerpos presentaron signos de tortura y la causa de la muerte fue la misma: asfixia mecánica.

“Guillermo era defensor de derechos humanos y por tanto, el Estado debe brindar las garantías suficientes para conocer la verdad y acceder a la justicia de forma veraz e imparcial. Desde el año 2009, hemos denunciado los homicidios de Fredys Darío Pineda, Álvaro Miguel Rivera y Wanda Fox, quienes siendo defensores de derechos humanos, fueron asesinados y todavía los crímenes permanecen en la impunidad”, señaló Mauricio Albarracín, director de Colombia Diversa.

Durante el año 2013, Colombia Diversa reportó 66 homicidios contra la población LGBT por prejuicios basado en su orientación sexual, identidad y expresiones de género, en especial en Antioquia, Bogotá y Valle del Cauca. El año anterior, 2012, se registraron 87 homicidios y un aumento del 50% en circulación de panfletos de amenazas. La mayoría de estos crímenes sigue en la impunidad. Las cifras son resultado del registro juicioso e investigación de Colombia Diversa porque el Estado no tiene un sistema de información que registre de manera diferenciada la forma como lesbianas, gay, bisexuales y personas trans son víctimas en el país.

Los crímenes de odio son una realidad presente en Bogotá hace años. Un reportaje de María Paulina Ortíz, para El Tiempo, en 2006, da cuenta de varios de ellos. Incluso cita al médico Andrés Rodríguez, del Instituto de Medicina Legal, quien entonces relató que se centró en los homicidios por asfixia mecánica en Bogotá y descubrió que la gran mayoría de las víctimas eran homosexuales, con patrones similares a los encontrados en los casos de Garzón y Ospitia. “Prejuicios que matan”, se llamó el informe que este año publicó Colombia Diversa, y de eso no hay duda.

Por Natalia Herrera Durán

 

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