Yo estuve en el atentado en la General Santander

El 17 de enero un carrobomba que explotó dentro la Escuela de Cadetes de la Policía General Santander, en el sur de Bogotá, dejó 22 estudiantes muertos y al menos 50 uniformados más heridos.

Mónica Rivera Rueda / mrivera@elespectador.com - @Yomonriver
29 de diciembre de 2019 - 08:10 p. m.
Dentro de la institución explotó un vehículo, dentro del que había 80 kilos de pentolita.  / Mauricio Alvarado - El Espectador
Dentro de la institución explotó un vehículo, dentro del que había 80 kilos de pentolita. / Mauricio Alvarado - El Espectador

A las 9:32 de la mañana del jueves 17 de enero un vehículo explotó dentro de la Escuela de Cadetes de la Policía General Santander. El sonido fue tan fuerte, que retumbó en al menos 15 barrios. La onda expansiva abrió un hueco sobre la vía que transitaba el carro, rompió los vidrios de los dormitorios que se encontraban a lado y lado. No afectó la estación de Transmilenio que está justo al frente, pero sí llegó a las casas que quedan al costado occidental de la autopista Sur, donde no quedó vidrió en pie. Aunque todo era confusión, era claro que lo que había pasado adentro había sido algo muy grave. La taquillera de la estación vio cómo la bomba había levantado una gran nube de humo negro dentro de la Escuela, luego de la cual varios vecinos y curiosos se agolparon sobre el puente peatonal, intentando averiguar qué era lo que había pasado. Unos minutos antes, José Aldemar Rojas, el hombre que iba manejando el vehículo con 80 kilos de pentolita, había salido del barrio San Carlos por la avenida Villavicencio, en el sur de Bogotá. Cruzó el barrio El Tunal para luego tomar la avenida Gaitán Cortés que lo condujo directo a la autopista Sur, en Venecia. Llegó a la bahía de la Escuela de Cadetes y entró sin vacilar hacia el campo de parada donde ese día habría una ceremonia. Después de que intentaron persuadirlo para salir terminó explotando el vehículo sobre una de las vías alternas de la Escuela. El atentado pudo haber sido mucho peor, pues ese día no se invitó a los familiares de los uniformados al evento ni se realizó a la hora que se tenía prevista, lo que habría arruinado los planes iniciales. Juan Pablo Suache se encontraba en una de las aulas subterráneas en clase. Llevaba solo tres días en la institución, por lo que el estruendo lo llenó a él y a sus compañeros de conmoción y miedo, pues a pesar de que ninguno estaba herido, tenían claro que lo que afuera estaba pasando era muy grave. La escena sí la vio otro cadete, que estaba en otro lado de la Escuela. Cuando escuchó la explosión pensó que había sido en el comedor, por lo que corrió hacia allá. Lo que vio después fue solo horror, pues además del carro casi destruido frente a los dormitorios, al frente suyo pasaron varios de sus compañeros y conocidos llenos de sangre. La noticia se conoció rápidamente. Cuando llegué la gente seguía en el puente preguntándose qué había pasado. Abajo, sobre la vía, los policías de la institución comenzaban a bloquear el paso de los carros que iban de sur a norte, por la autopista Sur. En medio de la confusión, a uno de los uniformados se le disparó el fusil en el suelo, lo que asustó mucho más a los curiosos y a los habitantes del conjunto Villa Mayor La Nueva, al costado norte de la Escuela de Cadetes, el primer lugar al que llegaron las autoridades a inspeccionar. Rápidamente fueron llegando más medios, que se agolparon en la entrada por donde entró el carro que explotó. A la par llegaron familias de los uniformados que no tenían idea de su suerte. Algunos habían alcanzado a comunicarse los primeros instantes, pero no todos sabían dónde estaban sus hijos, pues así como algunos fueron evacuados, a otros los llevaron a la capilla. “Nos dejaron pasar por grupos para que corroboráramos que nuestros hijos estaban bien y los saludáramos, pero principalmente les diéramos apoyo moral, porque afuera eran incontables los heridos”, señala uno de los familiares en la General Santander. No todos recibieron buenas noticias, porque hacia el mediodía ya se contaban ocho personas muertas y 54 heridos. Al final fueron 22 las víctimas del atentado que se adjudicó el Eln y del que hoy hay cuatro personas acusadas. Los días posteriores, la Escuela de Cadetes General Santander fue un sitio de homenaje a las víctimas. Cientos de flores fueron dejadas en la entrada en homenaje a los muertos y como voz de apoyo a los heridos. La enorme puerta de la entrada principal, que siempre se había caracterizado por estar abierta, desde ese día está cerrada, mientras que una barricada impide el paso por la bahía donde entro el carro bomba. La reconstrucción avanza y los edificios afectados vuelven a tomar su forma y color. El Gobierno Nacional ascendió de manera póstuma al grado de subteniente a los uniformados que murieron ese día, mientras se adelanta la construcción de un monumento en su honor que se inauguraría para el grado del curso 112, al que la mayoría pertenecía.

Por Mónica Rivera Rueda / mrivera@elespectador.com - @Yomonriver

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