Yo estuve en el traslado de los venezolanos al albergue en Bogotá

Ante la llegada de más de 600 migrantes a predios aledaños a la terminal del Salitre, el Distrito habilitó un albergue provisional en un predio de Integración Social. Así fue el cambio.

*Jose Piñeros
30 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
 Al albergue  llegaron 630 venezolanos que estaban en el lote El Bosque junto a la terminal.  / Gustavo Torrijos - El Espectador
Al albergue llegaron 630 venezolanos que estaban en el lote El Bosque junto a la terminal. / Gustavo Torrijos - El Espectador
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

Soy de Miranda, Venezuela. Llegué a Bogotá hace seis meses con mi esposa, mis dos hijos y una hermana, debido a las difíciles condiciones para conseguir comida y sustento en nuestro país. El plan era llegar a Pereira. No teníamos lo suficiente para movilizarnos hasta allá, así que llegamos a Cúcuta, desde donde comenzamos a caminar.

El viaje duró tres días. En la carretera nos ayudaron dos veces a adelantar camino y la gente que nos daba cosas decía que en la capital estaban auxiliando a los venezolanos. Por eso llegamos a la ciudad. Acá un teniente de la Policía nos dijo que los venezolanos se estaban quedando en el predio El Bosque y allá paramos.

No nos cobraban nada. La gente nos donó la carpa en la que nos quedábamos y, a diario, las personas que se acercaban nos regalaban ropa y comida. Dentro del lote nuestra vida era tranquila. No teníamos mucho contacto con los demás por lo que no puedo quejarme del resto de cosas que podrían pasar.

Nos ubicamos, pero buscar trabajo no fue nada fácil. Varios migrantes en el lote salían a vender dulces o pedir dinero cerca de la terminal. Conseguí empleo con un señor que estaba haciendo una obra en un hotel. Estuve una semana, día y noche, pero solo me pagó $15.000 al final, porque no tenía el Permiso Especial de Permanencia (PEP). Estamos esperando adelantar los trámites.

Meses después de nuestra llegada al albergue el sitio fue centro de atención de los medios. La Secretaría de Salud comenzó a vacunar a la gente y el Distrito cercó el lote en el que estábamos para impedir que más personas ingresaran al lugar. Por esto los venezolanos que llegaron después comenzaron a ubicarse en las zonas verdes al frente. Cada vez eran más. El trato fue bueno. Dos días antes de que hicieran el traslado al albergue temporal en Engativá nos avisaron. Nos dijeron que nos iban a llevar a un lugar donde íbamos a estar en mejores condiciones, pero no nos dijeron qué más iba a pasar.

El día llegó y la mayoría no estaba preparado. Arribaron los de la Alcaldía y lo único que nos dijeron fue que recogiéramos, porque ya nos íbamos. Eso hicimos. Todo el mundo comenzó a recoger sus cosas como locos y a desbaratar los cambuches. Nosotros empacamos en bolsas, menos las colchonetas, las ollas y parte de la comida, que no nos dejaron cargar.

Primero nos censaron y nos dieron una ficha con la que pasamos a la parte de atrás del lote. Allá montamos nuestras cosas en un camión, mientras a nosotros nos llevaron en un bus hasta el albergue. El operativo comenzó a las 5:00 a.m., pero nos llevaron hacia las 10:30 a.m.

Aunque afuera del lote El Bosque hubo resistencia de quienes se negaban a dejar el lugar, al final la mayoría aceptó. Prometieron condiciones más dignas, por lo que al iniciar el recorrido había entre felicidad, intriga y temor. No se sabía qué iba a pasar.

Al llegar al albergue nos encontramos con las protestas de los vecinos del lugar. Ellos no querían que nos tuvieran ahí, por lo que se atrincheraron en las entradas. A nosotros nos entraron por la parte sur, donde opera un ancianato. A los primeros les tocó esperar y enfrentarse a la comunidad. A otros, la Policía los tuvo que custodiar para que pudieran entrar caminando ante los gritos de los manifestantes.

Ya adentro el proceso fue lento. Personal de la Personería nos recibió con el manual de convivencia. Muchas cosas, como cocinar o lavar la ropa, estaban prohibidas. Luego se pasaba a la zona de registro donde se asignaban las carpas.

A mi familia y a mí nos dieron una carpa para ocho personas. No estábamos solos allí, pues había dos familias más, con las que compartimos inconformismos, porque no tenemos para dónde ir.

La primera noche fue incómoda. No nos dieron cobijas ni nos permitieron sacar nuestras cosas, entonces dormimos en las camillas (catres) que había dentro de la carpa con una cobija que teníamos. Al tercer día ya nos dieron mantas y almohadas, y ante el inconformismo de la gente nos dejaron cocinar y lavar. Pero este acuerdo solo duró dos semanas.

Todo porque a la segunda semana de nuestra llegada algunos de los migrantes armaron disturbios fuera del albergue. La mayoría salimos, pero otros entraron a vandalizar. Por eso, a los que fueron identificados los sacaron del país y de ahí en adelante los que no cumplieron con las reglas del manual de convivencia también los expulsaron.

Ya no quedan muchos. Además de los que han sacado a la fuerza, otros han decidido devolverse a Venezuela. Prácticamente cada semana sale un bus con un grupo grande de personas que se quieren ir. Por nuestra parte, queremos quedarnos. Queda un poco más de diez días antes de que cierren el albergue temporal. Nuestro plan es buscar un lugar en arriendo, pero va a ser difícil porque a pesar de que he buscado trabajo por las fechorías que han cometido una minoría de venezolanos terminamos pagando todos.

La vida en el albergue tampoco ha sido del todo buena. Las lluvias terminaron inundando algunas carpas, mientras que el césped que quedó debajo de estas se ha ido secando, por lo que se han producido olores nauseabundos dentro del albergue. Lavamos todos los días. Desocupamos la carpa y le echamos cloro para que se vaya el olor, de lo contrario no lo aguantaríamos. Además de eso, a uno de los niños le dio una erupción en el rostro, pero el médico le mandó una crema y unos medicamentos con lo que ya se curó.

Algunos días nos traen ayudas. A los niños les dan clases y por las festividades nos han hecho diferentes actividades. Nos han dado hamburguesas y en dos ocasiones se han jugado partidos de fútbol. Antes la Alcaldía solo nos daba de comer pan y huevo todo el día, pero últimamente nos están entregando los auxilios que la gente lleva a la Cruz Roja.

Asimismo, hay personas que nos llaman y nos ayudan. Ya quedamos pocos en comparación a la cantidad de los que inicialmente estábamos acá. Hay pocas carpas, aunque quedan muchos niños. Recientemente una mujer embarazada tuvo un bebé y la trasladaron a otro lugar.

Sabemos que vivir en el albergue no ha sido lo mejor, pero por ahora es nuestra mejor solución. Un nuevo año está por comenzar y esperamos que traiga consigo un futuro mejor para nuestros hijos. Nosotros llegamos acá con la esperanza de trabajar, y eso es lo que buscamos. Queremos mejores condiciones de vida tanto para nosotros como para nuestro país.

* Migrante que estuvo en el traslado al albergue temporal en Bogotá.

Por *Jose Piñeros

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