Así cambió el programa Apolo nuestras vidas

El 20 de julio de 1969 se hizo realidad la promesa de John F. Kenedy, entonces presidente de Estados Unidos. El programa Apolo, impulsado por su Gobierno, había conseguido su fin: llevar al hombre a la Luna y traerlo sano y salvo de regreso a la Tierra antes de terminar la década. Esta misión dejó una estela en la humanidad tras alcanzar tal hito.

Marino Hernando Guarín Sepúlveda*
12 de julio de 2019 - 08:31 p. m.
Así anunció este periódico la llegada a la Luna por Neil Armstrong.  / Foto El Espectador
Así anunció este periódico la llegada a la Luna por Neil Armstrong. / Foto El Espectador

El programa Apolo fue un proyecto de exploración espacial financiado por Estados Unidos. Despegó con el discurso pronunciado por John F. Kenedy el 25 de mayo de 1961, en el que prometió llevar un hombre a la Luna y traerlo sano y salvo de regreso a la Tierra antes de terminar la década. La iniciativa alcanzó su máximo esplendor cuando la promesa del presidente norteamericano se hizo realidad el 20 de julio de 1969 con el Apolo 11, y concluyó el 19 de diciembre de 1972 con el Apolo 17 que transportó los dos últimos hombres que pisaron el único satélite natural de la Tierra. (Lea: Cómo era Colombia cuando el hombre llegó a la Luna?) 

¿Por qué viajar a la Luna?

Los viajes a la Luna no se le ocurrieron a Kennedy mientras daba su discurso en mayo de 1961, ni fueron idea del gobierno de turno. En realidad, el programa Apolo fue la culminación y máxima expresión de una aspiración humana que se inscribe en el milenario sueño de viajar al espacio. Las primeras propuestas desde el mundo de la literatura, la ficción y la fantasía se remontan a hace más de 2000 años, cuando se imaginaban artefactos propulsados por cañones gigantes, bandadas de gansos o por somníferos; mecanismos con los que los novelistas por cientos de años transportaron hombres a la Luna, al Sol y a otros escenarios extraterrestres. La literatura inspiró generaciones de ingenieros, físicos, químicos y astrónomos de todo el mundo que a finales del siglo XIX y en la primera mitad del XX sentaron las bases científicas de la navegación espacial; el único obstáculo que separaba al hombre de la Luna era la construcción de un cohete con la potencia suficiente para impulsar pesadas cargas a grandes distancias. El Saturno V, construido por los estadounidenses, cumplió con el encargo.

Foto El Espectador

El viaje a la Luna ha sido una obsesión humana que ha trascendido fronteras de países o intenciones de individuos. La célebre frase de Neil Armstrong lo resume: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”. Pues si bien el proyecto fue norteamericano, la conquista fue de la ciencia como empresa colectiva. Paradójicamente esta colosal y costosa empresa nunca estuvo inspirada por nobles causas o aspiraciones científicas. La verdadera motivación fue la política nacionalista inscrita en el marco de la guerra fría y el desafío nuclear de dos superpotencias, el capitalismo norteamericano y el comunismo soviético, que convirtieron en la década de los años 60 y 70 del siglo pasado el espacio ultraterrestre en un escenario más de confrontación y propaganda ideológica. Ingentes cantidades de dinero invirtieron ambos bandos guiados para tener la supremacía del espacio. Sin duda, la magnitud del programa Apolo trascendió el ambiente político para impactar diversas esferas sociales como la educación, la tecnología y la ciencia, influencias que 50 años después siguen vigentes.

Impacto social

Las misiones Apolo dejaron una huella social planetaria que medio siglo después sigue tocando las fibras más profundas de diferentes generaciones. Todo el mundo reconoce y conmemora con orgullo y alegría el valor de las doce personas que han desafiado al miedo y la muerte para visitar la Luna. Uno supone que poner “Fui a la Luna” en la hoja de vida, es suficiente para que le acepten en cualquier empleo. De alguna manera, este sentimiento global consolidó una especie de cohesión planetaria que se trasladó al campo político y tecnológico a través del proyecto coordinado entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la década de los años 70 para la construcción conjunta de la misión Apolo – Soyuz, que permitió que en julio de 1975 las dos potencias archienemigas se dieran un fuerte apretón de manos en el espacio.

Pisar la Luna inspiró a generaciones de niños y jóvenes que se interesaron de nuevo por las ciencias naturales, la ingeniería y las ciencias del espacio, un interés que también invadió al público en la medida que los medios de comunicación divulgaron de manera masiva detalles del programa espacial. De la misma manera, la NASA dedicó parte de su presupuesto a educar al público a través de material didáctico (programas, volantes, afiches, etc.), lo que consolidó una cultura social más fuerte en torno a la ciencia. No puede excluir el aspecto económico, debido a que el programa Apolo incrementó la demanda de trabajadores cualificados y creó nuevas profesiones como la ingeniería de software, novedosas industrias especializadas y diferentes oportunidades de negocio.

Cabe resaltar que el programa Apolo permitió que la humanidad observara la Tierra a la distancia como realmente es, un pequeño y frágil cuerpo celeste a merced de un universo que parece no tener límites. Las fotografías de la Tierra generan en todos nosotros sentimientos existencialistas e inspiran profundas reflexiones filosóficas sobre la posición de nuestro planeta y nuestra especie en lo que Carl Sagan llamó el vasto océano cósmico; un silencio infinito y misterioso de espacio-tiempo.

Aportes a la ciencia

El cuidadoso análisis de las rocas lunares traídas por los astronautas de la misión Apolo permitió escribir una historia fiable sobre el origen del satélite terrestre, problema al que se le buscaba solución hace muchos años. La nueva teoría propone que cuando la Tierra apenas estaba en proceso de enfriamiento hace más de 4.500 millones de años, fue golpeada por un cuerpo del tamaño de Marte. Parte del material de los dos cuerpos quedó orbitando el planeta Tierra, formando un anillo del que posteriormente se formó la Luna.

Simulación de trabajos en la superficie lunar. Foto NASA

También se estudiaron con gran nivel de detalle los rasgos físicos del pequeño astro, se levantaron mapas detallados de toda su superficie, se investigó su geología y elementos mineralógicos de sus rocas. Se confirmó que no hay agua como tampoco hay vida, por lo menos a la vista, aunque posteriormente se confirmó la presencia de agua en forma de hielo en las profundidades de inmensos cráteres polares. Asimismo, las misiones Apolo instalaron una red de sismógrafos monitoreada desde la Tierra con la que se descubrieron los microsismos lunares que son causados por tres razones: tensiones térmicas de rocas debidas a cambios bruscos de temperatura, tensiones mecánicas generadas por mareas, y por impactos meteoríticos contra su corteza. Adicionalmente, se colocó de manera precisa un retroproyector orientado exactamente hacia la Tierra que tiene el propósito de reflejar una luz laser que se envía desde laboratorios terrestres. Con el tiempo de ida y regreso del pulso laser es posible medir con precisión de milímetros la distancia Tierra – Luna. No es solo una curiosidad, de hecho, se ha descubierto que la Luna se aleja de la Tierra a una velocidad promedio entre 3 y 5 centímetros por año.

Para llevar un hombre a la Luna hubo necesidad de diseñar, probar y construir nueva tecnología, además de nuevas herramientas para trabajar en condiciones de ingravidez. Gracias a ello, las estaciones espaciales, satélites artificiales, telescopios espaciales y sondas a otros planetas como Venus, Marte, Júpiter y Saturno pronto se convirtieron en parte de la cotidianidad.

En el campo de la medicina, se obtuvieron registros del comportamiento del cuerpo humano y de otros organismos vivos, y se han realizado estudios psicológicos sobre la respuesta a situaciones de confinamiento y aislamiento extremo. Actualmente, numerosos grupos de investigación indagan cómo ambia la estructura cerebral en el espacio, para evaluar el riesgo de misiones espaciales más largas, por ejemplo, una visita a Marte.

Transferencia tecnológica

Son cientos los desarrollos tecnológicos como consecuencia directa del programa Apolo. Las computadoras, un campo naciente en los años 60, sufrió un impulso gigantesco especialmente por la necesidad de construir máquinas cada vez más rápidas, más fiables, y con más capacidad de almacenamiento. Se diseñaron nuevos materiales industriales que empezaron a llegar a cuenta gotas a la sociedad, especialmente para manufactura de ropa aislante y ropa con refrigeración, prendas que hoy en día benefician a sectores amplios de la población, especialmente bomberos, socorristas, busos y trabajadores industriales. Elementos tan prácticos y populares en la actualidad como el velcro y el GPS son también hijos de la era espacial.  Hasta el arte culinario también goza de los beneficios de la era espacial, pues elementos como el microondas, el teflón, alimentos deshidratados y purificadores de agua no faltan en una cocina moderna. Por su parte, la industria aeronáutica adoptó numerosos diseños aerodinámicos y mecánicos que surgieron de la industria espacial, especialmente piezas mecánicas fundamentales en aviación, detectores de gases, lubricantes, utensilios inalámbricos, monitoreo de sistemas mecánicos, etc. En medicina, las máquinas de diálisis, aparatos cardiacos y el monitoreo remoto de diferentes partes del cuerpo humano son de uso común en cualquier hospital, sin hablar de los deportistas aficionados y de alto rendimiento que hacen uso de manera rutinaria de máquinas de ejercicio pasivo.

No es descabellado considerar al programa Apolo como parte de una motivación antropológica inconsciente por explorar nuevos límites, que se vio favorecida por conflictos geopolíticos a mediados del siglo XX. Es probable que sin el discurso de Kennedy o el conflicto ideológico entre Estados Unidos y Rusia hubiéramos llegado a la Luna en otras circunstancias. Ahora, la exploración espacial y la conquista de otros mundos puede tener otra motivación. En algún momento los habitantes inteligentes de este planeta deberán viajar a otro rincón del universo si quieren sobrevivir como especie. Este escenario ya se ha planteado en series de ciencia ficción como Perdidos en el Espacio o Los 100, y no caben dudas de que será una realidad. La exploración espacial es en la actualidad una construcción colectiva de experiencias que permitan empezar a soñar con nuevos rumbos.

*Docente Pontifica Universidad Javeriana, Escuela de Astronomía de Cali

Por Marino Hernando Guarín Sepúlveda*

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