Carlo Federici, matemático, científico y educador

El físico y matemático italiano transformó la forma en que se comprendían las ciencias exactas en el país. Pedagogía e interés por la sociedad formaron a personajes como Rodolfo Llinás o Antanas Mockus. Duodécima entrega de la serie ‘Grandes maestros’ de la Universidad Nacional.

Gustavo Silva Carrero, Especial para El Espectador*
22 de julio de 2016 - 09:42 p. m.
Hasta sus últimos días, con 98 años de edad, Federici fue un personaje activo intelectualmente que buscó por todos los medios mejorar la educación colombiana. / Cortesía
Hasta sus últimos días, con 98 años de edad, Federici fue un personaje activo intelectualmente que buscó por todos los medios mejorar la educación colombiana. / Cortesía

En la tarde del jueves 8 de abril de 1948 aterrizó en Bogotá, procedente de Roma, un matemático y físico genovés que buscaba en estas tierras algo de paz para dedicarse a la investigación y la docencia y, también, cierta seguridad económica que por aquella época era imposible encontrar en su natal Europa de la posguerra.
 
Carlo Federici Casa, con 41 años de edad, arribó a nuestro país al terminar la tarde de ese 8 de abril y, sin perder tiempo, se alojó en el céntrico Hotel Astor. Su plan era el de poner sus documentos en regla al siguiente día y presentarse el lunes 12 de abril en la Universidad Nacional, quien lo había contratado por dos años para asumir la cátedra de matemáticas y lógica de la recién creada Facultad de ciencias. 
 
Así, muy temprano en la mañana del viernes 9 de abril, acompañado por su amigo Félix Martignon, italiano radicado en el país, salieron hacia la estación de policía del centro de la ciudad para registrarse y solicitar la cédula de extranjería del recién llegado. Después de las innumerables firmas y huellas le informaron al profesor Federici que regresara en la tarde para concluir con los trámites. Los extranjeros salieron de la estación cerca del mediodía. Lamentablemente, unos minutos después de la una de la tarde, a pocas cuadras, asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán. Hecho que encendió las más violentas revueltas que hasta hoy se han presenciado en Bogotá. 
 
Por extraño que parezca, a pesar de los saqueos y tiroteos, los italianos regresaron en la tarde a la estación para encontrar una edificación envuelta en llamas. Tal vez para alguien como Federici regresar a la estación no fue algo difícil y arriesgado, si se piensa que toda su niñez y juventud la vivió en una Italia en permanente guerra. Tanto que él mismo fue  teniente de artillería del Ejército italiano en la frontera francesa al inicio de la Segunda Guerra Mundial. 
 
Federici Casa regresó apresuradamente a su hotel en donde se resguardó, sin dejar de presenciar por la ventana del cuarto aquellos disturbios. En algún momento debió sentirlos tan cerca que, como relata Clara Helena Sánchez, alumna y posteriormente compañera de Federici en la Universidad Nacional, el italiano junto con otros huéspedes del hotel buscaron esconder sus pertenencias en el techo del Teatro Faenza. 

 
El 10 de mayo de 1948, cuatro semanas después de su llegada a Colombia, Federici pudo presentarse en la Universidad Nacional, recién abierta, y formalizar su contrato con un sueldo de $1.000 mensuales y la responsabilidad asignada de los cursos de matemáticas para los profesores de la Facultad de ciencias. A partir de allí, Federici se convirtió en uno de los padres de la matemática moderna en el país. Su influyente y dedicado trabajo lo llevo a ser  cofundador de la primera carrera de matemáticas en Colombia (1951), socio fundador de la Sociedad Colombiana de Matemáticas (1955), de la Sociedad Colombiana de Física (1956) y de la Sociedad Colombiana de Epistemología (1979). Federici encontró en el país una matemática esencialmente desarrollada por y para ingenieros. Fueron, precisamente, ingenieros sus primeros estudiantes que poco a poco se formaron con él y que terminaron consolidando los estudios matemáticos en Colombia. 
 
Sin embargo, Carlo Federici fue más que un matemático puro o un físico puro, como lo establecían sus títulos de la Real Universidad de Génova. Fue ante todo un humanista, un filósofo científico que se interesó en la educación y la pedagogía, y en conectar la matemática con la diversidad de ciencias, como un arquitecto de puentes del conocimiento. 
 
En un discurso pronunciado por la época en que fue rector del Colegio Italiano en la década de los ochenta, Federici sostenía que: “en la personalidad, un tanto oculta y misteriosa, de Leonardo da Vinci se vislumbran, como coexistentes, las ideas que hoy en día deben ser base de la formación del hombre: la toma de conciencia de la relación ‘Yo-Tú' (del hombre con el hombre) por medio del quehacer artístico y humanístico; y la toma de conciencia de la relación ‘Yo-Ello’ (del hombre con la naturaleza) por medio del quehacer técnico y científico”.
 
Claramente esto definió también la labor de Federici en Colombia. Su interés para educar seres humanos; educarlos en la ciencia, pero sin descuidar las relaciones interpersonales que nos definen como hombres y mujeres de bien. Por esta razón, Federici quiso romper con la forma clásica de la cátedra en donde la relación entre profesor y estudiante es desequilibrada. El docente tiene el poder y el conocimiento, el estudiante solo espera recibir información ajena que difícilmente podrá apropiar. Para el maestro Federici el conocimiento debe ser construido en la mente de los estudiantes, así lo asumirán y desarrollarán. No pueden ser datos implantados desde fuera, sino procesos llevados a cabo paso a paso por los estudiantes con el acompañamiento del profesor, el libro y la academia. 
 
Ya son leyenda sus clases de matemáticas mientras caminaba con los estudiantes por los prados de la Universidad Nacional o los grupos de estudio que impulsó y que se reunían en su apartamento, alrededor de una mesa larga al estilo medieval. En estos ambientes, nada formales, para discutir disciplinas muy formales se desarrollaron ideas importantes para la educación y la ciencia del país. Como estudiantes de Federici, académicos reconocidos de la talla de Rodolfo Llinás o Antanas Mockus, descubrieron la íntima conexión entre la ciencia, el arte y la filosofía.  
 
Hasta sus últimos días, con 98 años de edad, Federici fue un personaje activo intelectualmente que buscó por todos los medios mejorar la educación colombiana, proponiendo métodos de enseñanza que tuvieran en cuenta el desarrollo adecuado de los niños y jóvenes, y reconociendo el valor de los educadores, que para él debían acceder a una formación de mayor calidad. Según el maestro Federici ser educador trae consigo un deber ético fundamental para con la humanidad. 
 
Por sus aportes a la educación de nuestro país a Federici se le otorgó el premio al mejor educador del Ministerio de Educación y como gran investigador se le reconoció miembro de la American Society for Cybernetics y doctor Honoris Causa de las universidades Nacional de Colombia y Pontificia Javeriana. 
 
Dos años antes de su fallecimiento acaecido el 22 de enero de 2005, el Presidente de la República le dio la ciudadanía colombiana por sus más de 50 años de aportes al país. Alguna vez dijo Federici, refiriéndose a los abundantes reconocimientos que le entregaron: “En mi más íntimo sentir he recibido estos honores no tanto por un trabajo como deber cumplido, sino por un placer gozado.”
 
*Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional. 
 
 

Por Gustavo Silva Carrero, Especial para El Espectador*

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