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El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte III)

Tras el suicidio de su esposa, el fin de la Primera Guerra Mundial y los recortes presupuestales para la ciencia en Alemania, Fritz Haber logra emigrar a Inglaterra para comenzar una nueva vida. Pero su fin estaba cerca.

Juan Diego Soler
27 de mayo de 2016 - 03:40 p. m.
Clara Immerwahr, la primera esposa de Fritz Haber, se suicidó al final de la Primera Guerra Mundial.  / Wikipedia.
Clara Immerwahr, la primera esposa de Fritz Haber, se suicidó al final de la Primera Guerra Mundial. / Wikipedia.

En el verano de 1933, apenas unos meses después del incendio del Reichstag, el evento que marcó el ascenso al poder del movimiento nazi encabezado por Adolf Hitler; el historiador de la Universidad de Chicago, William Dodd asumió las funciones de embajador de los Estados Unidos en Alemania. Uno de sus primero visitantes fue Fritz Haber, ganador del Premio Nobel de Química, veterano de la Primera Guerra Mundial. Fritz Haber, el hombre que inventó el proceso industrial que permite la producción a gran escala de alimentos que hoy sostiene a la población mundial. El hombre que introdujo las armas químicas que cobraron la vida de decenas de miles de soldados en las trincheras de la Gran Guerra.

Pero el hombre que encontró Dodd, distaba mucho del orgulloso militar condecorado por el Kaiser Wilhelm II y ampliamente respetado por la comunidad científica internacional. En ese momento Haber era apenas un fantasma a merced de un gobierno que hacía del odio racial una política de estado y sembraba el miedo y la intolerancia entre su habitantes.

Después del suicidio de Clara Immerwahr, su primera esposa, y tras el final de Primera Guerra Mundial, Fritz Haber intentó reconstruir su vida personal y siguió en la dirección de la división de fisicoquímica de la Sociedad Kaiser Wilhelm (SKW), la institución científica más importante de Alemania en esa época. Haber continuó su compromiso militar en la investigación de armas químicas pero gracias a la libertad que le otorgaba su posición, dedicó una gran cantidad de tiempo a un infructuoso estudio de la extracción de oro del agua de mar.

En abril de 1933, el gobierno nacionalsocialista introdujo una reforma de las leyes de trabajo que menguó la financiación de la SKW y ordenaba el despido de todo el personal de origen judío. Respaldado por su conversión al cristianismo y su servicio al país durante la Primera Guerra Mundial, Haber intentó retrasar el despido de sus colaboradores, pero ante la presión para deshacerse de los investigadores “no arios”, presentó su carta de renuncia a Max Planck, el padre de la teoría cuántica, quien entonces oficiaba como presidente de la SKW.

Fue entonces cuando Haber se presentó ante Dodds buscando una posibilidad de emigrar a los Estados Unidos. A pesar de la exclusión a la que estaba sometido por su origen judío, Fritz Haber era aún un eminente científico. Sin embargo, su inmigración a los Estados Unidos fue negada argumentando que “la cuota de inmigración de ese año ya había sido cumplida”, aunque tal cuota era inexistente.

Después de meses buscando distintas alternativas, Haber dejó Berlín definitivamente en Agosto de 1933 mientras su salud se deterioraba.
Algunos de sus competidores científicos y rivales en tiempos de guerra se convirtieron ahora en sus benefactores financiando su salida de Alemania y extendiendo una invitación a la Universidad de Cambridge en Inglaterra en donde Haber trabajó durante los siguientes meses.

A comienzos de 1934, Haber aceptó la invitación de Chaim Weizmann, también químico y eventualmente primer presidente del Estado de Israel, para dirigir el Instituto de Investigaciones Daniel Sieff (hoy Instituto Weizmann de Ciencias) en el entonces Mandato Británico de Palestina. Pero en medio del viaje, Fritz Haber sufrió un ataque cardíaco y falleció a los 65 años en un hotel en Basilea, Suiza.

Siguiendo su voluntad, sus cenizas fueron puestas en el cementerio Hörnli de la misma ciudad en donde aun descansan junto a los restos de Clara Immerwahr.

Aunque su nombre es poco familiar por fuera de los laboratorios de química o las clases de historia de la ciencia, el desarrollo de la agricultura a gran escala que hoy permite la alimentación de más del 40 por ciento de la población mundial fue posible gracias al proceso inventado por Fritz Haber. Su vida es en parte una parábola que ilustra los aspectos más extremos de la ciencia, por un lado una herramienta para mejorar la calidad de vida de millones de personas, por otro lado un instrumento con un poder destructivo inimaginable.

Pero no fue el ingenio Fritz Haber el que precipitó al mundo a la catástrofe que fue la Gran Guerra ni el que sacrificó a millones de jóvenes en las trincheras. Es la curiosidad científica de Haber la que hoy permite nutrir a millones de habitantes que hoy pueden aprender de su experiencia y seguir intentando aprender de la naturaleza.
 

El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte I)

El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte II)

Por Juan Diego Soler

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