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La idea de Einstein que costó US$620 millones

El descubrimiento de las ondas gravitacionales, anunciado ayer, es la nueva puerta para estudiar el universo. Tan importante como cuando Galileo Galilei inventó el telescopio.

Sergio Silva Numa
12 de febrero de 2016 - 11:13 a. m.
AFP / AFP
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El 11 de enero de este año el profesor Lawrence M. Krauss, doctor en Física Teórica del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) y director del Proyecto Orígenes de la Universidad del Estado de Arizona publicó un tuit: “Mis rumores acerca de LIGO han sido confirmados por fuentes independientes. ¡Estén atentos! ¡Las ondas gravitacionales han sido descubiertas! Emocionante”. Con ese párrafo, que replicaron casi 4 mil personas, Krauss, premiado en varias ocasiones por sus contribuciones para entender el universo, fue quien dio la primera pista del rumor que ayer, por fin, fue confirmado. “Señoras y señores. Hemos detectado ondas gravitacionales. ¡Lo hicimos!”, dijo en una rueda de prensa David Reitze, director de LIGO, mientras el público estallaba en aplausos. Todos habían esperado cien años para escuchar ese anuncio que Albert Einstein predijo en Berlín en 1915 con Teoría de la Relatividad y que nadie había podido comprobar.

Junto a Reitze estaban sentados otros pesos pesados de la astrofísica y la astronomía. Entre ellos Kip Thorne, asesor de EE.UU. en políticas espaciales y consejero de muchos de los directores de Hollywood que se han embarcado en la tarea de entender lo que hay más allá de la Tierra. Él fue uno de los cofundadores de LIGO (sigla inglesa de Observatorio de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales), ese experimento compuesto por dos de los aparatos más precisos hechos por el hombre y que son los responsables de haber abierto una nueva ventana para explorar el universo.

Lo que encontraron esos sofisticados detectores, llamados interferómetros y ubicados en Washington y Luisiana, fueron las llamadas ondas gravitacionales. En pocas palabras, se trata de unas ondas generadas por colisiones muy violentas en el espacio que desprenden una energía superior a millones de bombas atómicas juntas. Y aunque se tenía certeza de su existencia, cazarlas había sido una de las grandes obsesiones de la ciencia. Ya 1973 los astrofísicos Russell Alan Hulse y Joseph Hooton Taylor habían conseguido una evidencia (por la que ganaron el Nobel en 1993), pero el desafío parecía seguir intacto.

Sin embargo, en esta ocasión, lo que descubrieron los dos láseres ultraprecisos, en los que se han invertido unos US$620 millones, dejó a más de uno asombrado (de hecho había más de 80 mil personas siguiendo en vivo la rueda de prensa donde se anunció el hallazgo y la palabra “LIGO” fue tendencia en Twitter en Estados Unidos). En este caso, lo que captaron esos artefactos fueron ondas gravitacionales producidas por la fusión de dos agujeros negros hace mil millones de años. Uno de ellos tenía aproximadamente 36 veces la masa de nuestro sol y el otro 29 veces la masa.

Las ondas viajaron por el universo y atravesaron la Tierra con una señal excesivamente leve, imperceptible para nosotros pero palpable para el par de detectores de EE.UU. Esa maniobra, explicaban en la rueda de prensa, es equiparable a detectar el más sutil movimiento de un pelo humano ubicado entre la Tierra y su estrella más cercana.

En palabras del astrofísico Juan Diego Soler, aquellas ondas representan la banda sonora del universo. Es, utilizando su analogía, como si alguien descubriera que tiene un nuevo sentido. O mejor: como si alguien sordo oyera de repente o un ciego viera la luz. “Hace 400 años, Galileo inventó el telescopio y vio los satélites de Júpiter y muchos elementos que la humanidad jamás había visto. El anuncio de ayer equivale a que hubiéramos hecho lo mismo otra vez. Hasta ahora solo teníamos los telescopios, que miden la luz, pero hoy tenemos algo nuevo: las ondas gravitacionales. Es increíble”, dice desde Francia.

Ahora, la gran pregunta es, ¿para qué sirve ese hallazgo? El profesor Krauss, en una columna en el New York Times, lo deja claro, retomando la analogía de Galileo Galilei. “Si la historia sirve de guía”, escribe, “cada vez que hemos construido nuevos ojos para observar el universo, nuestra comprensión de nosotros mismos y nuestro lugar ha sido alterada para siempre (…) Con el telescopio se destruyó la noción aristotélica de que todo el cielo orbita alrededor de la Tierra”. En otros términos, como advierte Héctor Rago, doctor en ciencias físicas y profesor invitado del Grupo de Investigaciones en Relatividad de la Universidad Industrial de Santander, esta es la nueva ventana para estudiar el universo. Es decir, que puede arrojar pistas contundentes de la evolución de las galaxias, de las estrellas, de la gravedad e incluso de qué se trata exactamente el Big Bang.

¿Y para qué podría servirnos esas pistas? ¿Qué tan útiles pueden ser en nuestra cotidianidad? Resolver esas preguntas es complejo pero, como cuenta Soler, los hallazgos de la Física han desembocado en muchas ocasiones en tecnologías claves para la humanidad. Un buen ejemplo es la luz infrarroja. Sus usos hoy son variados: desde el control remoto de un televisor hasta observación militar. Otro, dice Rago, son los GPS, que son el resultado de una predicción de la teoría de la relatividad. El hecho de que Einstein haya predicho que el tiempo depende de la gravedad, y que en el espacio ese tiempo fluye más rápido que en la Tierra, ha permitido algo tan simple que usted pueda ubicarse a través de un celular o pedir un taxi o un servicio de Uber. “La imaginación es el límite”, replica Soler.

A Krauss, en su artículo, le gusta ir un poco más lejos: “Mientras que los políticos pueden reflejar algunas de las peores cosas del ser humano, este descubrimiento muestra lo mejor. Los científicos han vencido dificultades casi insuperables para abrir una gran ventana nueva en el cosmos”. Y remata al final: “LIGO es un testimonio de la persistencia de la curiosidad y del ingenio de la humanidad, las cualidades que más deberíamos celebrar sobre el ser humano”.

Por Sergio Silva Numa

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