La ignorancia es más costosa que la ciencia

La energía que mueve al mundo, los equipos médicos, la nanotecnología, la manipulación genética y la industria de las telecomunicaciones nacieron del intento por comprender las leyes fundamentales de la naturaleza.

Héctor Rago
07 de noviembre de 2016 - 05:53 p. m.
El acelerador de partículas LHC costó desde su fabricación hasta cuando se descubrió el bosón de Higgs, trece mil millones dólares. Eso es lo que cuesta aproximadamente un solo portaaviones.  / CERN.
El acelerador de partículas LHC costó desde su fabricación hasta cuando se descubrió el bosón de Higgs, trece mil millones dólares. Eso es lo que cuesta aproximadamente un solo portaaviones. / CERN.

Afirmar que el mundo contemporáneo está moldeado por una sofisticada tecnología, es afirmar lo obvio. Afirmar que esta tecnología es un subproducto de la investigación básica es mucho menos evidente.

Los sistemas de producción de la energía que mueve al mundo, hidroeléctrica, solar, nuclear; y los equipos médicos que indagan el interior de nuestros cuerpos, la nanotecnología, la manipulación genética, la industria de las telecomunicaciones, internet, las computadoras, los hornos de microondas; todos dependen de la comprensión de leyes fundamentales de la naturaleza.

La tecnología es un producto colateral y deseable de la ciencia. Sin embargo, en general, la motivación de los científicos a la hora de indagar en las leyes naturales no es la eventual aplicación práctica o tecnológica. Es más bien la motivación de comprender el funcionamiento oculto de la realidad. La naturaleza nos propone enigmas y el ser humano es un reconocedor y un descifrador de enigmas.

James Clerk Maxwell buscaba develar la estructura de los campos electromagnéticos. Y sus ecuaciones sugerían que una corriente oscilante emite ondas de radio. Esa predicción teórica vislumbró el inicio de la radiodifusión.

La generación de jóvenes físicos que desentrañaron los enigmas del mundo cuántico no sospechaban que las leyes que descubrían harían posible las computadoras, los celulares, el laser entre muchos otros productos tecnológicos.

Paul Dirac buscaba averiguar el comportamiento de un electrón a altas velocidades, y la ecuación que lo describía permitió predecir la antimateria. Luego la tecnología fabricó los tomógrafos de emisión de positrones, las antipartículas de los electrones,  para saber de nuestros órganos.

Albert Einstein no pensó en ninguna aplicación práctica cuando concebía que el espaciotiempo  curvo explicaba la gravedad.  Pero el sistema GPS funciona gracias a una sofisticada predicción de su teoría, acerca del comportamiento del tiempo en campos gravitacionales.

Parodiando a la famosa expresión L ´art pour l´ art de comienzos de siglo XIX, la actitud general de los científicos es “la ciencia por la ciencia misma”, por la aventura intelectual de hackear los códigos de la naturaleza, y no por la eventual utilidad que pueda tener.

Es cierto que hay áreas de la ciencia mas cercanas a las aplicaciones que otras. Estudiar la superconductividad a temperatura ambiente promete más aplicaciones que la presunta teoría cuántica de la gravitación, pero los caminos de la ciencia son curiosos y nunca se sabe si de una teoría muy abstracta pueden derivarse aplicaciones prácticas.

¿Que la ciencia es costosa? Sí, los grandes experimentos para explorar el mundo subatómico o el universo, requieren de una tecnología de punta muy sofisticada que costosa. Además hay que pagar a científicos, ingenieros, computistas y técnicos, todos con altos niveles de formación. Por eso muchas veces son financiados con colaboraciones entre varios países y con participación de muchas universidades y centros de investigación. La ciencia actual es costosa, pero es valiosa. Veamos.

El telescopio espacial Hubble costó menos de tres mil millones de dólares, pero nos regaló una nueva imagen del universo y ha producido cerca de más de cinco mil artículos científicos. En cambio. cuatro años de la guerra de Irak costaron cientoveinte veces más que el Hubble y ha producido más de cien mil muertos.

La máquina más compleja jamás construida por la humanidad, el acelerador de partículas LHC costó desde su fabricación hasta cuando se descubrió el bosón de Higgs, trece mil millones dólares. Eso es lo que cuesta aproximadamente un solo portaaviones. El detector LIGO, que descubrió las ondas gravitacionales en septiembre de 2015, costó seiscientos millones de dólares en veinte años, mientras que un submarino nuclear cuesta veinte veces más.

¿La ciencia es costosa? Sabemos que la ignorancia es mucho más costosa. Conocer las intimidades de la materia que nos forma y saber la historia del universo es comprender mejor nuestra relación con él y no morir en el intento. Y la verdad, no resulta tan costoso.

 

Por Héctor Rago

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