“La ciencia me dio el porqué y la religión el para qué”

El padre jesuita Nelson Velandia Heredia ha aprendido a vivir sin problema en dos mundos casi antagónicos. Mientras cultiva su fe católica también se entrega al estudio de los agujeros negros y otros problemas de la física contemporánea.

Pablo Correa
16 de septiembre de 2018 - 02:46 a. m.
En la Javeriana, mientras el padre jesuita Nelson Velandia Heredia preparaba su sacerdocio, estudió filosofía, física y matemáticas. / Daniel Álvarez
En la Javeriana, mientras el padre jesuita Nelson Velandia Heredia preparaba su sacerdocio, estudió filosofía, física y matemáticas. / Daniel Álvarez
Foto: DANIEL ALVAREZ

El 16 de mayo de 1984, un bus fue quemado en la plaza Che de la Universidad Nacional. Comenzaba una de las revueltas más violentas en la historia del movimiento estudiantil. Nelson Velandia cursaba sexto semestre de ingeniería eléctrica. Sin clases ni obligaciones académicas, también lleno de dudas sobre su futuro como ingeniero, decidió matar el tiempo como voluntario en la Pastoral de la universidad. En medio de noticias sobre desaparecidos, desalojos de las residencias estudiantiles y cocteles molotov, nacía su vocación de sacerdote.

Se alistó en la Compañía de Jesús en 1987, abandonando para siempre la ingeniería. En la Javeriana, mientras preparaba su sacerdocio, estudió filosofía y la combinó con física y matemáticas. Finalmente, en el año 2000 se ordenó como sacerdote y su primera tarea fue como capellán en el colegio San Pedro Claver en Bucaramanga. Pero su mente seguía divagando entre las enrevesadas preguntas de la física moderna, así que decidió, al regresar a Bogotá, matricularse en una maestría en física en la Universidad Nacional y más adelante en un doctorado. Por esas coincidencias extrañas de la vida, la tesis doctoral la sustentó el pasado 16 de mayo. Se tituló: Solución numérica de las ecuaciones de Mathisson-Papapetrou-Dixon para partículas de prueba con espín en una métrica de Kerr. Para los jurados académicos se trató de un trabajo meritorio.

“La religión es la cultura de la fe; la ciencia es la cultura de la duda”, escribió alguna vez el físico norteamericano Richard Feynman. Tal vez ninguna otra frase describa mejor los dos mundos a los que pertenece el padre jesuita Nelson Velandia.

¿Cuál es el campo de la física que más le interesa?

Estudio la relatividad general; eso tiene que ver con geometría diferencial. Ciertamente es un campo entre la física y las matemáticas.

¿Cómo terminó estudiando los agujeros negros?

Cuando empecé a hacer la maestría en física bajo la tutela del profesor Juan Manuel Tejeiro, que fue vicerrector de la Universidad Nacional, comencé a interesarme por los agujeros negros. En física se habla de cuerpos masivos rotantes, cuerpos de masas muy grandes que también incluyen al Sol y las estrellas neutrónicas. Por otro lado, los jesuitas piden algo que se llama la Tercera Probación, una síntesis de toda la formación académica. Por esa época realicé un viaje a Los Ángeles, EE. UU., para cumplir con el requisito. Allá conocí a un jesuita que era matemático, Andrew Whitman. Él hacía parte de un grupo de jesuitas y laicos que estudian la ciencia y la religión. Es una comunidad científica creyente. En verano hacen un seminario, sobre todo en matemáticas. En uno de esos encuentros conocí a otro padre muy interesante que también ya murió. Se llamaba William Stoeger. Estudiaba agujeros negros. Este padre mi invitó más adelante a hacer una pasantía en Tucson (Arizona), donde tienen un convenio con la Universidad de Texas y de Arizona. En una montañita tienen tres tipos de telescopios. Así comenzó mi interés por los agujeros negros.

¿Qué significó ese viaje a Tucson y esa experiencia directa con la astronomía?

A nivel vocacional, una cosa interesante fue ver a jesuitas metidos en la ciencia. Ahí hay varios astrónomos, doctores en astronomía. Eso me llamó mucho la atención. Muchos estudian la materia oscura, teorías para responder por qué el universo se acelera más rápido que antes. Un astrónomo chileno me mostró algunas observaciones iniciales de candidatos que tenían para describir como agujeros negros. Encontrar un agujero negro es muy difícil. Es como buscar una aguja en un pajar. Tienen una masa gigantesca pero en volúmenes pequeños. A nivel científico, ahí surgió la curiosidad por los agujeros negros. La Universidad de Arizona es una de las más completas en astronomía.

¿Cómo eligió el tema de su investigación y de qué se trata?

Hay un fenómeno en relatividad que se llama el “efecto reloj”. Si uno pone a orbitar alrededor de una masa enorme un satélite pequeño de ciertas condiciones, y pone otro con las mismas características a rotar en sentido contrario, cuando llegan al punto de partida están desfasados en el tiempo. Ese desfase es mínimo. Este es un fenómeno que, por ejemplo, hay que tener en cuenta cuando usamos un GPS. Pero esa medida de tiempo además varía dependiendo del observador. Por eso hace parte de la teoría de la relatividad. La tesis que queríamos estudiar con el profesor Tejeiros era ese mismo fenómeno, pero en el que nunca se incluye la rotación de esa partícula, de ese satélite. Imagínese un trompo del tamaño de la Estación Espacial Internacional rotando alrededor de un planeta tan grande como Júpiter. Queríamos comprobar cómo se afecta el cálculo del tiempo si ese trompo está girando y además está inclinado.

¿Cómo se hace eso?

Con matemáticas. Fue un sistema de 11 ecuaciones y con 11 incógnitas acopladas. Eso a mano es imposible. Lo que hice fue trabajar en un código para meter ese problema a un computador.

¿Cuatro años haciendo ese programa?

Los primeros años del doctorado fueron para buscar literatura, estudiar el problema. En el último año comencé a escribir el programa. Me ayudó mucho Alfonso Leyva, un biofísico de la Javeriana. Un solo cálculo duró un mes, con la máquina prendida 24 horas al día. Cuando uno hace un código, el problema o reto es cómo bajarle al error, porque la máquina va arrastrando el error, que se acumula, y el resultado, que es tan pequeño, puede ser también un error. Eso es lo que hay que evitar. Hay que lograr que el error sea menor que el cálculo.

¿Esto que descubrieron tiene alguna aplicación?

A nivel tecnológico se puede usar para hacer correcciones en máquinas de alta precisión.

¿Cómo sobrevivir a una tarea tan exigente y abstracta?

Lo clave son los grupos de investigación con los que uno confronta esto. Dándose otros espacios. Un referente fue este grupo de la Javeriana. También en la Nacional participaba en seminarios y les exponía lo que iba haciendo, y ellos me cuestionaban. Con estas salidas a EE. UU. iba exponiendo mis avances de la tesis. Al exponerlo a otros me ponía en un cierto nivel para aclararme a mí mismo. Compartir con otros es la clave.

¿Cree que es posible entender estos fenómenos del universo sin saber matemáticas o los que no somos buenos con las ecuaciones de 11 variables estamos condenados a no saber de qué se trata?

Le voy a contar una anécdota. Hay varios amigos que son muy buenos en topología, una rama de las matemáticas. En un seminario al que asistí escribían con una sola letra conceptos de espacio-tiempo. Y decían: ahí está todo. Yo quedaba boquiabierto. Llega un momento en que el lenguaje se vuelve tan abstracto que al matemático no le interesa si eso es compatible con la realidad. Ellos mismos se ríen de eso y dicen: “De malas con la realidad”.

¿Qué tan difícil es seguirle el paso a todo este conocimiento?

Cuando uno se va especializando se queda mirando por una sola ventana. Y quizás ese es el problema de la modernidad. Por ejemplo, la mecánica cuántica me encanta, pero si me ponen problemas me desborda. Abrí una ventana en la relatividad general y en eso he ganado.

¿Cuáles son los físicos o pensadores que más admira de la historia?

Ciertamente, a Leonardo da Vinci, uno de los genios de la historia. Si hubiese tenido la tecnología de hoy, quién sabe qué habría hecho. Comprendía las matemáticas, la física, la medicina y el arte. Hasta el derecho. Ciertamente, también Newton y Stephen Hawking. Al que más admiro es a Albert Einstein. Ahora que me toca hacer estos cálculos matemáticos me doy cuenta de lo brillante que era, porque le tocó hacerlos a mano.

¿Cómo combina la fe religiosa con la ciencia cuando generalmente no se la llevan muy bien?

Lo que me ayudó mucho es que antes de entrar a la comunidad estudiaba ingeniería y tenía la experiencia de las matemáticas. Lo que he descubierto es que son dos lenguajes diferentes. Pero es posible hacer puentes. Hay que establecer diálogos entre estos dos saberes. Pienso que la ciencia me aportó el porqué, pero no me da el para qué, el sentido. Y creo que la religión, la fe, mi experiencia con Jesús, me ha dado el para qué de todo esto. Mi sueño es promover ese diálogo en el interior de la Iglesia. Tengo que reconocer que muchas veces la Iglesia católica se cerró a estos discursos.

Si pudiera encontrar la respuesta a una pregunta sobre el universo, ¿cuál le gustaría descubrir?

Una es el Big Bang. Hasta ahora la física no ha sido capaz de saber qué ocurrió en ese primer instante del universo. Desde mi fe puedo responder que es Dios creando, pero a nivel de la física no se ha logrado responder.

¿Qué retos ve en la educación científica en Colombia?

A mí me gusta enseñar. El reto que tenemos en la Javeriana es crear la carrera de física. Abrir otras ventanas a los estudiantes. Hace poco les hablaba del origen de los colores y más de uno estaba sorprendido. Ahora estamos abriendo un grupo de física teórica. Queremos que los estudiantes se hagan otras preguntas sobre el origen del universo, de la vida aquí, de la vida en otros planetas, del fin del universo.

Por Pablo Correa

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