La ciencia que nunca llegó al debate de las drogas

El informe anual de la Comisión Global de Política de Drogas señaló las enormes incoherencias que han existido entre la ciencia y la forma como se clasifican las sustancias psicoactivas en el mundo.

María Paula Rubiano / @pau_erre
27 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
Según el informe de la Comisión Global de Política de Drogas, el alcohol encabeza la clasificación de las drogas más dañinas.   / Archivo
Según el informe de la Comisión Global de Política de Drogas, el alcohol encabeza la clasificación de las drogas más dañinas. / Archivo

En 1951, el gobierno de Estados Unidos emitió un corto en el que contaban la historia de Marty, un joven de los suburbios de ese país que termina robando por su adicción a la marihuana. “Si hubieras sabido que esto terminaría así, no habrías tocado ese primer cigarrillo de marihuana”, le dice el juez a un Marty arrepentido. El discurso detrás de la historia ficticia de Marty se ha repetido una y otra vez: las drogas malas -marihuana, éxtasis, cocaína y heroína...- deben evitarse a toda costa. Frente a otras, como el alcohol, el cigarrillo, e incluso los opioides suministrados por médicos, la actitud puede ser más flexible.

El gran interrogante es qué criterios se han usado para decidir cuáles son las drogas “malas” y cuáles son las “buenas”. ¿han sido decisiones basadas en la ciencia? ¿En la política global? ¿En intereses comerciales? Precisamente esa son las preguntas que se hace el más reciente informe de la Comisión Global de Política de Drogas, un grupo de 26 líderes -que incluye a los expresidentes César Gaviria y Juan Manuel Santos-. La conclusión del grupo creado en 2011 es bastante clara: “El orden en que se clasifican (las sustancias psicoactivas), según sus posibles daños y el grado en que se deben someter a medidas represivas, adolece de una falta parecida de evaluación científica”.

Para llegar a esta conclusión, el grupo analizó “la historia, los procedimientos y las contradicciones” del sistema vigente de clasificación de las sustancias psicoactivas, que fue creado y refinado entre las décadas de 1960 y 1970, uno de los puntos más álgidos de la guerra contra las drogas que aun no termina, a pesar de los llamados para reenfocarla.

Para la Comisión, hay una evidente contradicción entre las listas que se crearon en 1961 y 1971 (y que hoy siguen vigentes) que determinan qué tan peligrosa es una sustancia y, por lo tanto, qué tan regulada debe estar, con la realidad científica. “La actual distinción entre sustancias legales e ilegales no se basa inequívocamente en un análisis farmacológico, sino, en gran medida, en precedentes históricos y culturales”, dice el documento. Señala que estas ocho listas de clasificación solamente valoran los potenciales usos para el tratamiento de dolor de estas sustancias y, de esta manera, excluye otros usos culturales, recreativos o ceremoniales.

Además, las listas tienen un fuerte tinte moral: hay una dicotomía entre “drogas buenas y drogas malas”, y se asumen que las “malas” son mucho más dañinas que las legales, a pesar de que ya se ha comprobado que el grado de daño que genera una sustancia depende mucho del contexto y de la regulación de la sustancia.

El informe pone el ejemplo de la heroína. “La mortalidad asociada con el uso de esta es mucho menor si se adquiere en una farmacia, en una cantidad conocida de pureza especificada y para inyección con una aguja estéril, que si se compra en una operación clandestina, con adulterantes desconocidos y para inyectar con una aguja usada”, se lee en el informe.

Es así como mientras que sustancias extremadamente nocivas como el tabaco y el alcohol son completamente legales, otras, que desde un punto de vista del daño son mucho menos riesgosas, están clasificadas en las listas de las Naciones Unidas como parte de las sustancias más peligrosas. Es el caso del éxtasis o el LSD (ver gráfico).

Para resolver estas incoherencias, la Comisión plantea tres puntos claves que ayudarían a mover la política mundial de drogas hacia un lugar y que realmente tenga en cuenta factores como la salud pública, la integración social, la seguridad y los derechos humanos.

El primer paso es que la comunidad internacional reconozca “la falta de coherencia y las contradicciones del sistema de clasificación internacional, y promover un examen crítico de los modelos vigentes”. El segundo sería un compromiso real para confeccionar criterios de clasificación basados en la ciencia, fundamentados en una escala de daños y beneficios demostrable. Y, finalmente, recordar el propósito original para clasificar y restringir las sustancias psicoactivas: controlar su comercio transnacional y que cada país encuentre soluciones innovadoras para regular su cultivo, producción, fabricación, venta, posesión y consumo.

Por María Paula Rubiano / @pau_erre

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