La Luna y la frialdad de una guerra

Una época turbulenta llena de temores, paranoias y el riesgo siempre presente de la guerra. Así fue el escenario en el que la humanidad logró uno de sus mayores hitos científicos: llegar a la Luna.

Hector Rago*
09 de agosto de 2019 - 01:40 p. m.
La nave Apolo 11 durante el despegue.  / Europa Press
La nave Apolo 11 durante el despegue. / Europa Press

La Luna está de moda, si es que alguna vez dejó de estarlo; porque ella, la Luna es el blanco de poetas, científicos, músicos y enamorados. Pero también la presa codiciada por dos formidables potencias. (Lea Por proponer la teoría de la supergravedad, tres físicos reciben un premio de US$3 millones)

El medio siglo de la llegada del hombre a la Luna nos permite vislumbrar a la distancia, la feroz competencia por el conocimiento científico necesario para la conquista de nuestro satélite natural y la veloz carrera por la tecnología necesaria para tan delicada misión.

Hablamos de una época turbulenta llena de temores, paranoias y el riesgo siempre presente de que la guerra dejara de ser fría y de nuevo una confrontación mundial asomara su horrible rostro. (Lea ICA declara emergencia nacional por presencia del hongo que afecta el cultivo del banano)

Hablamos de cuando era reciente del triunfo de la revolución comunista de Mao, del inicio de la guerra de Corea en los años 50. Hablamos del macartismo y la CIA en los Estados Unidos y su obsesión anticomunista y la cacería de brujas. Hablamos de la KGB y el férreo stalinismo que aplastaba disidencias en la Unión Soviética.

Hablamos también de la prodigiosa década de los sesenta entre el “seamos realistas, exijamos lo imposible” del mayo francés y la crisis de los misiles en Bahía de Cochinos; d la guerra del Vietnam y el movimiento hippie, todos hijos ilegítimos de la tensión bélica entre dos sistemas políticos irreconciliables. El pavor de las bombas atómicas, y la cada vez más avanzada construcción de cohetes dejaba claro que nadie podía ganar sin asegurar la destrucción total.

El “delicado balance del terror”, la frase es de Winston Churchill encontró en la carrera espacial el campo de batalla que evitaría que la sangre llegara al río. Lo que vino después fue vorágine y vértigo. La carrera espacial había empezado.

La URSS picó adelante y en 1957 puso en órbita al Sputnik, una pelota de aluminio de medio metro de diámetro, desatando una ola de pánico colectivo y una profunda herida en el ego de la nación que se asumía como la más desarrollada tecnológicamente. Unos meses después los soviéticos mandaron a la perrita Laika al espacio y en 1961 Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre que miró la Tierra desde el espacio exterior. En 1958 los estadounidenses lograron hacer orbitar al Explorer 1.

Al comienzo de los sesenta J. F. Kennedy anunció los planes de enviar astronautas a la Luna antes de finalizar la década alucinante. Es claro que la motivación de la conquista de la Luna no fue la noble curiosidad intelectual de los científicos ni las ansias de conocimiento. No había ninguna necesidad de hacerlo, pero los complejos avatares culturales y políticos apresuraron la conquista de nuestro satélite. 

El verdadero móvil fue la rivalidad entre dos potencias y el temor a quedar rezagado en el desarrollo tecnológico y con el orgullo maltrecho. La lectura subyacente era que un triunfo en la conquista de la Luna permitiría vislumbrar que el poderío tecnológico era la representación simbólica de una superioridad ideológica y en tiempos de inocencia perdida, también de superioridad bélica en caso de una conflagración real.

Sin embargo, los efectos colaterales de la carrera por conquistar la Luna fueron imprevistos y altamente beneficiosos para la humanidad. No sólo en ciencias espaciales, también en tecnología y en las ciencias básicas. El esfuerzo de cada nación significó formación de científicos en ingenieros, intercambios, transferencia de tecnologías, desarrollo de computadoras y modernización de programas educativos.

¿Que hay “conspiranoicos” que piensan que todo fue un gigantesco montaje urdido por la cámara implacable de Kubrick? A ellos hay que preservarlos como evidencia de que aún existe la inocencia en el universo.

La carrera espacial, cuyo momento cumbre celebramos hoy, es un instante paradigmático en la historia de la humanidad porque trazó la silueta del mundo contemporáneo. Aprendimos más de nosotros mismos y de cómo funciona el universo y…no morimos en el intento.

*Astrofísico, profesor de la UIS.

 

Por Hector Rago*

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