Las metáforas de la ciencia y el universo

En cada momento histórico es la ciencia la que ha dicho lo más relevante acerca del mundo físico.

Héctor Rago*
05 de mayo de 2016 - 04:13 p. m.
/Nasa
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En el transcurso de la historia, hemos vislumbrado al universo usando diversas metáforas. Como un ser viviente, durante los griegos. Como una gigantesca y precisa maquinaria de relojería, en la época en la que Newton descifró con su ley de gravitación universal las intimidades y los hábitos del sistema solar. Como una enorme máquina de vapor sujeta a la degradación de la energía por la ley de crecimiento de la entropía, en la época en que se entendieron las leyes que rigen el calor y la termodinámica. O bien como una descomunal computadora en la que las leyes fundamentales que descubrimos en la naturaleza son el software, es decir, los programas que deben ser ejecutados por la materia y sus constituyentes, que serían a su vez el hardware.

Por su parte, la propia empresa científica también se ha metaforizado de diferentes maneras: como la exploración de territorios ignotos en aventuras que no se sabe a dónde nos llevarán; como la resolución de un enorme crucigrama, o mejor, un sudoku, partiendo de algunas claves, apoyándose en la lógica implacable de las matemáticas y tratando de que haya concordancia entre sus partes. O como la indagación y averiguación de un enigma policial, con algunos indicios. Cualquiera de ella que prefiramos, lo importante en la ciencia es que los hechos tienen la última palabra. Que no importa lo hermosa que sea una teoría acerca de un fenómeno, ni lo ingenioso o poderoso que sea su proponente: si la teoría no se ajusta a las observaciones, simplemente no sirve.

Una teoría científica se apoya en unas cuantas observaciones, y luego hace una apuesta, arriesga, dice algo sobre el mundo y vive peligrosamente hasta que un número suficiente de corroboraciones la consolide como una teoría respetable. La ciencia sabe ser humilde, reconoce sus límites, no teme reconocer su ignorancia, sabe que puede decir algo de una parte del universo sin saberlo todo. Paradójicamente, es también arrogante. Sabe que sus afirmaciones son buenas aproximaciones a la realidad que perdurarán en el tiempo.

Con esa lógica, que no difiere de la lógica de un detective armando el rompecabezas de un asesinato, manteniendo fidelidad a algunos cuerpos del delito y basándose en algunas hipótesis, la ciencia ha logrado construir una evidente flecha de progreso. La física de Galileo fue superior a la de Arquímedes pero no tan buena como la de Newton. La de Maxwell, superior a la de Newton, pero no tan buena como la de Einstein, y la de hoy, es sin duda superior a la de Einstein. Superior porque describe mejor un mayor número de fenómenos. Nos provee un mapa de la realidad con mayor resolución. Lo que no significa que el mapa anterior sea falso. Es una mejor metáfora del mundo.

Esta metáfora que vamos construyendo es acultural a pesar de ser hecho por hombres y mujeres encerrados en sus coordenadas culturales particulares de cada época. Por eso budistas y cristianos, agnósticos, religiosos y ateos colaboran en la consolidación de una historia convincente del universo, sus rutinas y sus constituyentes. En cada momento histórico es la ciencia la que ha dicho lo más relevante acerca del mundo físico.

Gracias a esa hermosa metáfora que la humanidad ha diseñado para entender mejor su relación con el mundo, podemos preguntarnos con el Premio Nobel Leo Lederman: si el Universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?

*Doctor en Ciencias físicas / Profesor invitado Escuela de Física de la Universidad Industrial de Santander

@AstroAlAire 

Por Héctor Rago*

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