Mary Shelley escribió Franskenstein antes de cumplir 20 años. Esta obra, considerada la primera de ciencia ficción en la historia, surgió durante el invierno de 1816 en la mansión de Lord Byron, también escritor y colega. Las tertulias dadas allí y las noches que las sucedieron le dieron forma al científico Victor Frankenstein y a la criatura que en su laboratorio creó. Este último personaje, memorable dentro de la litertura y el cine, escondió entre sus deseos una incógnita clave para la biología. (Vea: 200 años de Frankenstein)
Esos deseos fueron los que impulsaron a Nathaniel J. Dominy, profesor de antropología y ciencias biológicas en la Universidad de Dartmouth (Estados Unidos) y su equipo de expertos, a estudiar esta obra decimonónica. El punto que les interesaba era una escena del libro en la que la Frankenstein le pide a su creador una compañera para no sentirse tan solo. Y le insiste, además, en que su habitat ideal serían las selvas de Suramérica debido a su dieta, distinta a la de los humanos.
Sus peticiones al final no se materializan porque el científico decidió que, escribió la autora, ambas criaturas tendrían la capacidad de reproducirse, poniendo en jaque a la población humana. Es decir, que el monstruo crearía una especie que podría extinguirnos, concepto que para la época era entendido bajo el nombre de exclusión competitiva.
Para ver cuán probable hubiera sido esto, Dominy y sus colegas utilizaron herramientas computacionales para explorar si una población creciente podria extinguir a los humanos y cuánto tiempo les tomaría hacerlo. Como querían basarse en esta obra, los expertos utilizaron los datos que encontraron sobre la época de Shelley.
Así construyeron un modelo matematico basado en densidades de población humana en 1816. Esto les mostró que, de haber existido Frankentein y de haberse cumplido su deseo, las ventajas competitivas de su población hubieran variado en cada circunstancia. Por ejemplo, el peor caso hubiera sido que la criatura poblara Suramérica porque en ese entonces era una región con pocos habitantes. Esto habría ayudado a los monstruos a acceder a recursos como la alimentación.
De hecho, si ese panorama se hubiera cumplido, "calculamos que una población fundadora de dos criaturas, nos podría conducir a la extinción en tan sólo unos 4.000 años», concluyó Dominy y el resto de autores en su investigación, publicada en la revista BioScience.