“Se puede confrontar a las personas con sus propias creencias sagradas”: Steven Pinker

Autor del best seller “La tabla rasa”, psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, Pinker insiste en que la democracia es una de las causas para el avance del progreso humano y ratifica sus criticadas posturas. Para él sus argumentos no están a favor del optimismo, sino de la realidad.

Christian Solano*
19 de abril de 2019 - 09:04 p. m.
Steven Pinker, psicólogo y profesor de la U. de Harvard. / Wikimedia – creative commons - Rebecca Goldstein
Steven Pinker, psicólogo y profesor de la U. de Harvard. / Wikimedia – creative commons - Rebecca Goldstein

El psicólogo experimental, psicolingüista y científico cognitivo, se ha ganado la animadversión de otros intelectuales de gran calado, como el rockstar de la filosofía moderna, el esloveno Slavoj Zizek, gracias a sus polémicas frases a favor del progreso, las reducciones significativas de las muertes violentas y el avance positivo de la civilización occidental.

Steven Pinker (Montreal, 1954), autor del best seller para el New York Times “La tabla rasa” publicado en 2002, ha enfrentado desde entonces a un sinfín de científicos sociales quienes aseguran que ser humano es un producto de la construcción cultural y las condiciones del entorno, dejando de lado dos factores biológicos trascendentales:  la genética y la evolución.

Las teorías relacionadas con “El buen salvaje” del francés Jean-Jacques Rousseau, el conductismo del psicólogo norteamericano B.F. Skinner y feminismo de género de la filósofa Judith Butler, son diseccionadas y refutadas en las obras de este profesor del departamento de psicología de la Universidad de Harvard.  

En “Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones” (2011) desmonta el “mito” del crecimiento exponencial de violencia en el mundo  y en su más reciente trabajo “En defensa de la ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (2018), manifiesta que la causa de la mejora de la vida en los últimos dos siglos obedece a los ideales promovidos por la ilustración enfocados en la racionalidad científica, el liberalismo y el capitalismo, oponiéndose de manera tajante a quienes señalan que el mundo cada día parece un lugar peor.

Desde la ciudad de Boston en donde reside con su esposa, la filósofa Rebecca Newberger Goldstein, Steven Pinker contesta esta entrevista en la que aborda, entre otros asuntos, la visión del politólogo Francis Fukuyama de la democracia liberal, el condicionamiento de la ideología a la verdad científica, la importancia de los hechos comprobados para hablar del progreso del mundo actual y, por supuesto, el debate entre Slavoj Zizek y Jordan Peterson (“Marxismo vs. Capitalismo”) que se llevará a cabo en Canadá, en los próximos días.

Christian Solano: Dr. Pinker, en contados días se llevará a cabo en el teatro Sony Center de Toronto el debate entre el psicólogo canadiense Jordan B. Peterson, reconocido por sus polémicos postulados frente el marxismo, el feminismo y la responsabilidad individual y el filósofo esloveno Slavoj Zizek quien ha dedicado su trabajo a articular las ideas de Karl Marx y Jacques Lacan frente al poder de la ideología. Quisiera empezar hablando  de este encuentro intelectual (posiblemente, el más importante desde el de Noam Chomsky y Michel Focault en 1971) ¿Qué piensa de las visiones de mundo que cada uno tiene?

Steven Pinker: Mi visión es distinta a la de ambos autores, pero es más cercana a la de Jordan Peterson. Como Peterson, soy un psicólogo, soy canadiense, él enseñó en Harvard, donde yo enseño ahora. Sin embargo, desde una perspectiva más general, ni Peterson ni yo somos posmodernos como lo es Zizek. Ambos creemos que hay un mundo externo que puede estudiarse objetivamente y que la ciencia es nuestra forma más confiable de estudiar al mundo.

CS: El año pasado fue lanzado su más reciente libro En defensa de la ilustración (Paidós), que puede ser visto como una declaración de principios propia de un hombre que considera como un optimista, racional y positivista.  Ahora, bajo esa perspectiva, ¿es difícil luchar contra esa tendencia generalizada que indica que vamos camino al infierno, que todo va muy mal?

SP: Sí, pero el libro no es tanto una defensa del optimismo como la defensa de una visión del mundo basada en datos. No digo que la gente deba ver el vaso medio lleno o tomar una actitud optimista. Estoy haciendo énfasis en hechos que mucha gente no percibe: cómo la pobreza, que se ha reducido de un 90% a un 10%; la tasa de mortalidad anual que ha descendido de 25 muertes a una (1) por cada 100.000 habitantes; cómo la democracia, la alfabetización y la educación se han expandido y cómo la esperanza de vida ha crecido. Estos son hechos que la gente conoce pero que no aprecia. La gente desconoce los hechos.

CS: ¿Concibe, entonces, un progreso tangible en la humanidad a lo largo de los años?

SP: De hecho hay un progreso. Yo lo defino desde los valores del humanismo: qué hace a la gente mejorar, qué lleva a la salud y la felicidad de hombres, mujeres y niños. Esto, opuesto a visiones de mundo alternativas, como las que sugieren una moral proveniente de leyes y escrituras sagradas o la glorificación de la nación, la raza o la religión, son formas de progreso en tanto que consisten en mejorías de la vida diaria. De nuevo, debo enfatizar: esta no es una argumentación por el optimismo, sino por la realidad.

CS: Cuando hablamos de progreso, generalmente nos remitimos a la idea occidental y a los valores que representa la cultura de Occidente. ¿Podemos decir, bajo esa lupa, que hay culturas mejores que otras? ¿Que unas sociedades han acogido la idea el progreso mejores que otras?

SP: Estos valores humanistas no son solamente occidentales. No creo que haya culturas que, en general, consideren mejor morir al nacer que en la vejez o que sea mejor el hambre que estar bien alimentado. De hecho, el mundo ha llegado a un acuerdo en los valores humanistas, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada en 1948, o las Metas del Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, que fueron acordadas por todos los 192 países miembros de la ONU: la importancia de reducir la pobreza, reducir la polución, expandir la educación, reducir las enfermedades infecciosas. Estos son valores humanos universales, no son valores exclusivamente occidentales.

CS: Francis Fukuyama, en El fin de la historia (1990), asegura que la lucha entre ideologías acabó y reina desde entonces una democracia liberal. ¿Cree que la democracia ha potenciado el desarrollo del progreso y de la ciencia?

SP: Creo que la democracia ha contribuido al progreso, no solo al evitar que los gobiernos aterroricen a sus pueblos, sino en otros puntos. La gente es más feliz en las democracias que en las dictaduras. Las democracias son menos proclives a ir a la guerra o cometer genocidios, las democracias tienden a ser más saludables y mejor educadas. Entonces, la expansión democrática es una de las causas para el avance del progreso humano.

CS: Quiero volver al Dr. Peterson y a su dilema de la desigualdad. Él asegura que la desigualdad es una condición casi natural. Usted, por otro lado, reseña el cuento “Harrison Bergeron” de Kurt Vonnegut, para hablar de una distópica regulación de la desigualdad. Entonces, ¿es la desigualdad una condición inherente a nuestra naturaleza? ¿Cree posible que construyamos una desigualdad, digamos, más ética?

SP: Hay diferentes posturas sobre la desigualdad. Claramente yo no creo que seamos clones, que seamos biológicamente indistinguibles. Sabemos que hay diferencias en cada rasgo psicológico y que hay un componente genético allí. Entonces, en una sociedad perfectamente justa, quienes difieren en talentos o en ambiciones o en su consciencia terminan siendo desiguales en su prosperidad material. Por otro lado, creo en la igualdad política, que todos deben tener la misma voz, que todos deben ser iguales ante la ley. También creo que debemos intentar mitigar los efectos de la desigualdad, de tal forma que quienes son más pobres o menos saludables no tengan que sufrir. Creo que es humano ayudar a quienes están en el fondo. Sin embargo, este no es un intento para que todos seamos iguales. Es un objetivo humanitario dirigido a prevenir el sufrimiento.

CS: Quiero pasar al libro  La tabla rasa (Paidós) de 2002. Allí usted planteaba varias tesis polémicas relacionadas con la real influencia de la construcción cultural en el ser humano frente a la evolución y la genética, y el ataque sistemático por parte de la ideología a los conceptos científicos que no se acomodaban al bien pensar de la academia. Después de 17 años de esta publicación, ¿qué postulados que usted refutó en ese libro siguen vigentes a la luz del avance científico?

SP: En 2016 publiqué una nueva edición de La tabla rasa en inglés con un epílogo donde revisé los planteamientos a la luz de nueva evidencia disponible. El capítulo que generó más polémica fue aquel sobre los niños y la genética conductual. En ese campo la evidencia ha reivindicado mis planteamientos, en tanto que la mayoría de estudios científicos en genética conductual que estaban en el núcleo de ese capítulo, como el hecho de que todas nuestras conductas son parcialmente heredables, que hay diferencias entre las personas que pueden encontrarse en diferencias genéticas, que los genes tienen un efecto más fuerte que las familias y que muchas de las variaciones entre personas no se deben ni a variaciones genéticas ni familiares, sino al azar.

CS: En La tabla rasa hay un concepto importante para construir cientificidad y verdad: la “consiliencia” del entomólogo estadounidense Edward O. Wilson, definida como la oportunidad de lograr una convergencia entre las tesis de diferentes campos de estudio para construir el mejor concepto posible. ¿Cree que esta es la mejor herramienta para construir verdades científicamente más acertadas?

SP: La palabra “consiliencia” (consilience) tampoco es muy común en el inglés; E.O Wilson la sacó de la oscuridad. Significa una unión del conocimiento, como la creencia en que no hay mayor frontera entre las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades. En mis libros sobre el lenguaje, sobre la mente humana, sobre la violencia, sobre el progreso humano, he argumentado a favor de la consiliencia. Las preguntas sobre la historia, el arte y la política están fuertemente conectadas con nuestra concepción sobre la naturaleza humana, cómo funciona la mente, cuáles son nuestras emociones, necesidades y medios universales. En defensa de la Ilustración es mi argumento más fuerte por la consiliencia. De hecho, tiene un capítulo entero dedicado a la ciencia que continúa el argumento de Wilson sobre la conciliación entre las ciencias y las humanidades.

CS: Usted ha sido atacado en muchas ocasiones por sus posiciones, en tanto que no agradan a ciertas posiciones políticas. Desde su experiencia, ¿cómo puede ser posible defender la ciencia frente a la ideología?

SP: Una forma es utilizar los temas que interesan a quienes están al otro lado del espectro ideológico y demostrar que sólo pueden ser defendidos desde la ciencia. Por ejemplo, muchas personas ubicadas ideológicamente en la izquierda que critican la ciencia desde el relativismo y el posmodernismo creen fuertemente en el cambio climático. ¿Cómo pueden creer que el cambio climático es un hecho si no creen en la ciencia, en la realidad y en la objetividad? Se puede confrontar a las personas con sus propias creencias sagradas y convertirlas en armas que apuntan a ellos, se puede persuadir en vez de amenazar o sobornar. Si, después de eso, no aseguran que tienen la razón y que otros deberían estar de acuerdo con ellos, entonces ya habrán llegado a la razón y a la evidencia, a menos de que se declaren infalibles. Y si alguien clama infalibilidad, entonces se habrá desacreditado a sí mismo. Mientras que no hayamos proclamado que somos infalibles, tenemos que estar abiertos a la persuasión, a la razón, a la evidencia.

*Traducción de Andrés Sánchez

Por Christian Solano*

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