Testigo de casi un siglo de Colombia

El astrónomo e historiador Jorge Arias de Greiff cumplió 96 años. En esta entrevista viaja en su memoria a una época en la que el presidente de la República recogía en el camino a niños que iban tarde al colegio y dice que deberíamos “despotrerizar” el país.

Pablo Correa Torres
17 de mayo de 2019 - 02:00 a. m.
Jorge Arias de Greiff es ingeniero, astrónomo e historiador. Nació el 4 de septiembre de 1922. / Cristian Garavito
Jorge Arias de Greiff es ingeniero, astrónomo e historiador. Nació el 4 de septiembre de 1922. / Cristian Garavito

Jorge Arias de Greiff tiene 96 años. Vive con su esposa en una casa del barrio La Magdalena, en Bogotá, que compraron hace unos 50 años. La vejez parece haber caído sobre todos los objetos de la casa. Sobre el viejo piano negro de la sala. Sobre los muebles desgastados y raídos. Sobre los lomos de los libros de la biblioteca. El astrónomo se concentra para escuchar las preguntas, cierra los ojos por instantes, pero su lucidez ha resistido mientras la memoria libra sus propias batallas minuto a minuto.

En la música clásica y las letras tuvo dos maestros incomparables: sus tíos León y Otto de Greiff. En ingeniería se formó al lado de la élite de la Universidad Nacional en 1945. En astronomía se alimentó de toda la biblioteca del Observatorio Astronómico Nacional, con el “fantasma” de Julio Garavito Armero, que gobernó ese mismo lugar antes que él. En 1972 fue rector de la Universidad Nacional.

Su hijo, el periodista Eduardo Arias, y el genetista Alberto Gómez me habían hablado de sus ideas sobre Alexander von Humboldt, su irreverencia y su edad. Me pareció el testigo perfecto de un país que después de tantas décadas de guerra por fin firmó la paz con la guerrilla que nació por la misma época en que De Greiff iba a la universidad.

Le pedí una cita para una entrevista. Dijo que sí. Llegué con una larga lista de preguntas. Jorge Arias bajó las escaleras, apoyado apenas en un bastón que dejó sobre la mesa del comedor. Primero me pidió las preguntas. Le dije que las haría una a una. Dijo que los periodistas distorsionamos todo lo que nos dicen. Entonces tomó una libreta y empezó a redactar cada una de sus respuestas. Fue su método lento pero efectivo para asegurarse de que esta entrevista resultara fiel a sus palabras. Y también porque, me aclaró, cuando uno escribe ordena mejor las ideas. El trato fue que no podía cambiarle ni una coma a sus respuestas. No me quedó otra opción que recortar buena parte de las preguntas.

Antes de dejar su casa me obligó a acompañarlo hasta una papelería, sacar una fotocopia de las hojas en que redactó las respuestas con una letra perfectamente legible, no sin antes escribir en la última: “Prohibido alterar el texto. Es propiedad intelectual mía”. Luego su firma. Fue enfático en que donde decía “alredor” no lo cambiara por “alrededor”.

Ha vivido 96 años. Eso es un montón. Si pudiera volver el tiempo atrás, ¿qué haría que no hizo?

Es un asunto bastante preocupante el hecho de llevar tantos años conservando recuerdos de acontecimientos de los que tuve una apreciación personal hoy completamente olvidados.

¿Y se arrepiente de algo?

He hecho tantas cosas que quería hacer que es difícil responderle de algo que hubiera querido hacer y no hice. ¿Arrepentirme de algo? Sí. Pero no quiero acordarme de eso.

Usted ha sido testigo de casi un siglo. De la Colombia que conoció a la de hoy, ¿qué es lo que más añora?

¿Algo que no hay ni peligro que ocurra? ¿Y qué recuerdo? Cuando el presidente de la República Enrique Olaya Herrera, que vivía al norte del Gimnasio Moderno, salía en el automóvil oficial en la mañana y recogía a los alumnos del Gimnasio que caminaban por el andén y los acercaba al colegio. Eso no se volverá a repetir.

Los temas ambientales le han preocupado mucho últimamente. ¿Cómo es eso de “despotrerizar” a Colombia que usted plantea?

Ese es un tema importante. El país era selvático en su extensión total. Nos llegó una religión del desierto, del desierto de Judea. Esa invasión de habitantes de la aridez acabó, sigue acabando y lo seguirá haciendo, con esa vegetación selvática. Hay que detener eso e iniciar la tarea de despotrerizar a Colombia. Se espera un futuro de la humanidad en el que hará falta el agua potable. Pero Colombia, uno de los pocos países con abundancia del recurso hídrico, está siendo invadido por multinacionales que se han apoderado de las cuencas. Cuando eso ocurra habrá que comprar a alguna multinacional el agua. Y eso va a ocurrir en Colombia, uno de los países con la mejor agua del mundo. Para afuera con las multinacionales, señor presidente. Pero hay algo más. ¡A cerrar la importación de alimentos! A organizar cooperativas oficiales de fomento a la agricultura y a la producción agrícola. Las áreas vecinas a las grandes ciudades deben dedicarse a la producción de alimentos para que en esas ciudades se disponga de comida fresca. ¿Por qué es maravillosa la alimentación de París? Porque es alimentación fresca producida en granjas vecinas y vendida en los almacenes en los andenes de las calles. ¿Y eso por qué no lo tiene Bogotá con la sabana alredor? La sabana de Bogotá es estúpidamente dedicada a recolectar flores que nadie come. ¡Atención también, presidente Duque!

¿Cómo se enamoró de la ciencia?

Cuando estábamos en el colegio mi padre nos suscribió a una serie de fascículos de geografía que luego de empastarlos nos dejaron tomos de Asia, África, Europa, América y otro denominado El cielo, escrito por un astrónomo catalán de apellido Comas Solá. Esa fue mi fascinación. Más tarde, ya en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, tuve un curso denominado Astronomía, dictado por el profesor Darío Rozo, esa fue otra fascinación. Antes de haber concluido los estudios de ingeniería el decano profesor Ernesto Calvo organizó unos cursos de capacitación de empleados del Ministerio de Correos en el que él era un alto empleado y me designó profesor de electrotecnia. Terminando los estudios la universidad me nombró profesor de física. Con el gran número de alumnos que por esos días ingresaba a la Facultad yo le ayudé con un grupo al profesor de física, ingeniero Carlos Arteaga Hernández. En eso duré como tres años. Yo me había aficionado a la fotografía. Tenía mi cámara Leica, una 3F, y revelaba en casa los rollos y también hacía ampliaciones. Por esos días se vio en Colombia un cometa, el Arend Roland, y desde la mansarda de la casa le tomé una foto. Llamé a El Tiempo y poco después llegó a la casa alguien a recoger la foto que fue publicada en el periódico. El decano notó mi interés por la astronomía y me dijo que no me pondrían carga docente para que me dedicara a estudiar la magnífica biblioteca del Observatorio, cosa que me puse a hacer de inmediato. La Mecánica celeste de Tisserand. La astrofísica de Ambartsumián, etc. Eso de no tener que dar clase me causó dificultades por parte de otros profesores y cuando durante la decanatura de Hernando Correal la Facultad creó el Departamento de Física yo ofrecí dictar un curso de Mecánica Celeste, el que quedó incluido en el plan de estudios de la carrera de Física. Así que, desde ese momento la Universidad Nacional viene dictando esa materia que no se había dictado antes en Colombia. El que hubiera dictado por primera vez ese curso y que él se continúe dictando es algo que me alegra.

¿Quién ha sido para usted el científico colombiano más importante?

No hay duda que el más importante es el ingeniero Julio Garavito Armero, que fue director del Observatorio Nacional.

¿Cual es su recuerdo más querido con su tío León de Greiff?

León de Greiff fue un maravilloso miembro de la familia, era íntimo amigo de su hermana Leticia y yo fui su primer sobrino. Nunca lo olvidaré. A mi mamá le encantaba la música y León le indicaba las obras que debía tener en su discoteca, así que yo crecí dándole cuerda a la vitrola y escuchando la Despedida de Wotan, la Segunda suite de Bach, la Chacona de Bach tocada en viola por Lionel Tertis y la obertura de La gruta de Fingal. Buen comienzo.

¿Le gusta la música contemporánea?

Claro que sí: Boulez, Prokófiev, Shostakovich, Berio, Kurtág… Claro que sí.

¿Qué opina del proceso de paz? ¿Se hizo o no se hizo bien esa paz?

El país ganó muchísimo con el proceso de paz, pero debe saber manejarlo y aprovecharlo adecuadamente dándoles trabajo digno a todos los campesinos, así no le convenga a la oligarquía. Es necesario acabar con el asqueroso neoliberalismo.

Por Pablo Correa Torres

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