Tres “cyborgs” en Medellín

Neil Harbisson convive con una antena instalada en su cráneo. Moon Ribas con un sismógrafo en sus pies. Manel Muñoz se incrustó un sensor meteorológico. Los tres defienden el uso de la tecnología para alterar la naturaleza humana.

Maria Camila Bernal*
15 de agosto de 2018 - 03:00 a. m.
Manel Muñoz con su dispositivo metereológico. / Cortesía Ruta N
Manel Muñoz con su dispositivo metereológico. / Cortesía Ruta N

Neil Harbisson no puede ver en colores. Sin embargo, gracias a una antena en su cabeza, puede afirmar que Medellín “suena muy bien, muy verde. Tiene colores muy neutros que dan bastante paz para concentrarse”. Harbisson es capaz de hacer esa afirmación pues él, como otros humanos, es un cyborg. En su caso, esto implica contar con una antena que le permite percibir como sonidos las ondas de todo el espectro de colores.

Los cyborgs se ven como humanos, viven como humanos, pero no se consideran a sí mismos cien por ciento humanos. Se consideran “transespecie” y pueden, como algunos animales, percibir con sus sentidos el movimiento de la tierra, los cambios atmosféricos y todo el espectro cromático. Pueden, como ningún otro animal, diseñar su cuerpo a su antojo.

“No me siento más, ni superhumano; me siento menos humano. De hecho, me siento transespecie, porque la definición de humano no me define del todo”, dice Harbisson, quien decidió instalar la antena en su cabeza en 2004 como una forma de ver aquello que su cuerpo humano le negó: los colores.

Sin embargo, Harbisson no es el único. De hecho, él y los catalanes Moon Ribas y Manel Muñoz decidieron fundar la Cyborg Foundation y la Transspecies Society como una forma de promover la investigación, exploración y divulgación de proyectos sobre “entidades no humanas”.

“Somos la primera generación que puede decidir qué órganos y sentidos quiere tener”, dicen los tres cyborgs, quienes están en Medellín gracias a Escuela de verano: Hiperrealidades, un evento de la Universidad Pontificia Bolivariana apoyado por la Alcaldía de Medellín que busca compartir conocimiento alrededor de la cuarta revolución industrial e indagar sobre la tecnología en lo humano.

Los tres aseguran que, lejos de las predicciones apocalípticas cercanas a Terminator, la unión entre lo cibernético y lo orgánico les ha ayudado a tener una mayor unión con el planeta.

“Siempre tengo dos latidos dentro de mí: el de mi corazón y el de la Tierra”, explica Moon Ribas, quien decidió intervenirse en 2007. Esta artista hace performances en los que baila según las vibraciones sísmicas que los sensores en sus pies le permiten captar. Esto, según cuenta, la ha hecho entender al planeta como un ser orgánico, que se mueve igual que los demás.

“Nunca estuve interesado en la tecnología, no me gusta el uso de tecnología en general. Pero ver la tecnología o una forma de conectar con la naturaleza fue lo que me interesó”, cuenta Harbisson.

En el caso de Manel Muñoz, la lluvia fue el motor para su transformación. El joven, de 20 años, decidió que uno de sus proyectos en la Facultad de Fotografía sería una serie sobre la unión entre la tecnología y la naturaleza. La lluvia siempre estuvo presente.

Un día, tras varios meses de pensar en el tema, decidió instalarse un sensor en la cabeza para sentir los cambios generados por la presión atmosférica, las tormentas u otros fenómenos del estilo. Cuando se bajó del avión en Medellín, empezó a sentir una infinidad de fenómenos atmosféricos que en su natal Barcelona no existen por estar al mismo nivel del mar. Poco a poco se ha ido adaptando y entendiendo la oleada de sensaciones que le produce la ciudad a 1.495 metros sobre el nivel del mar.

Derechos civiles para no humanos

Algunos gobiernos están empezando a plantearse la creación de leyes que regulen a las personas que son tecnología. El primer caso que vivió Harbisson fue en 2004, cuando el gobierno británico, después de meses de negarle la posibilidad de renovar el pasaporte porque no podía tener un elemento electrónico en la foto, aceptó que su antena no es una añadidura sino parte de su cuerpo, tanto como su nariz y sus orejas.

Pero los cyborgs ya se adelantaron. La Cyborg Foundation creó una lista de derechos civiles cyborg, que defienden la libertad morfológica —el derecho a tener el cuerpo que desees tener—; el derecho a que los órganos nuevos sean propios, no de una empresa; el derecho a decidir quién entra en su cuerpo a través de internet, y el derecho a que sus órganos sean considerados como tales.

Visibilizar los derechos de los cyborgs es necesario, pues, según explica Muñoz, “el cuerpo es un medio para vivir la realidad. Deberíamos poder ampliarlo, y mediante la tecnología lo podemos hacer”. Su deseo “no es que haya más gente con tecnología en el cuerpo, sino que haya más gente con la mentalidad abierta para aceptar la variedad y diversidad que existen”.

* Periodista de Ruta N, Medellín.

Por Maria Camila Bernal*

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