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50 años de 'La naranja mecánica'

La novela de Anthony Burgess, adaptada al cine por Stanley Kubrick, se convirtió en un hito de la cultura popular.

Redacción Cultura
22 de mayo de 2012 - 10:53 p. m.

En 1962, La naranja mecánica, de Anthony Burgess, fue catalogado por algunos críticos como un “libro complicado” que gracias a sus experimentos lingüísticos podría desanimar prontamente a un lector común.

Pero no era sólo el lenguaje (en la primera página hay al menos 20 palabras de Nadsat, el dialecto ideado por Alex, el personaje principal). Era también la violencia, el futurismo, que incluso llegó a ser considerado cercano a la ciencia ficción. Era la suma de factores que configuraba una realidad densa, grumosa, pero que llegaría a resultar cómica (en cierto retorcido sentido) mediante la narración del adolescente entregado al pillaje y el vandalismo.

El libro ganaría más tracción con la adaptación al cine que Stanley Kubrick realizó en 1971 (aunque Andy Warhol ya había hecho una primera versión, Vinyl, en 1965) y que inscribió a Alex y sus secuaces para siempre en la cultura popular.

La aventura de violencia y desadaptación, así como la alegoría al poder del Estado contra el individuo, hicieron de la película de Kubrick un éxito que sería más recordado que la misma novela. En su momento, Burgess opinó que la adaptación del director norteamericano era una glorificación del sexo y la violencia y que el mensaje del libro se desvirtuaba en el filme.

La verdad es que Burgess nunca estuvo muy contento con La naranja mecánica e incluso llegó a declarar que “estoy dispuesto a repudiar de inmediato la novela por la que soy más conocido”. Su descontento, sin embargo, fue inversamente proporcional al éxito del libro (y la adaptación de Kubrick) entre el público, que encontró en el lenguaje de Alex una brisa de frescura, un quiebre para las palabras largamente manoseadas.

El atractivo de la novela es uno contradictorio: es el anarquismo de Alex (una figura hecha para romper a patadas el establecimiento), pero también es el dibujo del Leviatán que Burgess hace mediante los experimentos para controlar la mente del adolescente. El libro bulle con una violencia que se va dosificando a través de un lenguaje ‘popular’, aunque inexistente: elegantemente salvaje.

La jerga que compone el mundo de Alex despega principalmente del ruso y toma prestadas cosas de lenguas gitanas. Como último recurso, el adolescente enfurecido inventa nuevas combinaciones para nombrar un mundo distante de la utopía, una forma no conocida para referirse al rompimiento de la perfección.

La novela de Burgess, cincuenta años después, es un texto que, desde la cultura popular, realiza una de las radiografías más certeras sobre los bajos impulsos del hombre y el papel represor del sistema sobre el ciudadano.

La película

La adaptación de 1971 de Stanley Kubrick inmortalizó la novela de Anthony Burgess con la brillante interpretación que Malcolm McDowell (foto) hizo de Alex, el adolescente anarquista y violento que termina bajo el control del gobierno mediante un experimento para modificar el comportamiento. La cinta es considerada una de las grandes obras del director norteamericano y fue nominada a los premios Oscar por mejor dirección, película y adaptación derivada de otro medio.

Por Redacción Cultura

 

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