El Magazín Cultural

8M: Las mujeres bien comportadas rara vez hacen historia

En México más de 25.000 mujeres han sido asesinadas en los últimos diez años. El 8 de marzo en la capital del país salieron a marchar cerca de 80.000. Alzaron carteles, bailaron, gritaron, protagonizaron un aquelarre frente a la Plaza de la Constitución, informalmente conocida como El Zócalo: quemaron palos y los rodearon mientras el patriarcado, simbólicamente, se consumía en llamas.

Isabella Portilla - @isobellack
19 de marzo de 2020 - 08:08 p. m.
Imagen de Miriam Tombino sobre una de los momentos que se vivieron en Ciudad de México durante las manifestaciones del 8 de marzo.  / Miriam Tombino
Imagen de Miriam Tombino sobre una de los momentos que se vivieron en Ciudad de México durante las manifestaciones del 8 de marzo. / Miriam Tombino

 

Encapuchadas derribaron muros que protegían a las estatuas ubicadas cerca del museo de Bellas Artes para pintarlas con consignas feministas. Jóvenes con torsos desnudos se treparon en una enredadera de cinco metros para ir a parar a las patas del que llaman el “armatoste”, o el monumento “El Caballito”, obra del escultor Enrique Carbajal. Una vez arriba, lo llenaron de grafitis. Uno advertía: “Si me violas, te mato”. Otro le hacía un llamado directo al presidente Andrés Manuel López Obrador: “¡Pinche AMLO, cumple con tu cargo!”. Los letreros estaban divididos por el contorno de un falo al que una de las jóvenes le dibujó una cara triste. 

La mayoría de espectadores aplaudían sonrientes, aprobaban las pintas, pero un hombre miraba desde lejos moviendo la cabeza de lado a lado y chasqueando la lengua. Cuando lo interrogué sobre su actitud me dijo que no había necesidad de deteriorar el mobiliario público, fue cuando una joven que estaba a su lado le respondió que ojalá en México cuidaran a las mujeres como cuidan a las estatuas. 

Las mexicanas tienen rabia. Están hartas, por eso se movilizan con tácticas cada vez más radicales. Según cifras presentadas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI, cada día diez mujeres mueren por agresiones intencionales en el país. Recientemente Fátima Aldrighett, una niña de diez años fue secuestrada, asesinada y abandonada en la calle dentro de bolsas de basura. Otra víctima, Ingrid Escamilla, de 25 años fue brutalmente descuartizada por su pareja y como si no bastara, las fotos del cadáver fueron publicadas en las portadas de tabloides locales, lo que aumentó la indignación de muchas. 

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Las mujeres están expresando su ira por quienes murieron, por ellas mismas, por quienes vienen: «Hoy no están todas nuestras voces juntas, porque desde la tumba no se puede gritar», me dijo una alumna de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México, facultad que está tomada desde hace cinco meses por demandas estudiantiles ante la violencia de género que se agudiza en la institución. «AMLO ha fracasado en atender la emergencia del feminicidio y también están fracasando las universidades en propiciar medidas de protección a sus estudiantes mujeres», aseguró. 

Pero esas no son las únicas demandas de la marcha. Un colectivo de madres procedente de Pachuca, ciudad ubicada en el centro del país, se quejaba por el aumento de redes de trata de blancas en el estado de Hidalgo, caminaban acompañadas de hombres que guardaban silencio, llevaban carteles rojos que decían: “Que la única sangre que derramemos sea en nuestra menstruación”. 

María Isabel Valdés, una manifestante de origen mazahua, el pueblo indígena más numeroso del estado de México y Michoacán pedía justicia para su hija Virginia, presa desde hace 14 años, acusada de matar a golpes a su bebé. Según María Isabel, cuando le pidieron declarar a Virginia, ésta no tenía un abogado, no contaba con un traductor de la lengua mazahua al castellano y, además, había tenido que declarar bajo tortura. 

El contingente LGBTI pidió el cese a violaciones correctivas, terapias de conversión o privación de la libertad, así como leyes más severas para delincuentes y violadores. En el sexenio de Enrique Peña Nieto, al menos 473 personas fueron asesinadas por motivos relacionados con la orientación sexual o la identidad y expresión de género.

Un grupo de mujeres sindicalizadas exigía el alto a la explotación laboral, una de ellas llevaba un letrero colgado a su espalda que decía: “presupuesto con perspectiva de género”. 

En la mitad de la caminata, me encontré con Meteóra, italiana, residente en México desde hace cuatro años, llevaba un sombrero de un metro de largo para que sus amigas no le perdieran la vista en medio de la multitud. «El mundo entero está destinado a ser feminista», dijo. «Nosotras parimos: somos luz, poder y fuerza». 

Después de conversar con Meteóra, me topé con Aguacate, un pit bull que salió a marchar con un pañuelo verde atado al cuello. «Él también es feminista», me dijo Andrea, su dueña. 

Mientras tanto, una cámara desde un helicóptero captaba la marcha como la estela de una gran sombra morada y en las tomas televisadas ya no se sabía quiénes eran las manifestantes y cuáles las jacarandas en flor, esos árboles morados que en la primavera feminista mexicana también parecieron manifestarse, porque ese ocho de marzo hasta la naturaleza se quejó. 

Aunque algunos contingentes de la marcha eran estrictamente separatistas encontré a unos pocos hombres, la mayoría cautos, con las bocas selladas con cinta adhesiva. Uno llevaba con una mano un letrero que decía: “No somos histéricas, somos históricas”, y con la otra, señalaba a sus compañeras. 

El colectivo Pan y Rosas alentaba su marcha con percusionistas y cánticos enérgicos que decían, por ejemplo: “Mujeres contra la guerra, mujeres contra el capital, mujeres contra el machismo y el terrorismo neoliberal”. 

Galaxia Godínez, familiar de la médica Ariadna Godínez García, me contó que Adriadna fue encontrada sin vida y aún no ha tenido justicia. Según Galaxia, su familia realizó toda la tramitología acostumbrada en el proceso judicial y al final, los mismos policías ministeriales en un claro abuso de poder y corrupción pidieron dinero para continuar su caso. 

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“Estado feminicida”, decía un cartel que vi enseguida. “Feminicida el perito que filtró sus fotos, el policía que clasificó el delito, los medios que la señalaron y el juez que le negó la justicia”. Estado narco. Narco-estado feminicida.

«Te están buscando, matador», era la consigna que gritaba el colectivo Cuautepec, de la zona de Barrio Bajo, quienes vestidos con trajes típicos aztecas y con bailes folclóricos exigían justicia y presencia policial en su comunidad. 

Frente al Monumento de la Revolución, varias niñas subidas en los hombros de sus madres cantaban con las manos empuñadas: “Mujer, escucha: esta es tu lucha” y también: “Somos malas, podemos ser peores y al que no le guste, se jode, se jode”. 

Hacia el final de la marcha vi un letrero escrito sobre una caja de cartón, lo llevaba enaltecido una adolescente: “Pariendo la nueva tierra”. Y al lado, una niña mostraba un cartel hecho por ella misma con crayones de colores: “No más violencia contra las mujeres”. 

El 8 de marzo las mexicanas estuvieron al grito de guerra, como dice su himno nacional. Históricamente, al igual en que muchas partes del mundo, el patriarcado les ha enseñado a ser rivales, pero se están organizando para aprender a ser aliadas. 

El 9 de marzo convocaron a huelga nacional: optaron por no salir a las calles, no ir a trabajar, guardar silencio y evidenciar su ausencia como forma de protesta contra la violencia de género porque, aunque “lindo y querido”,  guadalupano y cantinflesco, tan a toda madre y tan chingón, a la vez, México se convierte cada vez más en un país violador y asesino.

Por Isabella Portilla - @isobellack

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