Ya sea recordando a un grupo de estudiantes conocidos como los Waldos, que en la década de los 70 acordaron encontrarse a las 4:20 p.m. para seguir un mapa dibujado a mano que supuestamente los iba a llevar a un cultivo de marihuana al noroeste de San Francisco (Estados Unidos), o a través de la banda de rock Grateful Dead y de la revista High Times que decidieron usar el símbolo de 420 una vez se popularizó, el 20 de abril se conoce como el Día de la Marihuana. Según se lee en la BBC, este código se ha convertido en parte transversal en la lucha por la legalización, recordando, por ejemplo, que Denver “ha sido el epicentro de la fiesta, pues Colorado fue el primer estado en permitir la venta de marihuana con fines recreativos”. En el marco de este día, recordamos a la Generación Beat, un movimiento caracterizado por defender el uso de esta droga, así como por vivir los placeres en su máxima expresión.
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La Generación Beat le apostó a la literatura sin formas. Hablar de sexo, alcohol y drogas en plena libertad de expresión, sin tapujos ni restricciones, fue su apuesta principal. Allen Ginsberg, William Burroughs, Lucien Carr y Jack Kerouac dijeron no a las reglas de la escritura y se aventuraron en su propio estilo. El último de ellos advirtió en su novela En el camino su gusto por “la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde…”. El escritor creció en compañía del jazz, las prostitutas, la marihuana y la música de Charlie Parker o Gillespie, y nunca dejó de escribir, nunca soltó su máquina de escribir. Para él, las prostitutas, drogadictos y vagabundos del Times Square eran “ángeles” y su aventura estuvo en recorrer Estados Unidos desde la oscuridad, siendo irreverente y desafiando lo políticamente correcto.
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“La Generación Beat fue una visión de hipsters locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos, hermosos, de una fea belleza beat —fue una visión que tuvimos cuando oímos la palabra beat en las esquinas de Times Square y en el Village, y en los centros de otras ciudades en las noches de la América de la posguerra —beat quería decir derrotado y marginado pero a la vez colmado de una convicción muy intensa”, se lee en un texto escrito por Kerouac y publicado en la revista Esquire, que hace parte de libro La filosofía de la Generación Beat y otros escritos.
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Allen Ginsberg también decidió vivir al margen de las buenas costumbres. Optó por deshacerse de los manuales y de las oficinas, manteniendo un estilo que desafiaba los códigos de la gramática. Escribía a su manera, con un sello propio, ignorando las convenciones que pretendían atarlo a una identidad ajena. “¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación? ¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Ceniceros y dólares inalcanzables! ¡Niños gritando bajo las escaleras! ¡Muchachos sollozando en ejércitos! ¡Ancianos llorando en los parques! ¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor! ¡Moloch mental! ¡Moloch el pesado juez de los hombres! ¡Moloch la prisión incomprensible! ¡Moloch la desalmada cárcel de tibias cruzadas y congreso de tristezas! ¡Moloch cuyos edificios son juicio! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra! ¡Moloch los pasmados gobiernos! ¡Moloch cuya mente es maquinaria pura! ¡Moloch cuya sangre es un torrente de dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos! ¡Moloch cuyo pecho es un dínamo caníbal! ¡Moloch cuya oreja es una tumba humeante!”, se lee en la traducción de su poema Aullido.
Como se lee en el artículo Allen Ginsberg: el poeta del aullido obsceno, detrás de la Generación Beat está “el valor de romper con un arte que escondía la realidad marginal y el relato de personajes que vivían al margen de las buenas costumbres”.