El Magazín Cultural

Al son de la vereda

Sobre Buena Vista Social Club: la experiencia de un concierto y, entre líneas, la historia de la banda habanera.

Sorayda Peguero Isaac
13 de octubre de 2014 - 02:32 a. m.
Las figuras que forman parte de la banda desde sus orígenes: Omara Portuondo, Eliades Ochoa, Jesús ‘Aguaje’ Ramos, Barbarito Torres y Manuel ‘Guajiro’ Mirabal. /Alejandro González y Xavier Angulo
Las figuras que forman parte de la banda desde sus orígenes: Omara Portuondo, Eliades Ochoa, Jesús ‘Aguaje’ Ramos, Barbarito Torres y Manuel ‘Guajiro’ Mirabal. /Alejandro González y Xavier Angulo
Foto: Alejandro Gonzalez

Empezó a escucharse un rumor por las calles de La Habana. Decían que un guitarrista de los Rolling Stones andaba rondando el barrio. El forastero era Ryland Peter Cooder, conocido como Ry Cooder, de Los Ángeles, California. No era su primera vez en Cuba. Había visitado la isla junto a su mujer en 1976. Y era verdad, Cooder estaba de regreso en La Habana; lo que no era cierto es lo que se decía de él: no era un guitarrista de los Rolling Stones. A finales de los sesenta estuvo a punto de entrar a formar parte de la banda británica, pero no fue seleccionado. Durante veinte años conservó su deseo de regresar a la isla, y en 1996 volvió. Fue el año en que Ry Cooder, Nick Gold —dueño del sello discográfico World Circuit— y Juan de Marcos González —músico y productor musical cubano— gestaron uno de los proyectos de mayor transcendencia en la historia de la música cubana: Buena Vista Social Club.

Viernes 4 de agosto de 2014, 9:40 p.m. Después de verificar la entrada, un acomodador me acompaña por una pasarela de madera que conduce hasta la platea central. El suelo está mojado. A pocas horas del concierto, una lluvia que las nubes vaticinaron desde el mediodía se precipitó sobre Peralada (comarca catalana del Alto Empurdán). “Ojalá que esta noche no llueva”, deseó Omara Portuondo durante el encuentro que tuvimos esta tarde en la cafetería del hotel Figueres. También expresó su inconformidad con la retirada de Buena Vista Social Club de los escenarios:

—Nosotros lo anhelábamos, creímos y consideramos que la música nuestra es buena, por eso la hacemos. Yo espero que echen para atrás la noticia esa del adiós. Yo tengo la esperanza, espero que sí.

El anuncio se hizo público durante una rueda de prensa ofrecida en el hotel Nacional de La Habana, el 24 de enero de 2014. El Adiós Tour comenzó su periplo por diferentes países de Europa a principios del verano. Después de un descanso, la banda tiene previsto continuar su recorrido por América Latina, Estados Unidos, Asia y África. En noviembre de 2015 ofrecerá un último concierto en la capital cubana.

Eliades Ochoa estaba en Santiago —zona este de Cuba— cuando escuchó un anuncio por Radio La Habana: “El que conozca a Eliades Ochoa que por favor le diga que se comunique con Juan de Marcos González”. Ochoa llamó a De Marcos y éste le contó la buena nueva: había sido seleccionado para grabar un disco con un |americano. Ibrahim Ferrer, ya retirado de los escenarios, complementaba su modesta pensión con los pesos que ganaba limpiando zapatos. Al principio no se mostró muy convencido; la idea de volver a cantar no lo entusiasmaba. Pero De Marcos consiguió persuadirlo. Ferrer se limpió las manchas de betún y, quejándose de la urgencia: “Nada más que pude lavarme la cara”, partió con De Marcos hacia los estudios Egrem, los Estudios de Grabaciones y Ediciones Musicales más antiguos de Cuba. Omara Portuondo se hallaba enfrascada en los preparativos de un proyecto personal cuando recibió el llamado. A la cita acudieron algunas de las figuras más importantes de la música popular cubana, entre ellos Rubén González, Francisco Repilado (Compay Segundo), Orlando “Cachaíto” López, Manuel “Guajiro” Mirabal, Amadito Valdés, Carlos González y Manuel “Puntillita” Licea. La ausencia de nuevas tecnologías en los estudios hizo muy feliz a Cooder. El guitarrista había encontrado, por fin, “el tesoro”, un sonido que creía perdido: “(…) el hábitat cambia rápidamente y algunas músicas tradicionales corren el riesgo de desaparecer. Igual que un pájaro o un pez que vive en un estuario: huyen en cuanto colocas cerca un centro comercial o construyes edificios”.

10:20 p.m. Aparece en el escenario Eliades Ochoa. De riguroso negro. Sostiene en sus manos una guitarra de creación propia: ocho cuerdas, con las cuerdas re y sol duplicadas una octava más alta. Y, como siempre, su leal sombrero de guajiro santiaguero. “Lo usé para recoger algunas monedas cuando cantaba en Santiago, en días famélicos, para protegerme del sol cuando trabajaba en el campo, y ahora lo uso para esconder mi calvicie”, confesó alguna vez. Empieza a oírse un son de monte adentro. El público reconoce la melodía. Suena El carretero. Ochoa responde al alborozo del auditorio con una sonrisa cómplice y la gente lo acompaña entonando el estribillo: “A caballo vamos pa’l monte, a caballo vamos pa’l monte”.

—Después de un recorrido de veinte años, ¿cuál es el secreto del éxito, y de la permanencia, que conserva Buena Vista Social Club? —pregunto a Omara Portuondo—. ¿Usted lo sabe?

—¿Tú conoces una canción que se llama Guantanamera?

—Claro que sí. He escuchado esa canción desde que era niña.

—¿Te fijas? Eso es lo que pasa con la música cubana: que es cubana, pero le gusta a todo el mundo, y permanece. Por muchos años que pasen, permanece en el gusto de la gente. Oye una cosa —su voz se vuelve aún más suave, como un susurro—: la música es muy importante para la vida. Es como un regalo de la naturaleza. Uno de los más grandes. Y está ahí. Y tiene su cosa de misterio.

10:57 p.m. El cielo luce despejado, sin amenaza de lluvia. Jesús “Aguaje” Ramos la presenta como la más sexy —enfatiza lo de sexy—, la más bella. En medio de una gran ovación, Omara Portuondo entra en escena. Es evidente, por las sonrisas que intercambian, que la presentación forma parte de un acuerdo tácito, una broma entre ellos. Hay momentos de total silencio en los que la potencia de su voz se impone. Impresionan su voz y su energía. Fue Arsenio Rodríguez —compositor y tresero cubano— quien se ocupó de nombrar un momento que se da durante la ejecución de un son montuno: el momento “diablo”, el punto de máxima intensidad que puede alcanzar una pieza musical. Cuando Omara Portuondo interpreta el tema No me llores más sucede, y se repite hasta tres veces (quizás más), un instante que bien podría encajar con esta definición. La cantante aprovecha: “¡Arriba, arriba!”, repite, agitando sus brazos. El auditorio se pone en pie. Y, de nuevo, el momento “diablo”: destaca el sonido de las trompetas, y el público delira.

Los llamaban “los superabuelos”. Cuando coincidían en escena Compay Segundo, Pío Leyva, Ibrahim Ferrer y Rubén González, sumaban más de trescientos años. Periodistas, cineastas, investigadores y musicólogos de diferentes lugares del mundo viajaron a La Habana para conocerlos de cerca. Algunos artistas pertenecientes a jóvenes generaciones de músicos cubanos se sintieron desplazados y manifestaron su descontento con el protagonismo y el reconocimiento internacional adquirido por la banda de músicos de la “vieja escuela”. No es la primera vez que se presenta en la historia de la música popular latinoamericana un fenómeno con características similares a las de la orquesta cubana. La Sonora Matancera y Fania All-Stars figuran como ejemplos de orquestas que reunieron, con gran éxito, a algunos de los más reconocidos y aclamados intérpretes latinoamericanos. Una de las particularidades destacables de Buena Vista Social Club es que irrumpió en el escenario musical con un elenco de artistas cuya edad promedio rondaba los sesenta y los ochenta años, y con un repertorio de canciones alejado de las tendencias musicales del momento. Aun así, en 1998 la agrupación ofreció conciertos memorables en el teatro Real Carré de Ámsterdam y el Carnegie Hall de Nueva York. En ese mismo año recibieron un premio Grammy, se hicieron un lugar en el top de la revista Billboard y su primer disco logró cifras de ventas comparables a las de grandes estrellas pop: 1’300.000.

11:24 p.m. Una gran pantalla proyecta imágenes de un sonriente y vital Compay Segundo. En el ala este de la platea hay una niña que, aupada por su padre, agita su pequeño cuerpo con entusiasmo frenético. Balbucea y trata de dar palmas al son del cadencioso Chan chan. Puede que éste sea el primer concierto de su vida. Hay momentos en los que la orquesta rinde homenaje a los integrantes de la banda que ya no están. Carlos Calunga da voz a una de las canciones que antes interpretaba Ibrahim Ferrer: Bruca Maniguá, el lamento de un esclavo carabalí que, fiel a la tradición cimarrona de su etnia, anhela ser libre.

“Lo único que no quiero es morirme, por ahora, por favor (…) porque, a veces, no te dan tiempo”. Ibrahim Ferrer pedía tiempo, tiempo para disfrutar de un reconocimiento que, como a muchos de sus compañeros, le llegó cuando menos lo esperaba. Una suerte de tregua que Compay Segundo definía como “las flores de la vida”: “A todo el mundo le llegan las flores, quiero decir, la oportunidad: esas son las flores. A todo el mundo le llega una oportunidad, y esa oportunidad hay que saberla aprovechar, como yo digo en mi canto: tarde o temprano”.

11:35 p.m. Vibra el auditorio. La gente taconea con fuerza el suelo de madera y reclama, con silbidos y consignas, el regreso de los músicos al escenario. Se abre la cortina: Jesús “Aguaje” Ramos pregunta al público si se conformará con una más. El acuerdo se cierra con cuatro, cuatro canciones. Después de cumplir con el trato sellado por el hombre del trombón, Buena Vista Social Club se despide, se va. Hay una pausa breve, que se interrumpe cuando el público se convence de que la cortina no se abrirá otra vez. Ahora sí es un hecho que el concierto ha terminado. Las sillas del auditorio del Castillo de Peralada van quedando vacías. De repente se escucha una voz. Una voz que viene de las gradas grita: “¡Viva la madre que te parió!”. La gente que aguarda en las filas que conducen a las puertas de salida mira hacia arriba, después vuelve la atención hacia el escenario. Parece que hay alguien. El trompetista Luis Alemany se detiene en medio de la tarima, busca con insistencia la dirección de la voz que le habla y, en la oscuridad, se divisa su mano, que dice adiós.

Por Sorayda Peguero Isaac

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