El Magazín Cultural
Publicidad

Albert Camus, un filósofo incómodo

100 años atrás nació Albert Camus, uno de los escritores más carismáticos y polémicos del Siglo XX, autor de El Extranjero, El hombre rebelde y La peste, entre otros libros.

Steven Navarrete. /Especial para El Espectador
09 de noviembre de 2013 - 02:48 p. m.
Albert Camus. / Archivo
Albert Camus. / Archivo
Foto: EFE - .

En el año de 1941, con una mirada bucólica, tendido en el suelo, un borracho recién desterrado de esos bacanales que abundan en París, ve pasar a la madrugada a un hombre en el cual no puede reconocer una cara amiga. No sabe si fue la luz tenue que acompañaba las calles de faroles oxidados y lámparas de petróleo improvisadas o el vapor que emanaba de las alcantarillas, lo que le impidieron ver su rostro. Al mirarlo de lejos tan solo divisó cómo aquel ser humano agobiado por las pasiones de la vida cotidiana sacaba un trozo de papel que parecía leer atentamente, y luego, afanado, buscaba entre los bolsillos de su gabán un bolígrafo. Escribió algo y luego siguió para perderse en la sombra del anonimato. El borracho tuvo que conformarse con oír el eco de sus pasos, mientras se alejaba. Se preguntaba cuáles eran los motivos que llevaban a ese hombre a caminar tan afanosamente, a esa hora, donde nadie podía tener prisa, donde nadie estaba dispuesto, solo las prostitutas, y los vendedores de opio. Pero rápidamente ahogó sus preguntas en un sorbo de vino. Dicho Joven era Albert Camus. Acababa de dejar la cama de una de las tantas mujeres que pasaron por su vida, y que no lograron arrancarle la melancolía perpetua que lo hacía moverse por los lugares más bohemios y clandestinos de París. De aquellos que se sancionaban en el púlpito a todo pulmón y solo los seres profanos podían atreverse a conocer. Sus diversos biógrafos, traductores y editores[1] cuentan que Camus guardaba una pequeña libretica y fichas (que llaman Carnets) con apuntes y garabatos, compuesta de ideas que se le ocurrían durante el día y que frente a la inquisidora máquina de escribir juntaba y unía en las noches, arrumando las colillas de un cigarro tras otro. Así, entre el afán y la penumbra, terminaba de manera improvisada, pero brillante, uno de los libros que lo llevarían a fijarse por siempre en el panteón de la literatura universal, “El mito de Sisifo”. Sería más fácil señalar qué faceta no encarnó este multifacético y creativo espíritu, que hizo las veces de periodista, novelista, filósofo, y activista, entre otras. Murió joven, muy joven, a los 47 años, a la misma edad en la que un hombre sueña con pensionarse y eludir el horroroso llamado del despertador automático. Su vida encontraría su final en circunstancias que aún son motivo de discusión, que se debaten entre elaboradas conspiraciones o una jugarreta del destino, recordándonos que la genialidad no dura para siempre.

Moriría en el año 1960 a tan solo un par de años de alcanzar la gloria del Premio Nobel y el reconocimiento mundial, sin disfrutar completamente de la fama y sin ver el fin de la cruenta guerra de independencia argelina, algo que le complicaba su úlcera. El documental “Una tragedia de la felicidad”, realizado por Jean Daniel y Jöel Calmettes en 1999[3], uno de los más completos sobre su vida (además por que combina su voz original, entrevistas con sus editores y diversas personas que lo acompañaron hasta su muerte), nos muestra a un Camus que se batía entre una profunda sensibilidad social que devenía por su origen humilde, una pasión sin freno hacia el teatro y el fútbol, y un compromiso político sin precedentes, que se podría comprender a través de una de sus obras; “El Hombre Rebelde”.

Camus, gozaba de un amplio reconocimiento y fama en la Francia de la posguerra, llevaba a cuestas los requerimientos que se debían para gozar de la misma; héroe de la resistencia, espíritu juvenil, prosa y elocuencia voraz, simpatía, y para rematar, filósofo… en la Francia de antaño donde vestir de saco y corbata no rayaba con las creencias en un mundo mejor.

Su vida intelectual no fracturó la literatura y la filosofía, sino que encontró un camino fecundo donde a través de sus personajes, y sus complejas personalidades, reflejaba sus búsquedas internas, sus preguntas y los dilemas filosóficos que el hombre moderno tiene en la vida cotidiana. En sus fotografías, siempre pulcro, un cigarro en la boca y una mirada inquietante, profunda, de alguien que no traga entero, que medita todo, que no se queda con nada en la boca. Ese era Albert Camus. No era un filósofo más en el microcosmos filosófico planetario “Sorbonne 30” de la galaxia “París”, sino que era una figura molesta para los demás académicos e intelectuales, para los extremistas, para la izquierda dogmática, para los nacionalistas. Por supuesto, quien habla con la verdad, y sin tapujos, incomoda.

Experimentó la desilusión de perder la creencia en el otro y lo transmitió en todos sus libros, pero se reinventaba, y su dolor impactaba a sus lectores de maneras distintas, recordándoles una y otra vez la tragedia de vivir en un mundo donde la felicidad de unos es la desdicha de otros. De sus creencias espirituales y religiosas, sus biógrafos no se ponen de acuerdo, algunos lo señalan como el más completo y desinteresado por la trascendencia, por el más allá. Otros afirman que pudo creer en Dios en secreto meses antes de su desaparición. Lo muestra Howard Mumma en su libro “El Existencialista Hastiado: Conversaciones Con Albert Camus”[4]. Solo hay algo cierto, muchas personas siguen sintiendo que su alma se desgarra al leer sus obras.

 

Por Steven Navarrete. /Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar