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Alberto Montoya Puyana: “Me satisface haber podido servirle a la comunidad”

En esta nueva entrada de la serie Historias de Vida, creada por Isabel López Giraldo para El Espectador, Alberto Montoya Puyana habla sobre su vocación al servicio público, al haberse desempeñado como alcalde, gobernador y congresista, así como de su papel como rector en la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

Isabel López Giraldo
22 de abril de 2021 - 05:36 p. m.
Hacer parte de la vida pública de Bucaramanga le generó a Alberto Montoya Puyana un reto grande, pues no tenía vinculación política activa de ninguna clase, tan solo era liberal porque lo aprendió de su papá y compartió sus ideales.
Hacer parte de la vida pública de Bucaramanga le generó a Alberto Montoya Puyana un reto grande, pues no tenía vinculación política activa de ninguna clase, tan solo era liberal porque lo aprendió de su papá y compartió sus ideales.
Foto: Archivo Particular

Soy una persona sencilla, de trato amable, a quien le gusta tener buenos amigos y excelentes relaciones de familia.

Orígenes- Rama paterna

A mi abuelo, Emiliano Montoya Zapata, no lo conocí pues murió cuando yo todavía estaba muy pequeño. Tuvo fincas en zonas inhóspitas a las que mi papá lo acompañaba. En ellas se encontraban serpientes como si fueran zancudos, por lo tanto, al acostarse tenían que revisar muy bien la cama para evitarse sorpresas.

Tampoco tengo recuerdos de mi abuela, Eva Mejía Restrepo. Mi papá nos llevaba con mucha frecuencia a Medellín para que visitáramos a la familia y nos contaba historias muy especiales de su juventud y de la familia.

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Guillermo Montoya Mejía

Mi papá, Guillermo Montoya Mejía, fue un antioqueño que vino a vivir a Bucaramanga hace noventa años. Tuvo una relación cercana con la familia Echavarría en Medellín que le ofreció ser el agente de Coltejer en esta zona del oriente colombiano. A él le pareció interesante, tomó la opción, la desarrolló con mucho éxito, pero, eso sí, nunca dejó de ir a su tierra para visitar a la familia, supervisar sus negocios y no perder su acento paisa que heredamos.

Perteneció a una familia de dieciocho hijos, él fue el mayor de los hombres. Como cosa curiosa, tuvo dos pares de hermanas mellizas que fueron religiosas, una de ellas monja de clausura en Colombia y las otras en comunidades religiosas en Europa.

Fue un hombre muy estricto, pero nunca se expresó a través de la violencia, sino del diálogo. Tuvo un sentido de autoridad muy importante que nos ayudó a entender con claridad las razones por las cuales debíamos acatarlo. Esto hizo que tuviéramos una muy cercana y buena relación. Fue muy generoso con todos nosotros.

Con un grupo de amigos, mi papá desarrolló empresas e industrias y contribuyó de manera muy activa y positiva al desarrollo del departamento de Santander.

Disfrutó mucho de los viajes y algunos los hacía regularmente en barco a Europa. Podía demorarse un par de meses en regresar y sin falta nos traía regalos. Pocos días después de su arribo llegaban varios baúles cargados de más regalos y cosas para la casa.

Le dio verdadero valor a la palabra, la misma que sobreponía a la firma de un documento. Desde su agencia de Coltejer dio muestras de ello cuando en ocasiones le pedían mercancía sin tener cómo pagar de inmediato. Decía: “¿Quién le está cobrando? Bien pueda, llévese lo que quiera y usted después me lo paga”. “¿Qué necesita? ¿No necesita algo más?”. Los clientes quedaban muy agradecidos y no le incumplían con el pago.

Nos dio grandes enseñanzas y la gente lo quiso muchísimo.

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Rama materna

Francisco Ambrosio Ofarrel nació en Sigüenza, España. Su apellido es originario de Irlanda y antes de viajar a Colombia acogió el Puyana en honor a una familia muy cercana a la suya. Francisco Ambrosio Puyana Ofarrel marcó el inicio del apellido en Colombia. Llegó al país a mediados de 1700 y se estableció en Girón, Santander.

Mi bisabuelo, David Puyana Figueroa, fue poseedor de una fortuna apreciable. Dueño de fincas (algunas de ellas heredadas), tuvo ganado, cultivó café y tabaco, productos que exportó a Europa, junto con la quina. Mediante un remate, efectuado por el Estado, fabricó y distribuyó aguardiente y otros licores. En asocio con un grupo de amigos, fundó el Banco Santander, el Club de Soto, la Compañía Santandereana de Vapores para la navegación en el río Magdalena, en fin, fue muy activo en procesos comerciales.

En el imaginario popular prosperó la leyenda de que Don David tenía “pacto con el diablo”, pues fue la única forma que encontró la gente para explicar tan grande fortuna. Algunas anécdotas refuerzan esa creencia. Una de ellas consistió en la vigilancia que hacía a sus obreros desde el balcón de la casona de la Hacienda Cabecera del Llano con un catalejo que había traído de Europa, del que no tenían conocimiento sus empleados, a quienes, al regresar de su jornada de trabajo, les tomaba cuentas de por qué estaban durmiendo o tomando guarapo.

En una mula, muy fuerte y briosa, visitaba las fincas, en las que aparecía sin previo aviso. Una noche, cuando subía a la Mesa de Ruitoque sobre su mula, en su rápido andar por el camino empedrado, sacaba chispas con las herraduras. Decían: “Allá va Don David que sí tiene pacto con el diablo porque miren cómo bota chispas por donde anda”.

Por concesión estatal, algunos familiares fueron importadores y distribuidores de licores en Colombia.

Con los años, su nieto, Armando Puyana Puyana, desarrolló el negocio de la construcción y aportó al crecimiento de Bucaramanga con proyectos urbanísticos de gran calado.

El abuelo, David Puyana Martínez, murió cuando yo era muy niño. Recuerdo el inmenso cariño con que la abuela, Eva Uscátegui, nos trataba. Fue muy especial y consentidora.

Mi mamá, Leonor Puyana Uscátegui, fue una mujer muy linda que representó a su departamento en el segundo Reinado Nacional de la Belleza (en Cartagena), lo que debió ocurrir a sus veinte años. Ella era un perfecto ponqué, de un trato muy amoroso y alcahueta con sus hijos, pero también era quien nos castigaba, pues bastantes motivos le dimos.

Mis papás se conocieron en Bucaramanga. Mi papá era considerado el soltero más cotizado y ella era toda una reina. Tuvieron cinco hijos: Alberto, pues soy el mayor. Gustavo, economista de Los Andes que, dentro de sus actividades, gerenció Terpel, se asoció en una empresa dedicada a la disposición de residuos peligrosos, Descont, que luego fue vendida a una multinacional. Guillermo estuvo al frente de los negocios de la Agencia de Coltejer y luego se dedicó a sus actividades personales. Eduardo se casó y se residenció en Medellín para atender los negocios de mi papá, murió en enero de 2020. Lucía Beatriz, la menor y la más consentida de la casa, sufrió de diabetes juvenil, enfermedad que le costó la vida a los treinta y tres años.

Fuimos criados con un respeto muy grande por la religión católica.

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Época de colegio

Los primeros años de estudio los adelanté en el Colegio de monjas de La Presentación. Era magnífico porque las niñas nos consentían; unas primas hermanas, algo mayores, nos buscaban en los recreos para contemplarnos.

Pasamos al Colegio del Divino Niño, donde adelantamos parte de la primaria. Fue directora de curso la señorita Herminia Serrano, que aunque muy estricta, nos brindó una excelente educación. Nos enseñó la importancia de la disciplina y la responsabilidad. Alguna vez me gané un regletazo y en ese momento recordé lo que me había comentado un amigo: ponerme un par de pestañas en la palma de la mano formando una cruz, entonces a la señorita Herminia se le partió la regla y poco me dolió el golpe.

Finalmente hicimos el bachillerato en el Colegio San Pedro, de los jesuitas.

Mi papá me ofreció estudiar en el Colegio San José de Medellín, pues realmente es una institución maravillosa, de altísima calidad y con instalaciones estupendas. Me animé, se hicieron todos los preparativos y viajé para estudiar interno. No me fue fácil despedirme de mi mamá. Al llegar a semejante inmensidad me sentí infinitamente solo, me dio mamitis, pedía permisos frecuentes para visitar a mis tíos que vivían muy cerca. A los diez días le manifesté a mi papá que quería devolverme.

Al regreso a Bucaramanga comencé en el Colegio San Pedro Claver, donde continué hasta graduarme. Disfruté inmensamente esa época de la que me quedan buenos recuerdos y anécdotas junto a muy buenos amigos y a mis hermanos que poco a poco fueron llegando. Con varios de los compañeros de graduación nos reunimos anualmente para celebrar esa fecha.

Mi papá formó parte del grupo de liberales que atendieron el llamado de Armando Puyana, Alfonso Gómez Gómez y Carlos Gómez Albarracín para crear el Instituto Caldas como una reacción a temas de orden político, dados los conflictos partidistas entre liberales y conservadores a mediados de siglo pasado, pues no era posible que los hijos de liberales ingresaran a los colegios oficiales.

El Instituto fue la base para la posterior creación de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

En la medida en que se afianzaban y lograban ofrecer los cursos de primaria y bachillerato, mi papá decidió trasladar a mis hermanos Guillermo y Eduardo, que eran los pequeños. Gustavo y yo, ya que íbamos cursando los últimos años escolares, nos quedamos en el San Pedro.

Eduardo se ganó el premio al Mejor Bachiller de Colombia, fue un estudiante muy brillante y recibió importantes incentivos.

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Universidad Javeriana

Cuando llegué a Bogotá, al comienzo, viví en una pensión para estudiantes que tenían unas santandereanas. Luego con mis hermanos logramos convencer a mi papá de que nos sacara apartamento junto con otros amigos coterráneos. Iván Osorio, pereirano y compañero de estudio en la Javeriana, se unió a nosotros en ese propósito, pero también a las fiestas.

Comencé ingeniería en la Universidad Javeriana sin haber tenido orientación vocacional. Coincidí con un primo que estudiaba arquitectura, nos visitábamos mucho y lo empecé a acompañar en sus talleres, experiencia que me permitió ver que esa era mi carrera. Hablé con mi papá, le dije que había decidido no continuar con ingeniería, que había hablado en la facultad y que me habían aceptado el traslado de carrera. Por fortuna me dijo: “En eso no voy a intervenir, pues es su futuro, es lo que usted quiere, entonces no tiene que pedirme permiso”.

Me gustó fundamentalmente el diseño, que más adelante combiné con construcción. En quinto semestre obtuve muy buena nota con el proyecto que presenté y que fue escogido por los directivos de la facultad para participar en un concurso mundial de diseño de vivienda en Praga.

En el año 66 un terremoto muy fuerte en el Huila destruyó un buen número de iglesias y casas curales. La Curia formalizó un convenio con la Javeriana para rediseñar las instalaciones destruidas. Como resultado de ello, el decano me encargó esa responsabilidad y me asignaron oficina. Recibimos la dirección de un profesor y nos apoyamos en un grupo de estudiantes de dibujo arquitectónico.

Un poco más adelante la secretaria de la facultad me pasó al teléfono cuando buscaban a un estudiante de arquitectura para diseñar una metalúrgica. Este fue mi primer trabajo de diseño con honorarios. En 1968, ya graduado, desarrollamos el proceso de construcción, lo que me exigió viajar de manera frecuente de Bogotá a Tunja.

Luego de esta experiencia me radiqué en Bucaramanga para ejercer mi profesión. Siempre me ha hecho mucha falta mi ciudad. En el desarrollo de mis actividades laborales viví en Bogotá por más de una década, pero los fines de semana iba a Bucaramanga para reunirme con mi esposa y mis hijos.

Comienzo de la vida profesional

En Bucaramanga empecé como arquitecto residente en la construcción de un edificio de apartamentos en terrenos que mi papá había adquirido. Él asignó a la Constructora Martínez Villalba su desarrollo, firma que me dio la oportunidad de practicar y aprender.

Matrimonio

A mis veintisiete años, hace cincuenta, y sin haber terminado el proceso de construcción de esta obra, me casé con Martha Muñoz Guerrero y, meses más tarde, abrí oficina propia. Una semana después de mi matrimonio mi papá murió.

Su papá

Disfrutando de nuestra luna de miel, Martha se enfermó y regresamos a Bucaramanga. Una vez se mejoró, decidimos retomar nuestro viaje, pasamos a despedirnos de mis padres y en vista de la hora mi papá nos dijo: “Muchachos, se les va a hacer tarde, mejor váyanse. No pierdan más tiempo”.

Era medio día y mi papá temía que nos cogiera la noche en la carretera. Planeamos viajar en el carro que nos habían regalado mis suegros con motivo de nuestro matrimonio. Queríamos ir a “puebliar” por Boyacá, luego en Bogotá tomar un avión y continuar. Tan pronto salimos para el viaje, mis papás y mi hermana almorzaron, mi papá se recostó a dormir su acostumbrada siesta, mi hermana lo acompañó (ella era la niña de sus ojos), hasta que sintió un leve quejido. Se volteó a mirarlo y estaba inconsciente. De inmediato lo llevaron a la clínica, pero no fue posible hacer nada. Fue una muerte muy tranquila para él, pues no se dio cuenta y no sufrió, pero fue muy traumática para nosotros.

Ante lo sucedido, empezaron a tratar de localizarnos para darnos la noticia. En Los Curos había un puesto de Telecom, llamaron, pero no contestaron porque la telefonista estaba almorzando. Cuando por fin atendió la llamada, nosotros ya habíamos pasado por ese punto. Marcaron a una persona en San Gil, que con la descripción del carro nos pudo hacer señas en el camino. El caso es que decidí no parar.

Una vez en el pueblo, un policía nos hizo detener y me preguntó:

— ¿Usted es el señor Montoya?

— Sí

— ¡Sígame!

— ¿Cómo así que sígame?

— Sí, señor. Vamos donde el comandante que tiene una razón para usted.

Como llevábamos el carro lleno de cosas, no había puesto para el policía. Avanzamos y en la Plaza Principal nos encontramos al señor que nos había dado alcance en la carretera. En esta ocasión se me acercó y gentilmente me dijo que llamara a mi casa desde su almacén. Martha se quedó en el carro y mientras fui a llamar preguntó qué ocurría. El señor le dijo: “El papá de uno de ustedes murió”.

Marqué y me dijeron:

—Alberto, devuélvase. Su papá está muy enfermo.

— ¿Qué pasó?

— No, mejor venga lo más rápido posible porque es importante que usted esté acá.

Cuando le dije a Martha que mi papá estaba enfermo, ella dedujo que había muerto su suegro.

Necesitaba ir rápido, pero como estábamos estrenando el carro no era conveniente forzarlo, pues en aquella época a los carros había que conducirlos suave hasta lograr cierto kilometraje, el suficiente para que el motor despegara. Pero le dije a Martha: “Nos devolvemos ya mismo a Bucaramanga y no voy a sacar el pie del acelerador, por favor me avisas si ves que viene algún carro”.

Hay una zona en la que la carretera parece una cuerda metida en un bolsillo, llena de curvas, bajadas, surcada por un cañón inmenso, el del río Chicamocha. En ese tiempo la carretera era muy angosta, por lo tanto, era imprescindible que Martha me ayudara a estar muy atenta.

Al llegar encontramos a la gente de corbata negra, ahí me derrumbé anímicamente y supe lo que ocurría. Fue como si me hubieran pegado una patada en la cabeza. La muerte de mi mamá fue similar, sin padecerla, pues murió de un infarto, herencia Puyana. Por fortuna mi corazón es herencia Montoya, teoría que he logrado comprobar por eventos de salud que narraré más adelante.

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Secretaría de obras públicas

Ejercí mi profesión en mi oficina de arquitecto. Participé, junto con Carlos Enrique Quijano, Eduardo de Irisarri y Raúl García, en un concurso nacional de arquitectura para escoger el diseño de la Alcaldía de Bucaramanga en el que resultamos ganadores.

Esta fue una experiencia muy interesante y enriquecedora, un ejercicio que más adelante lo vimos plasmado en la realidad.

Estaba desarrollando otros proyectos, cuando recibí una llamada del alcalde de Bucaramanga, Jorge Reyes P., pidiéndome que lo visitara. Nos reunimos en su oficina y me recibió con un periodista a quien le dijo:

— Le presento al nuevo secretario de Obras Públicas de Bucaramanga.

— Un momentico, Jorge, ¿qué está diciendo? Eso no puede ser, ¿cómo así?, le dije.

— Lo necesito en mi equipo de gobierno.

— Pero no puedo, ahora tengo compromisos profesionales adquiridos en mi oficina que exigen dedicación.

— No sé qué va a hacer. Le doy tiempo para que su oficina marche, pero lo necesito al frente de esto.

Revisé el tema de tal manera que no me llevara a incumplir como arquitecto, pero Jorge me arrinconó de tal forma que me fue imposible no aceptar. Me presentó el Plan de Gobierno en el que sacaba adelante la creación de las Empresas Públicas de la ciudad, tema que me apasiona como arquitecto, además de incluir aspectos de urbanismo y desarrollo de ciudad. Yo ya me había vinculado a estos temas desde lo cívico, cuando fui presidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos Seccional Santander.

El alcalde puso en mis manos la posibilidad inmensa de intervenir en la construcción de ciudad, por tanto, asumí el cargo, al tiempo que concluía los temas de mi oficina (hasta cerrarla). El tiempo no daba para atender los dos frentes.

Empresas públicas de Bucaramanga

Al poco tiempo, el alcalde me dijo que me requería en las Empresas Públicas como subgerente técnico. Comenzó un proceso de consolidación de temas de alcantarillado, basuras, aseo, plazas de mercado, matadero y coliseo de ferias de ganado. No incluimos el acueducto pues era propiedad privada, pero se encontraba dentro de los objetivos. Era necesario adquirirlo para resolver unos problemas geológicos que exigían una muy costosa inversión. Se debía tomar endeudamiento externo, al que no tenían acceso los privados por el requisito de garantía de la Nación.

Los problemas consistían en frecuentes derrumbes de tierra que destruían la conducción de agua desde la fuente en el río Tona hasta los tanques del acueducto de Bucaramanga, privando a la ciudad de este servicio durante apreciables períodos de tiempo.

Se comenzó la compra de acciones del Acueducto con muy lento desarrollo y fue necesaria la intervención del presidente Alfonso López Michelsen para dar inicio al macro-proyecto Ciudadela Real de Minas. Se trata de una ciudad dentro de la ciudad, que se construyó en el antiguo aeropuerto Gómez Niño, desocupado ya por su traslado a lo que es hoy el Aeropuerto de Palonegro. La adquisición de acciones se aceleró a partir del discurso del presidente López en la inauguración de la Ciudadela cuando dijo: “Me encargaré de buscar la expropiación de las acciones del Acueducto de Bucaramanga si no se genera un proceso de venta ágil”. Al día siguiente se formó una cola de interesados en vender sus acciones frente al Banco de Colombia.

Una vez comprado el Acueducto, se designó como gerente a Reynaldo Orduz Arenas, colega arquitecto, quien de inmediato se dedicó a reestructurar la empresa y a la búsqueda de crédito para la construcción del túnel, solución definitiva para la conducción del agua hasta Bucaramanga. Doce años después, Reynaldo fue asesinado por las FARC, el día en que nos preparábamos para celebrar la primera Junta Directiva en el comienzo de mi período como alcalde de la ciudad.

La disponibilidad de agua permitió que Bucaramanga y municipios circunvecinos se expandieran con desarrollos urbanísticos, como la construcción de la Ciudadela Real de Minas, entre muchos otros proyectos.

Empresas de Teléfonos

La Empresa de Teléfonos era manejada por la General Telephone mediante un contrato de administración delegada, y procedimos a estructurar el proceso de reversión del contrato para el manejo directo por parte de las Empresas Públicas.Para protocolizar el hecho, nos visitó el ministro de Comunicaciones, Jaime García Parra, quien solicitó que yo asumiera la gerencia. En consecuencia, ejecuté al mismo tiempo la subgerencia Técnica de las EEPP y la gerencia de la Empresa de Teléfonos, con una gran carga de trabajo. Procedí a dar los pasos necesarios para ampliar la capacidad de líneas telefónicas, muy escasas en ese momento, y para sacar la licitación pública para obtenerlas.

En el mes de octubre de 1976 se produjo la renuncia del gerente general de las Empresas Públicas, Neftalí Puentes Centeno, y la Junta Directiva me designó en su reemplazo, cargo del que no alcancé a tomar posesión.

Gobernador de Santander

A raíz de mi nombramiento como gerente de EEPP, estaba atendiendo la visita de una pareja de amigos en mi apartamento, quienes fueron a felicitarme. De repente llamaron a la puerta. Se trataba de un hijo del alcalde para decirme que el presidente de la República me estaba buscando y que esperaba mi llamada.

Me pregunté para qué podría estar buscándome, no lo encontré lógico. Fue tal mi impresión que se me grabó el número al que debía llamar: 812020. Le comenté a Martha, pero no a mis amigos, y me encerré en la habitación. Contestaron del Palacio de San Carlos, me identifiqué e inmediatamente me pasaron al presidente:

— Lo estaba buscando porque quiero que usted sea el gobernador de Santander.

— Presidente, ¿usted está loco? Soy una persona muy joven, tengo treinta y dos años, y ese es un cargo muy delicado.

Conversamos muy largo, me comentó que quería un gobernador liberal, me convenció y acepté. Pero me pidió no comentar absolutamente nada. Me explicó:

— Cuando en política se conoce un nombramiento previo a la firma del decreto, se atraviesan y se daña. Hacia las once de la mañana tendré firmado el decreto. Lo espero en Bogotá.

Permanecí sentado en mi habitación pensando en qué lío me había metido. Entró Martha y me encontró blanco, lívido, completamente pálido. Me preguntó qué sucedía, le conté muy brevemente advirtiéndole que no podíamos comentarlo y que hablaríamos una vez se fuera la visita. Cuando así ocurrió, llamé a mis hermanos, uno de ellos, dormido, me colgó y segundos más tarde marcó y luego llegó a mi apartamento. El otro de inmediato se presentó con licor en mano para celebrar.

A las siete de la mañana tenía reunión en Empresas Públicas para comenzar a coordinar la labor, pero antes me detuve en la casa de mi mamá para que no la cogiera de sorpresa la noticia.

Atendí la reunión de coordinación de trabajos en las EEPP sin mencionar nada del nombramiento y a las diez de la mañana me fui para la oficina de la gerencia de Teléfonos. Allí me encontré con la llamada de un periodista de Caracol, cuando lo dirigía Yamid Amat. Me dijo que Yamid le había contado que yo era el nuevo gobernador del departamento. Tuve que negar esa afirmación, pero el periodista confirmó que Yamid había visto el decreto. Me insistió hasta pedirme que lo recibiera en mi oficina.

Como eran las once y media de la mañana, me animé a confirmar. El periodista me pidió prestado el teléfono, interrumpió la transmisión de la emisora y dio la primicia. Con ello comenzó una loca carrera de acontecimientos: llamadas, visitas, reuniones, flores, abrazos, entrevistas, en fin, muchas manifestaciones de amistad y júbilo.

En efecto, el decreto ya estaba firmado, preparé mi viaje para reunirme con el presidente y empecé a conformar mi gabinete. En la reunión, el presidente trazó sus directrices, pero me dio total autonomía para seguirlas.

Cuando le consultaba sobre temas de trascendencia, como el presentado en Barrancabermeja con Ecopetrol por las huelgas de la USO, aportaba con sus lineamientos. Había nombrado un alcalde militar en Barrancabermeja para hacerle frente a la delicada situación que se vivía. Recuerdo que la primera reunión que tuve como gobernador, a las siete de la mañana de mi primer día, fue con ese alcalde. Logramos salir adelante con la ayuda del presidente, del gobierno central y del Ejército.

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Se debía cumplir con la milimetría producto de los acuerdos del Frente Nacional. Así lo hicimos y avanzamos en un buen número de soluciones que resolvieron las necesidades de, en ese entonces, los ochenta y dos municipios, lo que es muy complejo dada la difícil topografía montañosa de Santander. Apenas si se contaba con un helicóptero que llegaba a la Quinta Brigada del Ejército, pues por lo general los desplazamientos eran por tierra.

Se adquirió maquinaria amarilla para construcción y mantenimiento de vías secundarias, se brindaron soluciones en salud, educación y varios frentes más. En general, obtuve muy buenos resultados y dejé un legado importante.

Estuve al frente del cargo hasta que terminó el gobierno de López, lo que ocurrió en agosto de 1978. Durante ese tiempo congenié muy bien con el presidente, nos hicimos muy buenos amigos y cuando terminó su período atendió numerosas consultas que le hice, con respuestas y consejos llenos de sabiduría. Nos hicimos compañeros de golf y me invitaba a la celebración de sus cumpleaños, en los que le organizaban torneros, premiaciones y agradables fiestas. Cuando gané el título de Mejor Alcalde de Colombia, me abrumó organizando un torneo en mi honor.

Alfonso López Michelsen

Del presidente López puedo decir que era una excelente persona, con una inteligencia superior, gran capacidad de liderazgo y ejecución, estudioso de los problemas del país, buen lector, con un manejo impecable del idioma y poseedor de un gran feeling político.

Creía en las posibilidades de los jóvenes y los estimulaba. Me lo demostró con temas que me pidió atender. Como director del Partido Liberal, conformó un equipo de nueve jóvenes con quienes se reunía con frecuencia y les asignaba una serie de tareas.

Alguna vez me manifestó tener un problema político en Medellín con Bernardo Guerra, Álvaro Uribe y otros, y me pidió afrontarlo y solucionar semejante lío. No hubo poder humano de generar solución alguna, pues Álvaro Uribe se mantuvo inamovible en sus convicciones.

Alfonso Gómez Gómez

En el cargo me sucedió Alfonso Gómez Gómez, un hombre de una honestidad y de unas características personales ejemplares. Fue ministro de Estado en repetidas ocasiones, embajador de Colombia en China, Unión Soviética y Uruguay, así como parlamentario. Fue una persona a la que admiré y respeté, pues siempre tuvo muy clara su función de servicio a la comunidad, sin esperar recompensa económica a cambio. Fue uno de los fundadores del Instituto Caldas y de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

Cuando estaba finalizando mi período en la gobernación, Alfonso Gómez Gómez me visitó para ofrecerme la rectoría de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB). Le agradecí inmensamente, pero había decidido tomarme un tiempo de descanso y al regreso revisar opciones.

Así ocurrió. Nuevamente recibí su llamada, nos reunimos y me contó en detalle el tema de la Universidad, que en ese momento era Corporación Universidad Autónoma de Bucaramanga. Dejé las otras propuestas a un lado y acepté la rectoría, de la que tomé posesión en enero de 1979. Durante mi administración crecimos en número de programas y en la calidad de los mismos, en número de alumnos, en planta física, y pasamos a ser universidad, con el cumplimiento de los requisitos de ley.

Su sede es bellísima, está inmersa en un bosque. Participé como arquitecto en su diseño. Armando Puyana Puyana, gerente de la Urbanizadora David Puyana, le vendió a la institución, a muy bajo precio, unos terrenos en la parte alta de Bucaramanga, en Cabecera del Llano, para la construcción de sus instalaciones. Actualmente cuenta con sedes satélites.

Desde la educación es perfectamente factible e indispensable lograr resultados con los que una ciudad pueda llegar a ser más fuerte y competitiva. Una muy buena formación de los alumnos repercute en el desarrollo del ejercicio profesional de los jóvenes. El colaborar desde esta posición, donde las posibilidades de mejora siempre se están dando, genera satisfacciones enormes. Sobre esta base se realizaron fructíferos convenios con las universidades Externado de Colombia, Javeriana y Andes.

Formé equipo con Alfonso Valdivieso, quien me acompañó desde mi paso por la gobernación como mi secretario privado. En la UNAB fue Director de Planeación y luego Vicerrector Administrativo, hasta que Luis Carlos Galán, su primo hermano, lo invitó a integrar sus listas para la Cámara de Representantes, en las que continúa vinculado como corporado.

Permanecí en el cargo hasta el momento en que tomé la decisión de postularme a la alcaldía en enero de 1988.

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Gremios

Combiné la rectoría con mi oficina privada de arquitecto, algo acordado con las directivas, pues tenía una serie de compromisos profesionales, pero quedé embebido totalmente en el nuevo cargo.

También presidí la Sociedad Colombiana de Arquitectos en repetidas oportunidades, propicié la creación del Comité de Gremios de Santander y de Prosantander, organismo conformado por empresarios para impulsar procesos y proyectos de desarrollo para el departamento, entidad de la que fui su primer director. Todas estas actividades me permitieron estar vinculado a temas cívicos.

Alcaldía de Bucaramanga

La actividad cívica me ayudó a mantener una alta recordación y reconocimiento en la ciudad, de tal suerte que cuando se dio la posibilidad de elegir por primera vez a los alcaldes y de presentarme a elecciones, Luis Carlos Galán, Alfonso Valdivieso, Horacio Serpa Uribe y Alfonso Gómez Gómez propusieron lanzarme como candidato.

Para ese momento a Horacio apenas le estaba comenzando a salir el bigote, había hecho política en Barrancabermeja, estaba entrando fuerte en Santander, pero todavía manejaba un movimiento político incipiente, aunque en crecimiento.

Políticamente, Santander estaba manejado por un grupo liberal muy fuerte, contundente, que era la Confederación Liberal de Santander, dirigida por Eduardo Mestre, Rodolfo González García (contralor General de la República en ese momento), Tiberio Villarreal, José Luis Mendoza y Norberto Morales Ballesteros. Conversé con Mestre y su respuesta fue que su grupo político era muy fuerte y tendrían candidato propio.

Mi candidatura tuvo el apoyo de Galán, Serpa, Alfonso Gómez Gómez y, más adelante, de otros grupos más pequeños. Esta alianza representaba una minoría, políticamente hablando. Alfonso Gómez Gómez dirigía el Oficialismo Liberal, disidencia del liberalismo; Luis Carlos Galán era la cabeza del naciente Nuevo Liberalismo y Horacio Serpa estaba en el FILA, comenzando su expansión en Santander. Aunque eran grupos políticos pequeños, teníamos ganas en abundancia y con gran entusiasmo trabajamos casi que día y noche, durante los cortos meses de campaña.

El sentido común me permitió definir con rapidez programas prioritarios para la ciudad y planteárselos a la comunidad sin hacer uso de populismo ni de obras irrealizables que pudiesen despertar ánimo en los votantes.

Con el intenso trabajo que desarrollamos, en el que me acompañó mi esposa Martha, el impacto de los planteamientos, así como el lema de “Montoya sí trabaja”, nos generó el impulso y la fuerza necesaria para triunfar en las elecciones por un estrecho margen de 804 votos. Mis contendores fueron Emilio Suarez Clavijo, candidato de la Confederación Liberal de Santander y segundo en votación, y Carlos Plata Castilla, candidato conservador.

Conformé un excelente equipo de trabajo equilibrado entre las fuerzas políticas que me apoyaron, pero con la claridad de que gobernaríamos para todos por igual. Este grupo me acompañaron durante los dos años de gobierno, tiempo establecido como período para los alcaldes.

Políticamente, quienes me apoyaron para llegar a la alcaldía nunca me hicieron exigencias. Esto me permitió trabajar por la ciudad con autonomía. No tuve las mayorías de mi parte en el Concejo, aspecto que implicó un esfuerzo adicional de trabajo hasta que, convencidos de las bondades de los esfuerzos de la administración, apoyaron muchos proyectos.

Encontramos un grupo de planes y diseños de obras estructurados en anteriores alcaldías, como las de Carlos Virviescas Pinzón y Plinio Silva Marín, y los pusimos en ejecución junto con los planteados en campaña. Nos dimos a la tarea de conseguir los créditos necesarios, desarrollamos inversiones en educación, salud, recreación e infraestructura de vías, acueducto, alcantarillado, energía eléctrica y generamos una muy grande y positiva transformación de la ciudad.

Conté con un equipo de trabajo sin ambiciones políticas, sino cívicas, que gestionó en pro de la comunidad, conscientes de que cuando se usa lo público como trampolín para alcanzar otras posiciones, las prioridades cambian, los planes no funcionan y el avance de lo propuesto deja mucho que desear. Trabajamos por la ciudadanía con extraordinarios resultados: la consultamos, la tuvimos en cuenta y la vinculamos en obras, como el cuidado de los parques aportando al embellecimiento de la ciudad. También comprometimos al sector privado que, desde sus empresas, se encargó de su mantenimiento.

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Logramos generar espacios públicos agradables y seguros. Peatonalizamos la calle 35 en el centro de la ciudad, que implicó desbaratarla, reconstruir las redes de acueducto, alcantarillado, las telefónicas y de energía eléctrica, para luego construir la zona peatonal arborizada, con amoblamiento y señalización urbana de alta calidad.

Estas obras tuvieron muy buen recibo por parte de comerciantes, sector financiero y ciudadanos. Lamentablemente, con el pasar de los años y la desidia de las administraciones municipales, fue invadida por los vendedores ambulantes, pese a que habían sido reubicados en un edificio adaptado para ello y otros sitios específicos.

Fuimos muy eficientes y efectivos en los procesos administrativos: eliminamos trámites innecesarios y recortamos trescientos cargos que se habían creado para pagar favores políticos. Hicimos de la Alcaldía un ente muy ágil en trámites, lo que permitió brindar excelente atención a los ciudadanos. Para desarrollar las obras, se concentró el liderazgo en un gerente experto en procesos de licitación con manejo transparente y agilidad en los pagos y en los resultados. Los contratistas plantearon precios más bajos, basados en la agilidad y prontitud con que se les hacían los pagos de actas de obra, lo que redundó en economías y optimización de los recursos públicos. De los presupuestos de cada obra, empezó a sobrar dinero y los excedentes que se generaron se destinaron a una bolsa para financiar otras nuevas. Algunos contratistas manifestaron que preferían contratar con la alcaldía, pues los pagos eran más ágiles que con los privados. Esto jugó a nuestro favor en el propósito de transformar la ciudad.

Fue un período de tan solo dos años, pero con tan buenos resultados que nos permitió participar en el concurso de El Tiempo, Caracol y otras entidades que premiaban a los alcaldes con mejor desempeño en Colombia. Estos eran divididos en tres categorías: de ciudades grandes, medianas y pequeñas. El jurado calificador me escogió y me premió como el “Mejor Alcalde de Colombia” en la categoría de ciudades grandes. Sin duda, este premio benefició a la ciudad. Además, destaco como algo muy positivo el hecho de que mi sucesor en la alcaldía, Alfonso Gómez Gómez, también concursó y ganó.

Cámara Colombiana de la Construcción

Una vez culminó mi período, recibí varias propuestas, entre ellas la de presidir la Cámara Colombiana de la Construcción (CAMACOL), oferta realizada a través de Rafael Marín Valencia, presidente de Marval, la constructora más grande de vivienda en Colombia, quien me propuso ante la Junta Nacional.

Asumir esta posición me obligó a trasladarme en familia para Bogotá cuando mis hijos estaban en etapa escolar. Comenzó un nuevo proceso: buscar vivienda y colegios. Alquilé una casa en la 127 con décima, donde fuimos vecinos de Pacho Santos cuando ocurrió su secuestro. Permanecimos allí por corto tiempo, hasta que nos trasladamos a un apartamento por la vía a la Calera.

Sofía entró al Gimnasio Femenino, Juliana al Marymount, Juan Felipe al CESA y culminó sus estudios profesionales de Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. A propósito, Juan Felipe acaba de ser galardonado por el Diario La República como Ejecutivo del Año en la zona oriente, en su cargo de presidente de Incubadora Santander, Huevos Kikes.

En Camacol llevamos a cabo numerosas actividades, entre ellas un congreso internacional muy exitoso. Así sumamos una serie de recursos muy importantes para invertir en la nueva sede para la presidencia de la entidad ubicada al norte de Bogotá, pues sus oficinas quedaban en la décima con calle veinte.

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Congreso de la República

Coincidió este tiempo con la Asamblea Nacional Constituyente, en el gobierno de César Gaviria. Uno de los efectos de la Constituyente fue la revocatoria del Congreso de la República y la convocatoria a elecciones para reemplazarlo. Entonces, me invitaron a encabezar la lista para el Senado, dado que quienes habían propiciado mi candidatura a la alcaldía estaban inhabilitados: Serpa por haber sido uno de los presidentes de la Constituyente, Alfonso Valdivieso por estar desempeñándose como ministro de Educación, Alfonso Gómez Gómez por su condición de alcalde de Bucaramanga y a Luis Carlos Galán lo habían asesinado.

Esta propuesta no era llamativa para mí porque me había desempeñado en lo ejecutivo, en lo público y en lo privado, pero no en lo legislativo, no tenía experiencia alguna, pues ni siquiera había sido concejal. Después de varias discusiones y de analizar bien el argumento de que políticamente no se debían desperdiciar los resultados de la Alcaldía, renuncié a Camacol para dedicarme a hacer campaña. Sin duda, la alta recordación y el buen nombre que generó mi paso ese cargo, y el haber sido galardonado como el mejor del país, me despejó el camino.

Era la primera vez que las elecciones para el Senado captarían votos a nivel nacional, no solamente departamental, y obtuve la mayor votación liberal en Colombia, captando la votación de lugares muy remotos que ni siquiera había visitado. La campaña costó alrededor de cien millones de pesos. Como dato curioso, tanto en esta campaña como en la de la alcaldía sobraron recursos, aun cuando viajé por varias ciudades del país y se hizo publicidad radial.

Una vez posesionado, sentí una gran frustración al ver la lentitud de los procesos, la poca ejecución, los muchos alegatos y debates sin efectos aparentes. A la fuerza entendí el significado de parlamento, que no es otro que hablar y hablar. A pesar de que presencié y participé de numerosos buenos debates, tomé la decisión de que por ningún motivo volvería a presentarme a elecciones para el Congreso, no me sentí a gusto ni identificado.

Pero también tuve numerosas experiencias positivas, como la de presidir la Comisión Segunda y, por designación de la plenaria del Senado, la de formar parte de la Comisión de Relaciones Exteriores (encabezada por el presidente de la República, el canciller y los expresidentes), la de escuchar a Carlos Lleras Restrepo con muy aterrizados planteamientos y a Alfonso López Michelsen con sus sesudos y acertados comentarios.

En esta comisión se abordaron temas delicados en extremo, con la claridad de que no podían salir a conocimiento público.

Alcaldía de Bucaramanga

Aspiré nuevamente a la Alcaldía de mi ciudad, en esta ocasión sin el apoyo de Horacio Serpa, quien ya tenía su candidato. Encabezaba encuestas con amplia ventaja, pero no logré la votación. Colaboré en la campaña a la Presidencia de Ernesto Samper, con quien tengo una amistad desde que él hacía parte de la junta de Telecom y yo era gobernador de Santander. Compartí oficina con Guillermo Perry y entre las tareas que asumimos estuvo la de evaluar algunas posibilidades para la construcción del Metro de Bogotá, hasta presentar una propuesta de solución.

Financiera Energética Nacional (FEN)

Luego del fallido intento de llegar nuevamente a la Alcaldía de Bucaramanga, el presidente Samper me designó en la presidencia de la Financiera Energética Nacional (FEN), banco de segundo piso que manejaba un nivel de recursos enorme. El haber estudiado finanzas me calificó para este cargo, en el que permanecí durante cuatro años hasta finalizar el período del presidente Samper.

La inmensa ventaja de esta institución es el poder contar con un manejo aislado de la política, pero también conté con un magnífico equipo de trabajo, totalmente técnico, y una Junta Directiva de lujo, presidida por el ministro de Minas y Energía.

Su finalidad era la de facilitar recursos de crédito a proyectos energéticos en un momento en el que el país estaba pasando por una emergencia de suministro, pues se basaba fundamentalmente en energía hidráulica. El fenómeno del niño propició un desabastecimiento que llevó a drásticos racionamientos. Era necesario desarrollar generación de energía de respaldo basada en gas y carbón, lo que promovió varios proyectos privados.

Los requerimientos de crédito de estos proyectos eran cuantiosos, varios cientos de millones de dólares. Para la financiación de cada proyecto se estructuraban, con la asesoría de bancas de inversión extranjeras, emisiones de bonos que se colocaban a nivel mundial, con muy positivos resultados, basados en la calificación de riesgo AAA con grado de inversión. Estas operaciones se hacían de la mano de Ministerio de Hacienda.

Alguna vez alguien me dijo que debería renunciar como protesta por el Proceso 8.000, lo que consideré un acto de altísima irresponsabilidad por la cantidad de proyectos que adelantábamos en la Institución. No era viable generar semejante crisis al interior de una entidad que le estaba sirviendo al país de una manera tan importante, con tanto impacto y trascendencia desde lo técnico.

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Campaña presidencial Álvaro Uribe Vélez

Leí en El Tiempo la noticia en la que mencionaban que Álvaro Uribe aspiraba a la Presidencia de la República, entonces decidí llamarlo (había sido vecino de pupitre en el Senado).

Alguna vez coincidimos en un evento internacional en Bogotá en el que nos pidieron que compartiéramos nuestras experiencias en la Gobernación de Antioquia y en la Alcaldía de Bucaramanga. Al finalizar nuestras intervenciones, le dije a Álvaro Uribe que me gustaba el trabajo que estaba adelantando: “He seguido su labor y me parece muy interesante. Le quiero decir que el día que decida lanzarse como candidato a la Presidencia, estoy dispuesto a cargarle ladrillo”. En la llamada le ratifiqué mi voluntad de acompañarlo y apoyarlo, lo que fue de muy buen recibo. Le ayudé a organizar Santander y sumamos gente con la que abrimos sede de campaña.

Un poco más adelante me invitó a Bogotá para que le colaborara en la campaña nacional. La oficina estaba ubicada en la carrera 15 con calle 104, a la que no iba casi nadie. Gestionamos contactos y en esa medida empezó a llegar gente. Luego me nombró jefe de debate. Como él quería una jefatura amplia, entonces participamos cuatro personas. La situación comenzó a cambiar en la medida en que fue tomando fuerza su iniciativa, así como lo hicieron sus principios, planteamientos, declaraciones y convicciones, encaminada a la necesidad de darle un positivo vuelco al país haciendo mucho énfasis en la seguridad.

En una rueda de prensa celebrada en un hotel del norte de Bogotá, posterior a una pequeña reunión que sostuvimos, me invitó a que lo acompañara y allí me enteré del buen resultado en las encuestas, pues las iba encabezando. Me uní a su campaña cuando figuraba por debajo del 2%, creció con velocidad y consistencia.

El día de las elecciones, viajé a mi ciudad para votar por él. A mi regreso organizamos una reunión de mucho impacto para escuchar los resultados de los diferentes rincones del país y celebrar, sin licor, el anuncio de su triunfo. Me llamó muchísimo la atención el que no se tomara un solo trago. Alguna vez me dijo: “Hace unos años, con mi afición a los caballos, me tomaba algunos aguardienticos hasta que resolví no hacerlo. Necesito estar lúcido en función de mis responsabilidades.

Instituto de Fomento Industrial (IFI)

Me fue ofrecida la presidencia del Instituto de Fomento Industrial (IFI) sobre una base. El presidente Uribe me dijo: “Alberto, vas a desarrollar el proceso de liquidación del IFI y necesitamos en el entretanto desarrollar una acción muy importante ayudando a pequeños empresarios a crecer”.

Asumí las funciones en una labor dual: por un lado, se adelantaba el proceso de liquidación y, por el otro, se impulsaban las PYMES, hasta finalizar con éxito la liquidación.

Banco Granahorrar

Álvaro Uribe me invitó a ocupar la presidencia del Banco Granahorrar. Estaba en manos de Fogafín, entidad que lo intervino a raíz de la crisis económica profunda que sufrió el país a finales de los noventa y que impactó seriamente al banco con problemas de liquidez muy fuertes, que pusieron en peligro los recursos de los ahorradores. La clara misión definida por el presidente fue la de crearle valor para poder venderlo en buenas condiciones.

Gracias a mi vínculo estrecho con los constructores, otorgamos crédito financiando varios de sus proyectos, una tarea nada fácil al comienzo, pero fui generando confianza y atrayéndolos. Paulatinamente, el Banco se fue posicionando en el mercado financiero, se incrementaron los ahorradores, los cuentahabientes y los créditos, hasta que Fogafín consideró oportuno iniciar el proceso de venta.

Una banca de inversión lo valoró en $340 mil millones de pesos. Antes de que saliera a venta, en una reunión en el Consejo de Ministros, en la que participaron el presidente Uribe, el director de Fogafín, el ministro de Hacienda, la Superbancaria y Planeación Nacional, se pusieron sobre la mesa los múltiples aspectos analizados para llegar al precio base para el remate. Manifestaron todos sentirse a gusto, pero cuando el presidente Uribe pidió mi opinión les dije: “Creo que está muy bajo”. Me lanzaron miradas de sorpresa, pero con el tiempo demostré que tenía razón.

Se inscribieron varios bancos a la puja del remate: Davivienda, BBVA, Banco de Bogotá y algún otro. Comenzaron a ofertar en sobre sellado. Por supuesto se daba un tiempo para abrirlas, analizarlas y publicarlas dentro de la misma sesión. Los que mejor ofertaron fueron Davivienda y BBVA, que siguieron adelante con el proceso. El precio final, después de varias pujas, fue de $980 mil millones de pesos, ofrecido por el BBVA. Con esto se demostró su verdadero valor.

Esta historia contiene una anécdota. Antes de iniciar la puja, un grupo importante de periodistas económicos de varios medios de comunicación organizaron una apuesta en la que participé con los cincuenta mil pesos que valía el puesto, y mi cifra fue cercana a los novecientos mil millones, sobrepasando de lejos a los demás apostadores. Comentaron que la mía era muy optimista, pero gané.

Semanas después, luego de las reuniones de empalme, hice entrega de la Presidencia del Banco.

Casa en Bucaramanga

Regresé a mi ciudad, donde me concentré en la construcción de mi casa revisando planos, puliendo diseños e iniciando obra. Recibí varias propuestas de trabajo en Bogotá, incluso en una embajada, pero nada podía superar la dicha de estrenar y disfrutar la que en adelante sería mi residencia en Ruitoque.

Para este momento, el presidente Uribe planteó la reelección y me pidió su apoyo que, por supuesto, le brindé. Nuevamente le estructuré toda la campaña en Santander, donde obtuvo un amplio triunfo, dado que el uribismo es fuerte en nuestro departamento.

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Rectoría Universidad Autónoma de Bucaramanga

Terminado ese proceso, me ofrecieron nuevamente la rectoría de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Con Gabriel Burgos existe una anécdota curiosa. Era el rector encargado cuando tomé posesión, entonces continuó como decano de la Facultad de Derecho. También fue quien me reemplazó en la rectoría cuando renuncié para aspirar a la Alcaldía. A mi regreso, en esa segunda etapa, le recibí nuevamente la rectoría y él fue designado por el presidente Uribe como viceministro de Educación.

Frente al cargo, fortalecí la internacionalización de la universidad, establecí convenios con universidades de España, Alemania, Francia, República Checa, México, Perú, Argentina, así como propicié intercambios y programas de posgrados en maestrías y doctorados.

De esta internacionalización quiero destacar tres convenios muy activos: el primero con el Instituto Tecnológico de Monterrey (TEC) para el desarrollo de programas virtuales con tecnología y metodología muy avanzada. En el camino de la virtualidad, la UNAB lleva veinticinco años con programas propios y con otras universidades. En segundo lugar, los programas “duales” con Alemania con resultados muy satisfactorios en la demanda de profesionales, pues los egresados han tenido magníficos resultados en las empresas. Y la intensa y fructífera actividad con la Universidad de Alcalá, de España, institución que cuenta con más de cuatrocientos años de fundada y con la que se han desarrollado maestrías, doctorados y estancias de profesores y alumnos.

También fortalecimos el área de ciencias de la salud, de la mano de la Fundación Oftalmológica de Santander (FOSCAL), clínica Carlos Ardila Lulle. Este es el centro de actividades que involucra un complejo médico de grandes proporciones con necesidad de ampliación de espacios físicos y escasez de posibilidades de expansión. Se encontró una opción basada en un terreno de propiedad de la universidad frente a las instalaciones físicas del programa Ciencias de la Salud, lugar donde se construyó FOSUNAB FOSCAL INTERNACIONAL, proyecto de inmensas proporciones en el que tanto el personal médico como administrativo es de lujo. Se armó una zona franca que permitió la importación de equipos médicos con tecnología de punta, con una inversión muy importante.

Actualmente, con la pandemia, la situación de las universidades ha cambiado. El manejo de la virtualidad ha hecho que áreas que eran imprescindibles ahora estén ociosas y que seguramente cambiarán su naturaleza.

Buena parte de la universidad está ubicada en medio de un bosque colmado de ardillas y variedad de pájaros. Como la oficina de rectoría se integra con el exterior, en una mesa auxiliar, localizada cerca de la mesa de juntas, coloqué un recipiente con azúcar que atrajo a los mieleritos, especie que abunda. En las cafeterías de los estudiantes persiguen el azúcar de los tintos. Al comienzo llegaban de forma tímida, pero al comprobar que estarían a salvo, invadieron la oficina. Amenizaban nuestras reuniones, experiencia que generó fascinación entre mis invitados. Además, usaban de piscina mi vaso de agua y en él se bañaban.

Red de Universidades de Santander (UNIRED)

Presidí por un buen número de años la Red de Universidades de Santander (UNIRED), conformada por trece instituciones universitarias, encabezadas por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, la Industrial de Santander, Santo Tomás, Pontificia Bolivariana, UDES y otras más. Nos integramos para permitir que alumnos de cualquiera de las universidades pudieran nutrirse de las ventajas que brindan las otras vinculadas, especialmente en el uso de las bibliotecas. Trabajamos muy mancomunadamente y con mucha armonía.

Sumados los dos períodos: completé veintiún años al frente de la rectoría. Había promovido, junto con el presidente de la Junta Directiva y unos miembros de ella, un código de buen gobierno que establecía una serie de topes en edades para los distintos cargos. Sobre esa base y para dar ejemplo, lo cumplí sin recelos. Me retiré a finales de 2019.

Vanguardia

Estoy dedicado a mis negocios y a actividades personales, como jugar golf y escribir unas columnas quincenales con planteamientos sobre la ciudad y el departamento para el diario Vanguardia. Mi motivación es el amor profundo que siento por Bucaramanga y por Santander, pues allí nací, crecí, me desarrollé y es el lugar en el que vivo. Es mi forma de retornarle a mi tierra algo de lo que he recibido.

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Salud

En enero de 2016 tuve un problema de vesícula y tuvieron que practicarme una cirugía de urgencia. Mi vecino, Virgilio Galvis Ramírez, consuegro y creador de la FOSCAL, hacia las nueve de la noche y ante el intenso dolor que estaba sintiendo, nos acompañó hasta urgencias de la clínica, me atendieron con rapidez y luego de algunos exámenes encontraron que el problema lo generó un cálculo expulsado por la vesícula en dirección al páncreas. Estoy anticoagulado por un problema de arritmia cardíaca, tema tratado en un hospital de Houston, donde me hicieron una ablación para corregirla.

Luego de la cirugía, me condujeron a la Unidad de Cuidados Intensivos y allí, en proceso de observación, mis signos vitales empezaron a caer y encontraron que tenía el estómago lleno de líquido, síntoma que alarmó a los médicos porque llevaba varias horas sin ingerir nada. Me llevaron nuevamente a una sala de cirugía y encontraron que las paredes del estómago estaban manando sangre. Perdí más de cuatro de los cinco litros de sangre que el organismo tiene, aspecto muy grave porque el corazón se infarta cuando se da una pérdida de sangre de esas proporciones. Por fortuna eso no ocurrió, lo que me reconfirma que mi corazón es herencia Montoya y no Puyana.

Para acabar de completar, cuando el páncreas se sintió asediado por el cálculo, generó problemas en órganos vecinos, especialmente en los pulmones. Estos se inflamaron y se produjo una grave falla respiratoria. En la sala de cirugía me hicieron transfusión de sangre para reemplazar la que había perdido, pero mis signos vitales se vinieron abajo con rapidez y entré en paro cardíaco, del que me lograron sacar. Al poco tiempo entré por segunda vez en paro. Luego de intensos esfuerzos, los médicos me trajeron nuevamente a la vida. Supongo que de algo ayudó mi terquedad.

De todo esto no tengo recuerdo alguno, pues para propiciar mejoría y superar la inflamación de los pulmones, me indujeron en coma profundo, me intubaron y me conectaron a un respirador mecánico al tope de velocidad. En mi memoria, tengo varios días perdidos. El médico me explicó después que el respirador iba a tal velocidad que, haciendo el símil con un vehículo desplazándose a 120 kilómetros por hora, era como sacar la cabeza por la ventana y respirar frente al viento. Aun así, el ingreso de aire a los pulmones era muy bajo.

Cuando empezaron a devolverme a un estado más consciente, me di cuenta de la dificultad para respirar, lo que me generó una angustia muy grande y pesimismo por la continuidad de mi vida. Martha y yo habíamos conversado en días anteriores y nos comprometimos a que el día en el que estuviéramos enfermos, sin solución, no permitiríamos que nos mantuvieran conectados artificialmente. Ella velaría por mí y yo por ella. Ese pacto lo sellamos.

Al sentirme ahogado, intubado y muy angustiado, consecuencia de la medicina empleada para inducirme el coma, de alguna forma le dije al oído a mi esposa el apellido del médico que nos desconectaría en una situación como la que estaba sufriendo. Martha salió corriendo, encendió las mangueras de las lágrimas y les dijo a las hijas: “¡Su papá se quiere morir, quiere que lo desconecten!”. Me visitó Virgilio Galvis y también le mencioné el mismo apellido. Salió desconcertado y le dijo a Martha: “Alberto está desvariando. ¿Por qué mencionó este apellido?”. Le explicó y se aterró a tal grado que no quiso volver a entrar a visitarme para evitar que le insistiera en ese cometido.

Al día siguiente llegó Juan Felipe y me dijo: “Papi, estás empezando a mejorar, muy levemente, pero sí se está presentando ese proceso. Tengo que viajar hoy y regreso dentro de tres días. Dame ese tiempo y si en ese momento te sigues sintiendo mal, yo mismo me encargo de decirle al médico que te desconecte”. Le hice señas asintiendo. Luego pensé en lo que había hecho, pues ese tiempo era una eternidad para mí porque me estaba ahogando.

Pedí a las enfermeras que me sedaran, pero los médicos habían indicado que no podían aumentar la dosis, sino que, por el contrario, debían ir sacándome del coma para, además, disminuir la angustia. La única forma de vencerla era despertándome de manera gradual. Decidieron engañarme. Cada vez que pedía ser sedado, movían frascos y otros elementos, yo juraba que lo estaban haciendo y me quedaba dormido de inmediato. Despertaba ahogado, solicitaba ser sedado y repetían la acción. Cuando regresó Juan Felipe me encontró mejor y con deseos de vivir.

En la UCI permanecí quince días, cinco o seis de ellos en coma, y una gran cantidad de amigos y, por supuesto, mis hermanos, mi familia, estuvieron muy pendientes de mi estado de salud. Le pedí a Martha que me grabara en video para comentarles como estaba y que ya me empezaba a sentir mejor, como también para agradecerles el haber estado tan pendientes. Que varios grupos de personas promovieran cadenas de oración en diferentes partes del país y en el exterior, me generó una gran cantidad de energía, fortaleza y ganas de vivir. Fue algo muy positivo.

Estuve en casa con los cuidados de la clínica y en terapias intensivas. Durante los quince días siguientes me fui recuperando a una velocidad impresionante. Tuve que aprender a caminar de nuevo, porque los músculos después de cuarenta y ocho horas de quietud empiezan a perder masa, el equilibrio también se pierde. Al mes ya iba a la oficina, aunque con tanque de oxígeno, pero esa actividad me hacía sentir mejor.

Confieso que celebro dos cumpleaños, porque volví a nacer. En este momento tengo ya cinco años cumplidos.

Reflexiones

¿Qué es el tiempo en su vida?

Es un lapso que, bien aprovechado, genera muchas realizaciones y satisfacciones. En estos momentos estoy viviendo tiempo gratis, estoy viviendo horas extras. Desde hace cinco años el tiempo se me ha convertido en algo delicioso, disfruto cada segundo nuevo que vivo. Mis primeros setenta y dos años los aproveché bien, pues pude hacer una gran cantidad de cosas que me han generado satisfacción. Lamento la muerte de mis papás y de mis dos hermanos, he tenido dificultades, pero me enfoco en lo positivo.

¿Cuál es su mayor tesoro?

Toda mi familia: mi esposa, mis hijos, mis nietos. La “enciclopedia del ridículo” me la enseñaron los nietos, me la aprendí toda y le he agregado fascículos. Las caricias y los juegos con un nieto no tienen comparación.

¿Qué manejo le da a la frustración?

Más empuje, no me echo para atrás. Soy muy terco, lo que de malo no tiene nada, por el contrario, me ha generado situaciones que luego se han convertido en temas muy positivos. Si algo me sale mal, busco la forma de enderezarlo.

¿Se es libre en política?

Hacer parte de la vida pública de la ciudad me generó un reto sumamente grande, cuando no tenía vinculación política activa de ninguna clase, tan solo era liberal porque lo aprendí de mi papá y compartí sus ideales. Sobre esa base desarrollé mi trabajo, sin compromisos, sin una directriz política que se convirtiera en órdenes. Esto me permitió absoluta libertad y obrar con convicción por mis retos.

Hábleme de su gusto por los animales.

Heredé el inmenso amor de mi mamá por los animales: perros, gatos, loros, pájaros. Si bien a mi papá le gustaban, mi mamá era algo fuera de lo normal.

Antes de comenzar la campaña a la alcaldía, tuve por mascota a una boa constrictor que dormía en la cama de Juan Felipe buscando el calor de su cuerpo y se acomodaba entre el colchón y el lateral. Cuando me la regalaron medía ciento diez centímetros, es decir, era muy pequeña. Vivió once años con nosotros, durante los cuales creció enormemente, superó los dos metros y medio y un diámetro de más de quince centímetros. Nos encantaba ponérnosla en el cuello y jugar con ella. De pequeña, se metía por entre una manga y salía por el cuello.

Formé parte del Comité de Belleza que escogía las candidatas para que representaran al departamento en Cartagena. Diana Patricia Arévalo estudiaba en la universidad cuando yo era rector y me pidió que la acompañara al concurso en el que ganó, pero no me fue posible viajar por compromisos en la universidad. A su regreso, ya con la corona de Miss Colombia, hizo una reunión en su casa, entonces le dije: “Oiga, muchachita. La vi en televisión con una serpiente en la mano”. Fue por ella, la trajo a la sala y me la presentó. La tomé por la base de la cabeza, se enroscó en mi brazo y Anita, con la lengua, me acarició la nariz, la metí entre el bolsillo del saco y sacaba la cabeza, en fin, me divertí con ella.

Cuando Diana vio mi gusto enorme por Anita, me prometió conseguir una y me la regaló.

Juliana, la menor de mis hijas, la llevaba entre un morral a varias partes, entre ellas al club y fue la sensación por la curiosidad que causó entre la gente. Se metió con ella a la piscina, desocupándola. Pero era inofensiva, sin veneno, además consentida, nunca intentó atacarnos, se acostumbró a nosotros muy rápidamente.

Una de sus grandes aficiones es viajar.

Me encanta. He viajado con Martha por varios países, así como con mis hijos. Quizás el que más nos ha impactado ha sido África. Hicimos unos safaris fotográficos. No tiene comparación, es realmente impresionante.

Teníamos todo listo para ir en un crucero al Ártico, por Alaska, pero por la pandemia todo se canceló. Inicialmente se había aplazado y proyectábamos realizarlo este año, pero con el cierre de fronteras por parte de Canadá y la cancelación de vuelos, ha sido imposible hacerlo. Espero lograrlo en algún día cercano.

Es nostálgico

Me he propuesto a no vivir del pasado. Si doy un paso, lo hago a consciencia.

¿Editaría su vida?

Haría lo mismo. Estoy contento con lo que he vivido y lo que he podido hacer, pese a que hubiera podido hacer más, pero eso de arrepentirme por cosas hechas, con afán de acertar, no va conmigo. Hasta las embarradas están bien y se convierten en anécdotas.

¿Qué emociones se mueven al hacer este recorrido por su vida?

La satisfacción de compilar memorias de manera agradable y empática. En la medida en que se navega en el tiempo, surgen recuerdos que estaban dormidos.

¿Cuál es su sentido real de la existencia?

Mi familia, en primer término. Me satisface haber podido servirle a la comunidad en general y serle útil a muchas personas y, en muchos casos, la recompensa de una sonrisa o unas palabras de agradecimiento me genera felicidad.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como una persona sencilla, querida con la gente y por la gente.

¿Cuál debería ser su epitafio?

La verdad, con la segunda posibilidad de vida que Dios me dio, no he pensado en un epitafio. Sin embargo, quizás podría ser: “la vivió y la disfrutó dos veces”.

#MEMORIASCONVERSADAS #HISTORIASDEVIDA #ISALOPEZGIRALDO

Por Isabel López Giraldo

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Jorge(9730)23 de abril de 2021 - 07:23 p. m.
Montoya Puyana, un paradigma del servicio, El Progreso y la fe. Perdió el partido en su ocaso , terminó apoyando a un insomne de noches borrascosas que pasará su vida ideando artilugios para sostener su verdad: AUV. Penoso y jamás entendible en un hombre de ideas libertarias.
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