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Alcanzar a rasguñar la muerte

David Grossman, invitado al Hay Festival, cuenta a través de sus novelas ‘La vida entera’ y ‘Más allá del tiempo’ que la guerra lo devastó como escritor y como padre.

Angélica Gallón Salazar / Cartagena
26 de enero de 2013 - 09:00 p. m.
David Grossman asegura que la muerte es hermética, que no se puede entender ni penetrar.   / Joaquín Sarmiento
David Grossman asegura que la muerte es hermética, que no se puede entender ni penetrar. / Joaquín Sarmiento

El mundo se convirtió en un exilio y el escritor David Grossman sólo encontró un hogar en su novela, la que escribía hacía tres años. En La vida entera, un hijo se ha ido al ejército y una madre decide contarle al padre biológico de ese hijo toda su historia, los detalles de su infancia; decide caminar con él y contarle su vida entera, con la extraña sensación de que hablando de él crea un conjuro que lo protege de la muerte.

David Grossman escribía su novela con el mismo propósito. Su hijo Uri se había enrolado en el ejército y el escritor, el padre, sentía que sus palabras escritas lo acompañaban, lo acogían, creaban una capa de protección. Sin embargo, llegó el día en el que se rompió el conjuro y su hijo murió en un ataque durante la guerra del Líbano. “Continué escribiendo La vida entera, porque creo que la única cosa posible que tenía para hacer era regresar a la cama y escribir. Todo mi mundo se convirtió en algo imposible. Ya nada puedes dar por sentado cuando te quitan a un hijo y, de repente, el libro era mi único lugar sólido. En un mundo que se había vuelto un exilio, mi novela, la historia que había empezado a escribir tres años atrás, se convirtió en mi único hogar”, dice David Grossman, el escritor israelí que en 2006, unos días antes de la muerte de su hijo, pedía al gobierno de su país, junto con los escritores Amos Oz y A.B. Yehoshua, un cese rotundo del fuego.

Este autor cree que los escritores en Israel han logrado que su voz sea oída, y aunque sabe que el deber de quien escribe es sólo crear una buena historia, piensa que con sus letras han podido insistir en que hay una alternativa, insistir en “que no estamos condenados a morir bajo la espada, que nuestros enemigos también son seres humanos. Nos rehusamos a estereotipar a nuestros enemigos, nos rehusamos a demonizar o idealizar a palestinos o israelíes, insistimos en la complejidad y no nos rendimos a la simplicidad y la generalización. No es una tarea fácil, porque en una situación en la que hay tanto miedo la gente cree que esa es la única realidad posible, es difícil creer que hay una esperanza”.

Grossman estuvo en el ejército y fue ahí en donde se encontró profundamente con la escritura; sin embargo, fue también ese paso el que le hizo pensar que la experiencia temprana de la milicia termina por moldear la vida de muchos jóvenes de Israel. “Si estás cuatro años en el ejército y luego te vuelves soldado reservista, esta experiencia tiene una gran influencia sobre ti. Primero tienes una tremenda responsabilidad a una edad muy temprana, tienes que hacer todo tipo de tareas, muchas peligrosas y, por supuesto, en nuestra situación, cuando sirves al ejército y parte del rol del ejército es la ocupación, tienes que hacer cosas terribles y te conviertes en el ejecutor de la invasión, te conviertes en el opresor de mucha gente, y cuando eres tan joven y tienes que pisar ese límite moral eso termina por tener una tremenda influencia en tu vida. Y cuando tienes hijos quizás entiendes qué es lo que le has hecho a esa otra gente. Entonces te darás cuenta del gran precio que todos pagamos, ocupados y ocupadores, por estar en esta situación”.

Cuando una novela viene en camino, cuando una idea empieza a revolverle la panza, David Grossman empieza a caminar. Puede llegar a recorrer 20 kilómetros en su cuarto. Su esposa le advierte que va a quemar el tapete, pero Grossman camina, lo hace, dice, para salirse de su sitio, porque cuando uno sale, se convierte en alguien nuevo para sí mismo. Caminando empezó entonces su rutina, sus pies calentaron el tapete y en su cabeza se develó una nueva novela, una sobre el miedo al duelo, sobre la imposibilidad de penetrar la muerte. “Si me tengo que hundir en esta isla de castigo y de duelo al menos la quiero conocer a través de mis propias palabras”, dice Grossman. “Callados / estuvimos esperando la mañana. / Una mañana / que no / llegaba. / La sangre / no / corría por nuestras venas. / Me levanté, te envolví / en una manta / me agarraste la mano, me miraste / a los ojos: el hombre / y la mujer / que un día fuimos / inclinaron la cabeza / en señal de despedida”, recita su duelo en el libro.

Grossman asegura que encontró algo con la escritura de Más allá del tiempo: “Descubrí que la muerte es hermética, no la puedes penetrar ni entender, pero creo que la escritura es la única forma en la que al menos la podemos rasguñar. Sentí que la escritura me permitía por un segundo sobrepasar mi mortalidad, mi temporalidad”.

Por Angélica Gallón Salazar / Cartagena

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