El Magazín Cultural

Alexandra Savior, una voz desolada pero invicta

No muchos han oído hablar de Alexandra Savior. La verdad es que entre el torrente de artistas indie que se dan a conocer gracias a Internet, es difícil determinar si un nombre así suscita desinterés o curiosidad. Presentamos un texto sobre el camino que ha recorrido la artista.

Daniel Carreño
29 de enero de 2020 - 07:50 p. m.
Alexandra Savior tocando en vivo en el Hotel Cafe en Hollywood, Los Ángeles, California, el miércoles 10 de agosto de 2016. / Justin Higuchi
Alexandra Savior tocando en vivo en el Hotel Cafe en Hollywood, Los Ángeles, California, el miércoles 10 de agosto de 2016. / Justin Higuchi

Ian Fleming famosamente confesó que había elegido "James Bond" para el agente secreto porque le parecía "el nombre más aburrido que había escuchado jamás". Donde coinciden estos dos nombres es que ciértamente se tratan de uno que, tras conocer las hazañas que el portador de este realiza, no vuelven a resonar igual. Alexandra Savior McDermott —Savior siendo, en este caso, un inusual segundo nombre— nació en Portland, Oregon, una ciudad similarmente condenada a la aparente intrascendencia, a mediados de 1995. A causa de su introversión y singular estilo, navegó con dificultad los tumultosos años de la adolescencia, pero halló un asilo a su incomprensión en la música. A los 14 años descubrió que tenía un enorme gusto por escribir canciones, gusto al que por supuesto se sumaba un indiscutible talento, y pronto su destino estuvo saldado.

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Su búsqueda por reafirmar una identidad a través de la música la llevó a Los Ángeles tras graduarse de la secundaria. Su mamá le concedió seis meses en los que la apoyaría financieramente bajo la condición de que iría a la universidad si al menos un rayo prometedor no surgía al cabo de este tiempo. Sin embargo, Savior no partía sin ningún tipo de garantía, puesto que un año atrás, al descubrir los videos de covers que la joven publicaba en YouTube, la mismísima Courtney Love había declarado que sería "enorme".

 

Aunque cualquier joven de 17 años con aspiraciones de alcanzar el estrellato en el mundo de la música se habría abalanzado sobre la plataforma que podría proporcionar la viuda de Kurt Cobain, Savior no es alguien que aspire a la fama a como dé lugar, ni es mucho menos una persona ordinaria. "No me gusta que me digan qué hacer," comentó en una entrevista sobre los consejos que recibió de Love, "preferiría encontrar mi propio camino".

Camino que prodigiosamente comenzó a trazar ante su llegada; con el hipnotizante timbre de su voz, seis meses probaron ser más que suficientes y Savior pronto se vio rodeada de ofertas por parte de numerosas disqueras interesadas en sacar provecho de su talento. Sus primeros desencantos con la industria musical vendrían ante los planes que esta tenía de convertirla en un producto más: "¿Quieres ser Katy Perry o Pink?", le preguntaron en una audición que inmediatamente desertó.

En Columbia encontró un relativo refugio al cinismo de la industria —"Los escogí porque eran los únicos que parecían interesarse por mi integridad artística"— y firmó su primer contrato a la edad de 18 años y 4 meses. El camino hacia su debut musical, sin embargo, todavía sería largo y complicado, y la misma búsqueda por una voz propia en una industria que, irónicamente, poco suele proveerla, tendría sus obstáculos.

Si bien Savior —en ese momento todavía Alexandra McDermott y contemplando varios pseudónimos como Ophelia Fable— sabía que no quería ser la nueva Katy Perry, todavía no contaba con un sonido definido; aquella cualidad particular que tiene su voz para erizar los pelos de la nuca necesitaba todavía los toques ornamentales que constituyen una personalidad musical. La espada de doble filo que Capitol ofreció como respuesta a esta cuestión llegó con nombre y apellido: Alex Turner.

El frontman de los Arctic Monkeys, en ese momento una de las más populares bandas de indie rock del mundo, llegó para asistir a Savior en la creación y producción de su primer álbum. Entre 2014 y 2015 escribieron de manera conjunta las canciones que compondrían el debut, y si bien la creatividad de Turner tuvo una influencia formativa en la joven artista (incluso fue él quien propuso el nombre artístico por el que hoy la conocemos) actuando como un eficiente catalizador, su característico sonido impregnó fuertemente la obra.

Por cuestiones desconocidas al público pero comunmente atribuidas a la laberíntica burocracia de la industria musical, pasaron casi dos años antes de que el álbum viera la luz del día, con la inseguridad de Savior creciendo cada mes. Belladonna of Sadness salió finalmente el 7 de abril de 2017 y fue calurosamente recibido por una crítica que reconoció el incuestionable talento de la titular artista, resaltando el estremecedor misticismo con que proyecta su voz, pero recalcó en repetidas ocasiones que la presencia de Turner era inexorable.

La participación del rockero inglés tuvo el efecto deseado por la disquera, brindándole al álbum niveles de atención que pocos artistas emergentes que se distancian de un sonido comercial suelen gozar, pero el destello emitido por el mentor se convirtió en una pesadilla para Savior, quien pronto se vio acusada de ser polizón en su propia obra. "Fue muy difícil porque me hizo cuestionar el proceso," comentó sobre la forma en que cada entrevista terminaba por tratarse de su co-autor, "creo que comencé a sentirme devaluada."

La influencia de Turner es más que evidente en la producción arenosa y sombría, la cual evoca el tercer álbum de Arctic Monkeys, pero sobretodo en la particular cualidad de las letras, que, más a menudo que no, enredan con la característica intrincación que se le conoce: "Spectacular blacklight poster neon sky / To which the sun so quickly unsubscribes" lleva la firma de Turner tallada en piedra, o más bien brillando en neón.

Pero incluso ante la clara contribución de Turner, el valor creativo de Savior se ve también evidenciado por las manifestaciones de su vena artística que trascienden las ondas longitudinales: las portadas del álbum y de cada sencillo fueron pintadas por ella, y la dirección de los primeros videos musicales, en un estilo lo-fi que se alinea a la estética musical con una perfección meticulosa, son testigo de que lo que estas melodías cursaban por sus venas.

¿Pero quién habría osado darle el beneficio de la duda a una joven de apenas 21 años sin ninguna experiencia previa? Claramente la industria que desconfiaba de su criterio y habilidad artística sería la última en hacerlo, y, por razones desconocidas públicamente, el contrato con Capital fue rescindido el año siguiente.

Desencantada con su propia obra al sentirla ajena, deprivada de la oportunidad de reivindicar la experiencia, desertada por su manager, y sencillamente derrotada por el cinismo con que una industria apática le cierra las puertas a la autenticidad, Savior regresó resignada a casa de su madre y comenzó a ir a la universidad.

Parecía el prematuro fin de un sueño que a duras penas logró materializarse, de una llama que prendió en un destello y se extinguió al instante, pero el destino se negó a permitirle a Savior esta incursión en una vida ordinaria. Poco después de comenzar sus estudios, el productor Brian Burton, encantado con los demos que Savior había realizado para un segundo álbum, la contactó para ofrecerle grabarlo con su disquera independiente, 30th Century Records.

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En un fuerte contraste con su experiencia precedente, Savior se desplazó al extremo opuesto del país para internarse en un estudio de Brooklyn y emerger tan sólo tres semanas después con una nueva obra, propia, empoderada, y la cual es testigo del dolor, la inseguridad, y consecuente lucha que su carrera y sobretodo vida personal le han exigido.

Aunque muchas de las canciones surgieron durante la complicada época en que Savior parecía hundirse en un mar de irrelevancia al que había sido abandonada, la principal temática de estos temas tratan sobre un suplicio aparte. Durante este mismo periodo, la artista vivió una una relación abusiva de la que, por su naturaleza reservada, conocemos muy poco, pero que cuando se observan en detalle las heridas que su canto busca sanar, parece haber sido de caracter psicológico.

En The Archer, Savior presenta una evolución evidente. Opuesto a lo que los críticos teorizaron hace tres años, la ausencia de Turner no deja un vacío, o por lo menos no uno que Savior no haya sabido llenar. Su desbordante honestidad y una instrumentación más ambiciosa, más allá de elevar su sonido, lo cimentan con determinación. La mezcla entre un rock desteñido y sensual y un ambiente lúgubre está de vuelta, más oscura y desasosegada que nunca, pero Savior se encarga de darle un dinamismo inesperado al sumar ingeniosos matices.

El álbum abre con la desnudez del alma contemplando que el dolor presente puede ser autoinflingido. En "Soft Currents" el delicado piano y esa incomparable voz que reverbera en el eco de un inmenso vacío desolador atrapan el corazón y erizan la piel. El sentimentalismo pronto abre paso a la fuerza del despecho y regresa el característico punteo barítono de la guitarra, con una batería medida pero decidida, al iniciar "Saving Grace"; es el clásico sonido, excepto que esta vez un falsete etéreo rompe la anticipación. Con acordes menores acechando el solo de guitarra, comienza el descenso a las penumbras que Alexandra Savior resguardó por mucho tiempo.

Las letras en The Archer evidencian la ausencia de Turner; Savior prescinde de la capciosa e intrincada lírica, ella sabe lo que quiere decir y lo hace usando más que sólo palabras. Canciones como "Crying All the Time" y "Send Her Back" evocan un rock de antaño y manejan una estructura sencilla, consistiendo de uno o dos versos. Variaciones con coros de voces fantasmagóricas y potentes arreglos de vientos orquestrales inyectan potencia a la voz cuando se encuentra en su más tímida, empoderándola al denunciar a su abusador: "Why don't you send her back where she came from?"

 

"Howl", una de las mejores canciones del álbum, es la que más se aventura al experimentar con una voz más nasal, agresiva, extranjera. Savior se encarga de distanciarse de lo que podría ser el coro más comercial del álbum, relegando los instrumentos tradicionales para acentuar el misticismo con múltiples sintetizadores y ecos que logran un efecto, irónicamente, incluso más bailable. "Handsome dictator of my crimes / I can't tell if they're yours, I can't tell if they're mine", ella no necesita a nadie para dejar claras sus pullas a través de insinuaciones.

La segunda mitad del álbum inicia con "Can't Help Myself" dándole un aspecto más brillante a la general aura morriconeana del álbum. Si hay una canción de amor relativamente ajena a las sombras alrededor, sería esta con el sonido de las olas y una tonalidad mayor. Pero la ilusión pronto se esfuma ante la aparición de "The Phantom", que, con uno de los mejores bajos de todo el álbum y la batería marcando fuertemente el tempo, disipa la bruma etérea que su título sugiere. El efecto que la hace enigmática e intangible es la elevada melodía del falsete que es acompañada —acechada— por una presencia octavas más abajo como la difracción de una voz que llama del más allá, un espectro reclamando a su asesino.

El clímax de la catarsis sobre el abuso que Savior sufrió se titula "Bad Disease". Las disonancias emocionales que, por cariño o dependencia, impiden a una víctima de escapar una relación tóxica son más que evidentes; "I drank the venom from the cobra 'round his neck / Made it my life mission to feel that again", canta en la más críptica de las canciones. El suspenso palpable que infunden el bajo y sintetizador es ocasionalmente iluminado por el solitario pasar de la guitarra, pero no basta para rescatarla de la malatía ajena que padece.

"But You" recoge todo lo que ha caracterizado el nuevo sonido de Alexandra Savior. Ensambles de vientos, pianos staccato, psicodélicos sintetizadores y uno de sus mejores basslines transportan los restos del despecho a través de una coda que se encarga de callar cualquier duda de que esta mujer pudiera cargar un álbum por sí sola.

El cierre de esta obra llega con su tema homónimo. "The Archer" es una canción de amor descomplicada y tierna a primera vista, pero que bajo un ligero escrutinio comienza a revelar la dinámica malsana de la relación. Savior la escribió para su ex-pareja como un regalo, y no fue sino revisitándola a posteriori que se percató de haber capturado en realidad la desolación de un amor nocivo. El cerrar el álbum con esta canción retoma el delicado sentimentalismo de su inicio, esta vez con el redentor recordatorio de que el sufrimiento no vino de sus propias manos.

La meláncolía de The Archer no deprime, su suspenso no espanta, todos los factores del autodefinido estilo "feminist angst with a horror film feel" de Alexandra Savior se unen para fascinar de principio a fin. Con una voz genuinamente hipnotizante y la honestidad en la que baña su nueva obra, el encanto queda sellado y nosotros adentro con él.

"La diferencia entre una buena canción y una gran canción es la honestidad," dijo Savior cuando The Archer ni siquiera estaba en el horizonte, "mantente fiel a tus experiencias, de lo contrario la gente las descartará." Este deseo por que su arte actúe en beneficio de ella y no de nadie más es lo que hace de su música una experiencia contundente y lacerante. Contentarse con la emancipación que su arte le brinda con seguridad llena más su corazón que cualquier estrellato global.

Alexandra Savior ha sufrido a manos de un sistema que poco respeta a las mujeres —"lo más importante que he aprendido sobre la industria musical es que es una porquería"—, ha vivido el dolor y la confusión del maltrato psicológico, encontrándose ante fuerzas que buscan utilizarla para sus propios fines, y en cada momento las ha combatido con furor. Es esta formidable lucha por preservar su alma lo que la ha empoderado, haciéndonos admirar aún más esta voz incansable que ha dejado infructuoso a un mundo que busca forjarla a su semejanza.

Por Daniel Carreño

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